Milei, el empate técnico y la épica que se le escurre

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ricardoPor Ricardo Zimerman

Hace apenas unas semanas, en los pasillos de la Casa Rosada, la expectativa era otra. Los libertarios se frotaban las manos imaginando un batacazo en la provincia de Buenos Aires similar al que Manuel Adorni había protagonizado en la Ciudad, donde el vocero estrella desbancó al PRO en su propio bastión. El macrismo, convertido en socio táctico, se resignaba a un papel secundario en nombre de la cruzada común contra el kirchnerismo. El plan parecía sencillo: ganar por poco en casi todas las secciones y resistir en la Tercera, ese territorio hostil que siempre fue la reserva de votos más leal al PJ.

Pero en la política argentina nada es tan lineal. Ni siquiera para un presidente que hizo de la épica su motor de campaña. En el cierre en Moreno, Javier Milei debió reconocer lo impensado: La Libertad Avanza ya no sueña con arrasar, sino con sobrevivir a un empate técnico frente a Fuerza Patria, el peronismo reciclado que parecía condenado a la melancolía hasta que las denuncias de corrupción alteraron la escena.

Los audios del exdirector de la ANDIS, Diego Spagnuolo, fueron el principio de un terremoto. En esa grabación se lo escucha describiendo un mecanismo de sobreprecios en la compra de medicamentos con la presunta participación de Karina Milei y Eduardo “Lule” Menem. La bomba explotó justo donde más duele: en el corazón del poder presidencial, la familia. Y aunque el Gobierno se apresuró a denunciar una “operación kirchnerista”, la incomodidad fue inocultable.

La intervención de la ANDIS, los allanamientos ordenados por la Justicia y el hallazgo de sobres con dólares y millones de pesos en poder de un empresario ligado a la trama, fueron hechos demasiado ruidosos para reducirlos a una conspiración. Incluso si todo se tratara de una manipulación, la mera sospecha alcanzó para horadar la imagen del Presidente. La política, al fin y al cabo, no es un tribunal de justicia: se mueve más por percepciones que por sentencias firmes.

A esta altura, lo que debería preocuparle a Milei no es tanto la veracidad de los audios, sino la narrativa que empieza a instalarse. El libertario que prometió dinamitar la casta aparece ahora alcanzado por la corrupción que juró desterrar. No importa si es cierto o no: lo simbólico perfora más rápido que lo real.

El Gobierno reaccionó con un libreto ya conocido: denunciar inteligencia ilegal, victimizarse y cargar toda la responsabilidad sobre el kirchnerismo. El problema es que el argumento luce agotado. Después de más de un año de gestión, resulta difícil explicar que cada crisis sea producto de una mano negra. El “nos atacan porque estamos cambiando todo” tiene un recorrido limitado cuando la economía sigue en estado de terapia intensiva y los ingresos de los argentinos se licúan mes a mes.

El oficialismo confía en su voto duro, ese 30 o 35 por ciento que nunca lo abandona. Lo repiten como un mantra: “el 80% de nuestros simpatizantes nos termina votando”. Pero el riesgo no está en la fidelidad de los convencidos, sino en el desánimo de los desencantados. La principal amenaza para Milei no es que sus votantes crucen de vereda, sino que directamente se queden en sus casas. El ausentismo, ese enemigo silencioso, puede convertir la épica libertaria en un recuerdo prematuro.

Al otro lado, el peronismo encontró en esta crisis un motivo para reordenarse. Fuerza Patria, esa frágil amalgama de sectores que parecía destinada a implosionar, se sostiene por la expectativa de que una victoria en Buenos Aires marcaría el principio de la resurrección. Kicillof, Massa, Grabois y hasta Máximo Kirchner se dejaron de lado sus diferencias para repetir la misma consigna: votar al peronismo es votar contra Milei. Lo notable es que, por primera vez en mucho tiempo, lograron que esa frase tenga algún eco en la sociedad.

El propio Presidente lo admitió en Moreno: la preocupación ya no es derrotar al kirchnerismo por paliza, sino evitar que lo derroten a él en su distrito más importante. La épica cambió de signo. Pasó de la conquista al aguante.

En este escenario, Milei apuesta a la polarización extrema, con el eslogan “kirchnerismo nunca más” como bandera de campaña. Pero cuando el adversario logra sobrevivir y presentarse como alternativa competitiva, la polarización puede volverse un búmeran: si el electorado decide votar “contra” alguien, ya no está tan claro que ese alguien sea solo el kirchnerismo.

El viaje del Presidente a Estados Unidos, en plena recta final, también deja una imagen ambigua. Mientras buscaba inversiones y se mostraba con empresarios, en el conurbano se jugaba la madre de todas las batallas. ¿Una señal de confianza? ¿O la admisión de que el fuego más caliente está en otro lado? Difícil saberlo. Lo cierto es que su regreso, apenas un día antes de las elecciones, lo pondrá frente al veredicto más sensible: el de las urnas bonaerenses.

Milei todavía conserva un capital político considerable. No hay que darlo por terminado ni mucho menos. Pero esta campaña mostró que la magia libertaria no es inmune. Que incluso un outsider que llegó al poder denunciando privilegios puede verse atrapado por las mismas lógicas que criticaba. Y que, en la Argentina, la distancia entre la épica y el empate técnico puede recorrerse en apenas unas semanas.

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