


Juan Palos
La elección en la provincia de Buenos Aires ha demostrado, una vez más, que la democracia puede ofrecer lecciones sorprendentes e inesperadas. Axel Kicillof, con un margen de 13 puntos, no solo superó las expectativas de las encuestas, que fallaron rotundamente, sino que también desestabilizó a un sistema político que creía tener el control. Este resultado es significativo: no se trata meramente de una victoria provincial, sino de un contundente voto de castigo contra Javier Milei y su gestión.
La narrativa oficial esperaba sellar el destino del kirchnerismo, poniendo el “último clavo en el cajón” de un movimiento que ha dominado el escenario político argentino durante gran parte de las últimas dos décadas. Sin embargo, el clavo no solo no cerró el ataúd, sino que lo abrió. El muerto parece decidido a resucitar, y Kicillof se ha erigido como el gran beneficiario de esta trama política.
Este triunfo no es solo un hito provincial; desde aquí, Kicillof ya se posiciona como un candidato presidencial con intenciones claras.
En comparación, la derrota de Milei es devastadora. Trece puntos de desventaja en la provincia más poblada del país es, sin duda, una tragedia para cualquier oficialismo. Recordemos el impacto del resultado electoral de Mauricio Macri en 2019 con una diferencia similar, que desató un terremoto político y financiero.
La derrota de Milei no puede atribuirse simplemente a un error ocasional, sino a una mala praxis política que ha dejado huellas profundas. Los responsables de esta debacle tienen nombres concretos, como los Menem y Sebastián Pareja y por supuesto Karina, "La Jefa".
El cierre de listas excluyó a la base genuina del mileísmo, relegando a los jóvenes de un partido que debería nutrirse de su entusiasmo, y priorizando a figuras recicladas de otros espacios, muchas de ellas impresentables, lo peor de la casta buscaron.
La soberbia ha agudizado la situación. Si queremos construir un gobierno efectivo, es fundamental recordar que esto no puede hacerse a los gritos ni a través del resentimiento.
Pero, sin duda, lo que más socavó los cimientos del mileismo fue el maltrato a los jubilados, el veto en contra de los discapacitados y, como frutilla del postre, el artero ataque a Luis Juez por parte de un personaje despreciable que seguramente será señalado como uno de los grandes responsables de la derrota. El Gordo Dan es, sin duda, el Herminio Iglesias del mileismo. La famosa motosierra pasó solo sobre los más pobres, los jubilados y los discapacitados. También pasó por el Garraham. La motosierra no pasó para los que desde hace tantos años viven de la política y siguen esquilmándola. Milei tiene que ser coherente con su discurso, con el que lo llevó a la presidencia.
La ciudadanía ha hablado con claridad: no más soberbia, no más desdén, no más insultos. La demanda es evidente: más política, más acuerdos y menos confrontación. Argentina exige un tono más conciliador y una lógica de construcción de consensos.
El gobierno enfrenta una decisión crucial: corregir el rumbo político o continuar en su camino de aislamiento. Por su parte, Milei aún posee un capital político capaz de permitirle recomponerse, aunque la advertencia ya está clara.
La gente ha hablado, y lo ha hecho con fuerza. Es el descontento del pueblo, y eso no puede ser ignorado. La ciudadanía exige una política más responsable y efectiva. Por ahora Milei logró lo contrario a lo que buscaba, le sacó el último clavo al cajón del kirchnerismo y el muerto resucitó, ahora vamos a ver cómo actúa, pero seguramente viene más radical que nunca.












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