La autocrítica fugaz y el giro combativo de Milei: cuando la derrota se lee al revés

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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La noche de la derrota en Buenos Aires había dejado, por un instante, la impresión de un Milei capaz de autocrítica. Fue un gesto calculado, breve, que buscaba contener daños tras un golpe electoral que atravesó no solo a La Libertad Avanza, sino también a la narrativa de invencibilidad que el oficialismo había cultivado. Sin embargo, apenas pasadas unas horas, ese capítulo parecía agotado: el gobierno eligió un camino distinto, uno que convierte el tropiezo en munición para radicalizar su discurso.

No es una reacción original, pero sí visible y contradictoria. Milei amplió su mapa de enemigos, sumando empresarios y medios periodísticos a la política tradicional. La jugada apunta a proyectar fortaleza, pero también revela nerviosismo: el mismo presidente que construyó su campaña sobre la polarización nacional ahora ensaya una desnacionalización apresurada de la derrota bonaerense. Como si lo ocurrido en el principal distrito electoral del país fuera un accidente local, no una señal de advertencia. Y mientras relativiza el impacto en Buenos Aires, Milei vuelve a nacionalizar la discusión al convocar —con ambigüedad y demora— a los gobernadores.

La paradoja es evidente: pide un “diálogo federal” mientras amenaza con vetar leyes aprobadas por mayorías abrumadoras en ambas cámaras. Entre ellas, el financiamiento universitario, la asistencia al Garrahan y el sistema de Aportes del Tesoro Nacional. La más reciente señal fue el rechazo masivo del Senado al veto presidencial sobre la emergencia en discapacidad: La Libertad Avanza quedó aislada con apenas siete votos frente a 63 en contra. Esa votación expuso una confluencia inédita de fuerzas políticas, desde el peronismo hasta bloques provinciales, pasando por sectores radicales y moderados del PRO.

Los gobernadores, incluso aquellos que habían mantenido un trato cordial con la Casa Rosada, empiezan a dejar trascender su malestar. Tras la derrota violeta, algunos eligieron el silencio calculado o declaraciones medidas, pero ahora se reagrupan. El viernes se verán en Río Cuarto seis mandatarios de Provincias Unidas —Pullaro, Llaryora, Torres, Vidal, Sadir y Valdés— para unificar posiciones. A ellos podrían sumarse otros dirigentes que sienten el rigor del ajuste fiscal y las obras paralizadas.

En ese contexto, el oficialismo insiste en blindar a Karina Milei y mantiene intacto el círculo íntimo. La autocrítica del domingo fue política, no económica: Milei ratificó cada punto del programa fiscalista y dejó claro que no habrá cambios de rumbo. Pero ni el blindaje interno ni el endurecimiento discursivo parecen suficientes para recomponer una relación desgastada con las provincias y, sobre todo, con un electorado cada vez más apático. El dato de la baja participación —apenas 61% del padrón bonaerense— debería preocupar a todos los partidos, pero golpea particularmente al presidente: La Libertad Avanza no logró seducir a los votantes desencantados del PRO ni capitalizar el malhumor social.

El intento de presentar la derrota como un fenómeno local suena a negación. Los mismos estrategas que nacionalizaron la campaña bonaerense para polarizar con Axel Kicillof ahora piden que nadie extrapole resultados. Pero el gobernador bonaerense aprovechó la ocasión para escalar su disputa con Milei, buscando afirmarse como referente opositor y, a largo plazo, como presidenciable.

La creación de una “mesa política nacional” fue, en este escenario, un gesto que apenas impactó en el mundillo político y empresarial. La foto de Milei en la cabecera, rodeado por Karina, Francos, Patricia Bullrich, Martín Menem, Santiago Caputo y Manuel Adorni, no generó entusiasmo fuera del círculo de poder. Más bien mostró un cierre de filas, un mensaje para propios y ajenos: el oficialismo se atrinchera y prepara una etapa confrontativa rumbo a octubre.

En paralelo, el gobierno analiza empantanar judicialmente algunas decisiones legislativas para ganar tiempo. Pero el costo político de ese movimiento es incierto: el amplio respaldo a las leyes vetadas —incluidos gobernadores aliados y bloques dialoguistas— evidencia un consenso que trasciende las fronteras partidarias. Resistirlo podría profundizar el aislamiento del oficialismo en el Congreso y en las provincias.

Milei enfrenta un dilema: seguir radicalizando el discurso, a riesgo de exacerbar tensiones y perder gobernabilidad, o reconocer que el mensaje del electorado exige algo más que equilibrio fiscal y desregulación. La autocrítica que insinuó el domingo quedó encapsulada en un guiño táctico, mientras el gobierno redobla la confrontación. Esa estrategia puede ofrecer adrenalina a su núcleo duro, pero difícilmente reconquiste a los votantes moderados o devuelva oxígeno a su proyecto de transformación.

La política argentina ha demostrado una y otra vez que los triunfos y las derrotas se metabolizan rápido. Pero cuando un gobierno responde al golpe cerrando aún más el círculo y expandiendo la lista de enemigos, corre el riesgo de confundir resistencia con encierro. Milei, que llegó prometiendo romper moldes, parece hoy atrapado en una lógica conocida: negar el mensaje de las urnas y radicalizarse para no parecer débil. El problema es que esa fortaleza puede ser solo un espejismo.

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