
La silenciosa reconstrucción del poder: gobernadores, deuda y la estrategia de Milei
OPINIÓN
Ricardo ZIMERMAN


Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
Hay momentos en la política argentina en los que la superficie muestra tensión, pero el subsuelo revela un reordenamiento más profundo. Javier Milei atraviesa uno de esos pasajes. Su gobernabilidad futura —y, más aún, la posibilidad de aprobar reformas que definan el rumbo económico— depende menos de la aritmética numérica del Congreso que de la compleja conversación que mantiene con los gobernadores. Son ellos quienes, con sus bloques legislativos y su necesidad permanente de financiamiento, constituyen el verdadero eje sobre el que se apoya la segunda mitad del mandato.
En los despachos más influyentes del Gobierno suelen citar un dato que, aunque técnico, encierra una verdad política simple: el 73% de la deuda provincial está nominada en bonos. Y mientras más recurren las provincias a esos instrumentos, más dependen de la evolución del Riesgo País. Es decir, del humor que despierte la economía nacional. Esa ecuación genera un círculo virtuoso —o vicioso, según cómo se lo mire— que condiciona a los mandatarios: para seguir endeudándose a tasas razonables, necesitan que el programa económico de Milei funcione. Y para que funcione, el Presidente requiere que esos mismos gobernadores colaboren con sus reformas. Se trata de un equilibrio delicado, pero también de una dependencia mutua que ningún actor desconoce.
Ese telón de fondo explica un gesto que, a simple vista, podría parecer apenas un comentario amable. Milei felicitó públicamente a Jorge Macri por haber logrado una exitosa colocación de deuda internacional a una de las tasas más competitivas de la historia porteña. Lo que el Presidente escribió en redes sociales no fue un elogio casual: fue una señal política dirigida no tanto al jefe de Gobierno de la Ciudad como al resto del país. Si Buenos Aires pudo aprovechar mejores condiciones, razón de más para que otros distritos acompañen las iniciativas que buscan estabilizar la economía nacional. El mensaje fue leído por los gobernadores con la claridad con que fue emitido.
La relación con la Ciudad, tensada durante años por disputas sobre coparticipación y autonomía, encontró cierto alivio tras el acuerdo alcanzado entre Jorge Macri y Luis Caputo para incluir en el Presupuesto 2026 el entendimiento logrado ante la Corte Suprema sobre los fondos retenidos durante la pandemia. El gesto fue interpretado en la Casa Rosada como una luz verde para comenzar a tender puentes más sólidos de cara a la etapa legislativa que viene. Nadie ignora que Uspallata, con su peso político, puede resultar decisiva para equilibrar mayorías.
Pero ese puente con la Ciudad es apenas un eslabón dentro de una cadena mucho más extensa. El ministro del Interior, Diego Santilli, emprendió una ronda de conversaciones con mandatarios de variado signo político: Frigerio, Torres, Llaryora, Sáenz, Cornejo, Orrego, Jaldo, Figueroa, Sadir, Jalil, Zdero y Weretilneck. En cada encuentro, escuchó demandas, tomó nota de reclamos y, sobre todo, envió señales de que el Gobierno está dispuesto a conceder ciertos puntos. La reducción de retenciones al petróleo, acordada con el chubutense Ignacio Torres y formalizada por Caputo, fue uno de esos gestos calibrados para generar confianza.
El diálogo continuará con Gerardo Zamora, un dirigente cuya gravitación en el Senado es insoslayable. Más allá de su afinidad con el kirchnerismo, Zamora reúne un poder que ningún otro gobernador posee: controla tres bancas propias en la Cámara Alta. Y en la etapa de reformas profundas que Milei pretende desplegar, cada voto será decisivo. La Casa Rosada lo sabe; Santiago del Estero también.
En paralelo, el Gobierno encontró en Gustavo Sáenz un puente para articular un espacio más amplio que fortalezca la gobernabilidad. El gobernador de Salta trabaja para tejer una red que incluya a referentes cercanos a Jalil y Zamora, y que permita convertir a La Libertad Avanza —por acción o por afinidad parlamentaria— en la bancada más numerosa del Congreso. El objetivo no es necesariamente formalizar un bloque, sino garantizar la certeza de que esos diputados y senadores levantarán la mano cuando el Gobierno lo necesite.
Esa arquitectura política busca incorporar a mandatarios como Jalil (clave por su peso legislativo), Passalacqua (Misiones) y Figueroa (Neuquén), cuyos legisladores ya han compartido espacio con salteños y rionegrinos en la bancada de Innovación Federal. También aparece Jaldo, que decidió mantener distancia del kirchnerismo y abrió así un posible canal de cooperación con el oficialismo nacional.
Todavía quedan gobernadores sin recibir la visita institucional de Santilli, como Pullaro y Valdés, ambos radicales, o Claudio Poggi, uno de los más cercanos a la Casa Rosada. Incluso Sergio Ziliotto, muy vinculado a sectores peronistas tradicionales, es considerado un interlocutor posible, dialoguista. En cambio, no habrá invitaciones para Axel Kicillof, Insfrán, Melella ni Quintela: representan un bloque de oposición que Milei no intenta seducir porque considera que la conversación sería estéril.
En esta trama, el Presidente apuesta a construir una mayoría flexible y pragmática, integrada por provincias que comparten un principio básico: la estabilidad nacional es condición para su propio desarrollo. Puede sonar a razonamiento obvio, pero en la Argentina contemporánea, donde las tensiones territoriales suelen prevalecer sobre la lógica colectiva, esa coincidencia es un capital político indispensable.
Si algo ha comprendido Milei en el tránsito entre la campaña y el poder es que ningún proyecto de reformas profundas prospera sin un andamiaje político que lo sostenga. Ese andamiaje no está en los partidos tradicionales, debilitados y fragmentados, sino en los gobernadores, que aún concentran la verdadera autoridad territorial. Ganarse su apoyo —o al menos su neutralidad benevolente— es el primer desafío de esta nueva etapa. El éxito del Gobierno dependerá menos del brío presidencial y más de la paciencia con la que logre tejer estas alianzas.
En la Argentina, la política siempre vuelve al mismo punto: nada se construye solo desde Buenos Aires, y ningún presidente puede transformar el país sin las provincias. Milei comienza a jugar esa partida. Y, como suele ocurrir, el resultado no se conocerá en los discursos: se verá en los votos.







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