Los gobernadores, el impuesto y la nueva farsa del federalismo

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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Por RICARDO ZIMERMAN

Hubo bronca, mucha bronca. En los chats de los gobernadores —esa especie de “Club del Federalismo” donde todos dicen defender a sus provincias mientras calculan cómo quedar mejor parados ante el poder central— las quejas volaron como misiles. El motivo: la caída del proyecto para coparticipar el Impuesto a los Combustibles Líquidos (ICL). Una ley que, en teoría, debía ser un gesto de autonomía fiscal, pero que terminó siendo otra demostración de la hipocresía del sistema político argentino.

La escena se dio de madrugada, en esa hora en la que los diputados parecen actuar en piloto automático. Se necesitaban 129 votos, hubo 126. Tres voluntades que no aparecieron y un país que volvió a comprobar que la épica del “federalismo” solo sirve mientras no toque los intereses de los que viven de la chequera del poder central.

Los libertarios, curiosamente, fueron los únicos que se retiraron con una sonrisa. No por la calidad del debate ni por el contenido del proyecto —que pocos entendieron a fondo—, sino porque vieron lo que tanto ansiaban: una fisura entre los gobernadores que venían amagando con formar un frente común para “pararle el carro” a Javier Milei.

La iniciativa en cuestión venía con media sanción del Senado y prometía distribuir directamente a las provincias el 57% de lo recaudado por el ICL. De ese total, el 25% se repartiría en partes iguales y el 75% según el índice de coparticipación. En criollo: más plata para las provincias, menos poder para la Casa Rosada.

Pero al final, muchos de los que se llenan la boca hablando de federalismo decidieron no aparecer. Rogelio Frigerio, por ejemplo, bajó a dos de sus diputados; Alfredo Cornejo hizo lo mismo; y Leandro Zdero, el chaqueño siempre dispuesto a posar con Milei, mandó al freezer a Gerardo Cipolini.

Lo llamativo fue que los peronistas del interior, los que viven jurando lealtad al federalismo “de Perón y Evita”, también desaparecieron. Osvaldo Jaldo, Gustavo Sáenz y Alberto Weretilneck aportaron ausencias que pesaron como piedras. Nadie quiere pelearse con el Tesoro cuando la caja depende del humor presidencial.

El bloque de Provincias Unidas, ese intento de construir una tercera vía para 2027, también mostró su costado más frágil. Algunos de sus miembros votaron a favor, otros se levantaron del recinto y otros fingieron no saber de qué se trataba. En una votación cerrada, esas pequeñas “distracciones” resultaron letales.

Hasta los cuatro “federales de siempre” —Pichetto, Monzó, Randazzo y Stolbizer— decidieron retirarse justo antes del momento clave. Como si el Congreso fuera un teatro donde el acto final se abandona para no manchar el traje. Nadie quiso quedar pegado a una derrota, y todos, paradójicamente, terminaron siendo parte de ella.

En el peronismo, por supuesto, interpretaron la jugada como una traición. Los gobernadores aseguraron que “no estaban al tanto”, como si los diputados actuaran por libre albedrío. Uno de ellos deslizó la teoría conspirativa del momento: “Hubo presiones del círculo rojo y de los fondos de inversión. Les dijeron que si se aprobaba el ICL se caía el acuerdo con el Tesoro de EE.UU.”

Un clásico argentino: cuando no se gana, la culpa es del “poder económico”. Cuando se pierde por ausencias propias, es porque “otros apretaron”.

La realidad es más simple. Muchos gobernadores se acostumbraron a vivir del unitarismo que dicen combatir. Hablan de autonomía, pero cada mes esperan la transferencia de la Nación para pagar sueldos. Reclaman coparticipación, pero no quieren hacerse cargo de los costos políticos de recaudar. El federalismo, en la Argentina, es una coartada: sirve para pedir fondos, no para rendir cuentas.

La sesión dejó al descubierto esa contradicción estructural. Los libertarios, que hace unos meses estaban acorralados por los reclamos provinciales, hoy ven una oportunidad. “Logramos quebrar la unidad de los gobernadores”, celebraban en los pasillos. Y no les falta razón: la ley del ICL fue la primera grieta visible en un frente que se presentaba sólido.

Lo que sigue es previsible. En noviembre se discutirá el Presupuesto 2026, y ahí se jugará la verdadera partida. Combustibles, Aportes del Tesoro Nacional, universidades, obras: cada ítem será moneda de cambio en una negociación que promete ser más un mercado persa que un debate parlamentario. Los libertarios ya lo saben y preparan su libreto.

En la política argentina nadie vota por convicción, sino por cálculo. Los gobernadores que se ausentaron hicieron sus números: “Si voto, me peleo con Milei. Si no voto, me enojo con el peronismo. Mejor no aparezco”. Es el nuevo arte del equilibrio: sostener el discurso de la autonomía mientras se negocia en silencio con la Casa Rosada.

El resultado fue el peor de todos. No se aprobó la ley, se profundizó la desconfianza y el supuesto frente federal quedó herido. Pero los gobernadores se consuelan con otra promesa: que “habrá más fondos en el Presupuesto”. El mismo consuelo de siempre.

El país, mientras tanto, sigue girando en torno a una pregunta que nadie se anima a responder: ¿quién manda realmente? ¿El presidente que grita desde el atril o los gobernadores que callan desde sus provincias?

Cada vez que se habla de federalismo, la historia se repite. Las provincias reclaman autonomía, el Gobierno central ofrece plata, y todos terminan firmando lo mismo que juraron combatir. El ICL fue apenas un capítulo más de esa novela.

El oficialismo festejó haber ganado tiempo, los gobernadores respiraron aliviados y el peronismo se quedó mascullando traiciones. En el fondo, todos ganaron algo: unos, aire; otros, excusas.

Y así, mientras se apagan las luces del Congreso, el país vuelve a su rutina: un federalismo de utilería, una política de simulacros y una dirigencia que, cada tanto, recuerda que existe la palabra “república”, aunque no sepa muy bien qué significa.

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