Milei busca oxígeno, pero el “tablero de la derrota” condiciona cada jugada

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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Por RICARDO ZIMERMAN

La política argentina se parece estos días a una partida de ajedrez jugada en un tablero agrietado. Javier Milei intenta mover sus piezas, pero las casillas se deshacen bajo sus pies. La lista de gobernadores que Balcarce 50 clasifica como “afines” —un eufemismo para designar a quienes no se han vuelto completamente hostiles— es breve, inestable y, en algunos casos, meramente circunstancial. La foto difundida el jueves pasado con Alfredo Cornejo, Rogelio Frigerio y Leandro Zdero, presentada como debut de la “mesa federal”, fue celebrada en Olivos como un triunfo simbólico. Pero ese gesto mínimo expone más fragilidad que fortaleza.

Apenas días antes, Marcelo Orrego, inicialmente mencionado entre los dialoguistas, pasó de la cordialidad al cuestionamiento abierto por el veto presidencial al financiamiento universitario. Ese vaivén ilustra el dilema: los gobernadores necesitan un canal con el poder central, pero rehúyen una identificación plena que pueda costarles en sus territorios. Muchos de ellos competirán en octubre contra peronistas o libertarios; un paso en falso en Buenos Aires puede convertirse en un costo político en Mendoza, Santa Fe o San Juan.

La derrota en la provincia de Buenos Aires fue más que un traspié electoral: alteró las coordenadas del poder. En el oficialismo lo saben. El lunes pasado, Milei habló de “errores políticos” y prometió corregirlos, pero en el círculo íntimo persiste una autocrítica tímida y gestos apenas cosméticos. El desgaste interno entre los sectores que responden a Santiago Caputo y los hombres de los Menem, sumado a los roces con el PRO bonaerense, dibuja un oficialismo en guerra consigo mismo. Ese ruido, amplificado por la sucesión de vetos a leyes sensibles —emergencia pediátrica, financiamiento universitario, reparto de ATN—, erosiona la autoridad presidencial en el Congreso.

Las votaciones previas son elocuentes: la emergencia pediátrica fue aprobada en el Senado con 62 votos a favor y solo 8 en contra. Que Milei haya optado por el veto no cerró el asunto: lo convirtió en un nuevo frente de conflicto, con la oposición ya lista para insistir en Diputados y obligar al Gobierno a defender una decisión impopular. Lo mismo ocurre con la ley de discapacidad, cuya insistencia parlamentaria y rechazo al veto presidencial podrían terminar involucrando al Poder Judicial. Tres poderes enfrentados sobre asuntos de alto impacto social: un cóctel que rara vez augura estabilidad.

El intento de recomponer puentes con las provincias es urgente, pero los gobernadores perciben debilidad y prefieren mantener las distancias. En el grupo de Provincias Unidas —Pullaro, Llaryora, Torres, Sadir, Vidal y Valdés— prima una lógica pragmática: acompañar al Gobierno solo en aquello que no les cueste capital político propio. Es improbable una foto general de gobernadores en Casa Rosada; los riesgos locales pesan más que los pedidos del Presidente. Incluso el macrismo porteño, tradicional socio natural de Milei, muestra fisuras: el vínculo con Jorge Macri se deteriora y la subordinación del PRO bonaerense al armado libertario profundiza las tensiones amarillas.

En este escenario, Milei prepara un “super lunes” de alta exposición: reuniones con su mesa política, juramento del ministro del Interior y cadena nacional para presentar el Presupuesto 2026. El mensaje no será solo para la opinión pública: lo mirarán de cerca los gobernadores, los mercados y el FMI. Balcarce 50 quiere transmitir que mantiene el control, pero cada gesto parece dictado por la urgencia. La cadena nacional, pensada como señal de fortaleza, podría también revelar aislamiento si no va acompañada de señales concretas hacia el diálogo.

El Congreso será el próximo campo de batalla. Allí convergen las expectativas de la oposición, el descontento social y las dudas de los aliados. La relación entre las provincias y el Ejecutivo, históricamente mediada por la Jefatura de Gabinete y el Ministerio del Interior, atraviesa un momento delicado. El debut de Lisandro Catalán como interlocutor tendrá su primera prueba seria cuando los vetos vuelvan a tratarse en el recinto. Cada votación será, en rigor, un plebiscito sobre la capacidad de Milei para sostener su programa económico sin dinamitar los puentes políticos.

El oficialismo enfrenta un dilema clásico: ceder en parte para sobrevivir o insistir en la rigidez ideológica a riesgo de agravar su aislamiento. Por ahora, el Presidente prefiere la segunda opción. Pero en política, como en ajedrez, la estrategia debe adaptarse al tablero. Y el tablero que pisa Milei ya no es el de diciembre, ni siquiera el de julio: es el de la derrota bonaerense. Ese dato inquietante, más que cualquier denuncia de conspiraciones externas, es lo que hoy define la ecuación de poder. Si el Gobierno no reconfigura su juego, cada movimiento puede ser, paradójicamente, un paso hacia el jaque mate.

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