Improvisación y manotazos: la volatilidad que erosiona la confianza

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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Por RICARDO ZIMERMAN

El corazón de cualquier proyecto económico serio late al ritmo de la previsibilidad. Si un empresario va a levantar una fábrica, contratar personal o abrir un comercio, necesita saber cuáles serán las reglas dentro de seis meses, un año o cinco. El riesgo es parte del negocio, pero cuando el propio gobierno se convierte en una fuente de incertidumbre, el problema deja de ser coyuntural para transformarse en estructural.

El gobierno de Javier Milei acaba de eliminar las retenciones al agro de manera transitoria hasta el 31 de octubre o hasta que se liquiden USD 7.000 millones. A simple vista, podría parecer un gesto hacia el campo, pero en realidad es el segundo viraje abrupto en apenas nueve meses. Recordemos la secuencia: en enero, baja temporal de retenciones mediante el Decreto 38/2025; en julio, reversión y luego una baja “permanente” por el Decreto 526/2025; y ahora, eliminación total por tiempo limitado. Es un zigzag que contradice la promesa de estabilidad que el Presidente esgrimió en Expoagro, cuando dijo que no sacrificaría el modelo a cambio de un rédito electoral inmediato.

El mensaje es confuso: un gobierno que se define como liberal y anarcocapitalista obliga a los exportadores a liquidar divisas en el mercado oficial. Es, ni más ni menos, una intervención directa sobre la propiedad privada. Y aunque los defensores de la medida afirman que “son liberales, pero no ingenuos”, la paradoja es evidente: ante la turbulencia cambiaria, el Ejecutivo recurre al intervencionismo que tanto critica.

Esta estrategia de “manotazo de ahogado” revela más desesperación que planificación. Milei sabe que, sin dólares, el tipo de cambio puede perforar el techo de la banda y generar un efecto dominó en precios, reservas y expectativas. Pero las reducciones temporales de retenciones no mejoran la competitividad del agro a largo plazo ni estimulan inversiones sostenibles; solo adelantan liquidaciones que, de otro modo, se harían más adelante. Es pan para hoy y hambre para mañana.

En paralelo, el Gobierno exhibe su dependencia del respaldo externo. El apoyo verbal del secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, logró enfriar momentáneamente la corrida cambiaria y fortalecer bonos y acciones. Pero la historia reciente de Argentina obliga a la cautela: en 2001, cuando la crisis golpeaba, Paul O’Neill advirtió que los trabajadores estadounidenses se preguntaban por qué debían financiar los desajustes de Buenos Aires. Hoy podrían formular la misma pregunta. Un rescate del Tesoro no es gratis: implica condicionalidades futuras y un recordatorio de que la política económica local carece de autonomía.

El mercado, mientras tanto, hace sus propios cálculos. ¿Conviene liquidar ahora con retenciones cero pero un dólar más bajo, o esperar a noviembre, cuando podrían volver las tensiones y mejorar el tipo de cambio? Esa duda es el síntoma de un problema mayor: la pérdida de credibilidad. Cuando las reglas cambian cada tres meses, los actores económicos se vuelven especuladores defensivos, no inversores productivos.

El telón de fondo es un modelo que busca consolidar el equilibrio fiscal y reducir el gasto, pero que no logra articular una hoja de ruta coherente. Si el objetivo es eliminar las retenciones de manera definitiva, debería trazarse un cronograma claro y, sobre todo, cumplirlo. Si no hay margen fiscal para hacerlo, el Gobierno debería comunicarlo con honestidad y buscar consensos políticos para avanzar gradualmente. Lo que no funciona es improvisar cada vez que el mercado se pone nervioso.

La señal hacia el mundo empresario es devastadora: no hay horizonte de mediano plazo. Y cuando no hay horizonte, nadie invierte. Los productores agropecuarios pueden aceptar la carga tributaria si al menos conocen las reglas. Lo que no toleran es el vaivén: hoy 26%, mañana 33%, pasado cero. La volatilidad no solo destruye la rentabilidad, también erosiona la confianza.

La Argentina necesita previsibilidad, no parches. Un mercado cambiario estable no se construye con decretos de urgencia ni con promesas de asistencia extranjera. Se construye con disciplina fiscal, un sistema impositivo racional y, sobre todo, respeto por la palabra empeñada. Mientras el Gobierno siga apostando al corto plazo, el riesgo país será el termómetro de una economía atrapada entre la improvisación y el oportunismo.

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