El peronismo 2027: todos contra Milei, todos contra todos

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
ChatGPT Image 4 oct 2025, 12_26_10

ricardo

Por RICARDO ZIMERMAN 

El peronismo vuelve a hacer lo que mejor le sale: sobrevivir a sí mismo. Apenas terminen de contar los votos de octubre ya estarán pensando en el 2027, como si los argentinos hubiéramos firmado un contrato de permanencia perpetua con el PJ. No importa si gobiernan, si pierden o si se pelean entre ellos: el peronismo siempre está, como esa humedad que ni la pintura más cara logra tapar.

Ahora el turno es de “Primero la Patria”, un sello nuevo que se vende como “federal” y “renovador”, pero que en realidad parece más un club de exiliados buscando mesa propia en un congreso de hotel barato. Dicen que quieren reconvertir al peronismo y enfrentar a Milei dentro de dos años. La traducción es más simple: están midiendo cómo armar la próxima interna, quién manda en el conurbano, quién pone candidatos en el interior y, sobre todo, quién se saca la foto con Axel Kicillof y quién todavía levanta el teléfono para consultar a Cristina.

El cristinismo, mientras tanto, juega a la paradoja. Declina en la provincia de Buenos Aires pero insiste en conservar centralidad, como ese inquilino que ya entregó las llaves pero todavía se queda en el living reclamando que no muevan los muebles. Cristina ya no puede competir, pero sus laderos siguen buscando espacio en un mapa donde la brújula se está corriendo a Axel. Kicillof es el nuevo “heredero natural” de un liderazgo que nunca se hereda pacíficamente: se conquista a los codazos.

Sergio Massa, fiel a su estilo, permanece. No se sabe si está en la línea de largada o si ya llegó a la meta, pero siempre aparece en la foto. Como esos tíos que nunca nadie invita a los casamientos, pero igual se sientan en la mesa principal. La horizontalidad que hoy pregona el peronismo no es más que el reflejo de un poder fragmentado donde nadie tiene el martillo definitivo. Es una especie de asamblea eterna: todos opinan, nadie decide.

“Primero la Patria” dice que busca ampliar el peronismo hacia el centro, ese electorado que siempre los mira de reojo. Quieren ser federales, pero su obsesión sigue siendo Buenos Aires, donde los intendentes todavía reparten las estampitas del poder. El problema es que en el interior los miran como sospechosos habituales: gobernadores como Llaryora o Pullaro ven en el kirchnerismo un socio tóxico, y en Cristina un límite imposible de franquear. Esos dirigentes prefieren imaginar un peronismo sin Buenos Aires, aunque todos saben que es tan viable como un Boca-River sin hinchada.

El choque con “Provincias Unidas” es inevitable. Los gobernadores del interior y sus aliados capitalinos (Lousteau, Randazzo, Monzó, un zoológico variado) se presentan como opositores responsables, pero los “federales K” los acusan de ser cómplices blandos de Milei. Es el clásico juego de espejos peronista: todos quieren diferenciarse del otro, pero al final terminan abrazados en alguna rosca porque necesitan sumar votos para jubilar al libertario.

Mientras tanto, Máximo Kirchner y La Cámpora siguen en su propio laberinto. No saben si deben seguir resistiendo a Axel, rendirse ante su crecimiento o inventar otro ring donde la pelea tenga más sentido. Lo cierto es que Kicillof empieza a mover sus piezas sin pedir permiso. Habla con gobernadores, negocia leyes, se muestra como un dirigente con anclaje bonaerense pero ambición nacional. Ya no discute autonomía, discute convivencia. En otras palabras: no va a pedirle permiso a La Cámpora para ser candidato, pero tampoco va a echarlos del rancho.

El gran desafío de Kicillof es evitar que el PJ Bonaerense se transforme en un campo minado. Hasta ahora, la campaña electoral sirvió como anestesia para tapar tensiones. Pero después del 26 de octubre, cuando los votos se conviertan en cargos y las paritarias vuelvan a doler, la convivencia entre Axel y el camporismo será como una pareja que ya no se soporta pero todavía paga la misma hipoteca.

Lo fascinante del peronismo es que siempre encuentra la manera de reciclar sus peleas internas como si fueran debates filosóficos sobre el futuro de la patria. En realidad, son peleas de cartel, de reparto de poder y de supervivencia personal. Cristina ya no puede ser candidata, pero todavía define escenarios. Kicillof quiere ser candidato, pero todavía necesita a Cristina. Massa quiere estar en todas, aunque nadie le pregunte. Y los gobernadores del interior sueñan con un peronismo sin Buenos Aires, aunque saben que sería como un asado sin carne.

En el fondo, la pregunta es la de siempre: ¿qué peronismo quiere ofrecerle al país una alternativa a Milei en 2027? La respuesta, como siempre, dependerá de lo que decidan en sus pasillos oscuros. Porque el peronismo no se define en elecciones: se define en la rosca, en el café mal servido de una unidada básica, en el pacto que se firma en la madrugada y que al día siguiente todos niegan.

Lo único seguro es que el peronismo ya arrancó la campaña del 2027. Los argentinos, claro, todavía seguimos tratando de llegar a fin de mes.

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto