Cómo perder siempre y festejar como si hubieras ganado

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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Por RICARDO ZIMERMAN

A ver, hermano: vos festejás porque “ganó el pueblo”. Yo, en cambio, miro alrededor y veo lo de siempre: el pueblo hundido hasta las rodillas en el barro, cantando con entusiasmo mientras los de arriba se reparten la torta. Vos gritás la marcha con el bolsón bajo el brazo. Ellos brindan con champán en Puerto Madero. ¿Cuál es exactamente la parte en la que ganaste vos?

No me malinterpretes: no te culpo por ilusionarte. Te vendieron el mismo cuento durante setenta años y la mayoría de las veces lo compraste de nuevo. “El peronismo es el único que piensa en los pobres”. Claro, tan bien piensa en ellos que cada vez hay más. Si fuera cierto que son los salvadores de los humildes, a esta altura deberíamos estar nadando en clase media. Pero no: seguimos con villas rebautizadas como “barrios populares” para que suene más lindo.

Reconozcámoslo: nadie como el peronismo para organizar un simulacro de victoria. Se arma el acto, se inflan los números, se reparten banderas, choripanes y algún que otro plan. Después, todos cantan convencidos de que le rompieron el traste a la derecha. Y cuando termina el festejo, cada cual vuelve a lo suyo: vos a tu rancho de chapa y ellos a sus casas de country. Eso sí, con la misma sonrisa: vos porque creíste que ganaste y ellos porque saben que siempre ganan.

Es la magia del modelo. Un sistema tan perfecto que hace que los pobres celebren su pobreza como si fuera una conquista. Y mientras tanto, los líderes siguen acumulando riqueza a niveles escandinavos. La diferencia es que allá la riqueza se reparte. Acá se reparte la miseria.

“Cristina robaba, pero al menos daba”. Esa frase debería estar en el escudo nacional, entre el sol y las manos entrelazadas. Resume la Argentina como ninguna otra. Porque aceptamos el choreo mientras nos llegue algo. Aunque sea poquito, aunque sea apenas lo justo para sobrevivir. El famoso “roban, pero hacen”. Con esa lógica, el pueblo se abraza con políticos procesados, condenados, prófugos o directamente multimillonarios. Y en el medio, se canta “los muchachos peronistas” como si fuera la Champions League.

Mientras tanto, la clase media mira de reojo. Esa clase media que salió del barro con laburo y no con un bolsón. La que se bancó viajar en bondi sin descuentos mágicos y que todavía cree que la dignidad no se negocia en la ventanilla de un puntero. Y ojo: no hablo de ricos, hablo de tipos que pagan la luz, el gas, la prepaga y se agarran la cabeza cada vez que llega el resumen de la tarjeta. Esa gente, que no es casta ni oligarquía, sigue sosteniendo el país mientras los que festejan el triunfo siguen esperando la próxima dádiva.

El negocio del kirchnerismo es redondo: te convencen de que estás peleando contra los poderosos mientras en realidad les hacés el trabajo sucio. Creés que “le ganaste a la derecha” mientras ellos pactan con empresarios amigos, sindicalistas millonarios y jueces complacientes. Vos ponés el cuerpo en la marcha, ellos ponen el champagne en la mesa. Y cuando termina el día, vos volvés al mismo barro del que nunca saliste.

No es mala suerte. Es un plan. El peronismo sabe que si te emancipa, te pierde. Si crecés, dejás de ser cliente. Si te va bien, empezás a cuestionar. Por eso, el verdadero combustible de su maquinaria no es la justicia social, sino la pobreza eterna.

El discurso de “prefiero apretarme el cinturón antes que aceptar un bolsón” puede sonar antipático. Pero en el fondo es la única salida. Porque dignidad y bolsón son dos cosas que no se llevan bien. Si aceptás lo segundo, resignás lo primero. Y en ese trueque, siempre gana el que entrega. El político que se asegura tu voto a cambio de mantenerte pobre.

Claro que resistir es difícil. Porque el hambre aprieta y la propaganda emociona. Pero si la solución fuera el kirchnerismo, ¿no deberíamos estar todos en Suiza a esta altura? Sin embargo, seguimos en el mismo loop: los líderes cada vez más ricos, vos cada vez más pobre.

La tragedia es que esa lógica se hereda. Tus hijos crecen en el mismo barro, aprenden que “la política es así” y repiten la condena. Y cuando alguien intenta abrirles los ojos, le contestan que “al menos Cristina daba”. Y así seguimos, generación tras generación, con los mismos pobres cantando las mismas canciones para los mismos ricos disfrazados de pueblo.

La pregunta es: ¿cuánto más vas a bancar? ¿Cuántos años más vas a festejar derrotas como si fueran victorias? ¿Cuántos hijos vas a condenar al mismo destino?

Lo digo con cariño, hermano: hoy no ganaste nada. Ganaron ellos, como siempre. Ganaron las mansiones, los autos de lujo, los viajes al Caribe. Ganaron los que viven de tu miseria. Vos te volviste a casa con un bolsón y una canción. Ellos con más poder y más plata.

La diferencia es que yo todavía creo que la dignidad no se negocia. Y vos, aunque no lo quieras reconocer, la vendiste al precio de un choripán.

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