
Otra derrota electoral podría poner al gobierno libertario de Milei al borde del abismo
OPINIÓN


Por RICARDO ZIMERMAN
La derrota en Buenos Aires encendió todas las alarmas en la Casa Rosada. Javier Milei, visiblemente afectado, llegó el lunes decidido a revisar su equipo político, pero atrapado en las tensiones internas que lo acompañan desde el inicio de su mandato. Este golpe electoral no solo cuestiona su estrategia política, sino que también evidencia la fragilidad de un gobierno libertario que aún busca consolidarse. A pesar de los rumores sobre cambios drásticos, las presiones internas y la influencia decisiva de Karina Milei terminaron frenando cualquier movimiento que pudiera interpretarse como una señal de debilidad.
El episodio reveló un problema estructural: Milei parece creer que los fracasos políticos no se deben a su plan económico —que defiende con fervor— sino a las piezas defectuosas de su armado político. En las primeras horas del lunes, se habló de desplazar a Eduardo “Lule” Menem, a Sebastián Pareja e incluso de limitar el protagonismo de Martín Menem en Diputados. Pero Karina, “El Jefe”, intervino para blindar al núcleo duro del mileísmo. Su rol trasciende al de hermana presidencial: es el eje que mantiene en pie un esquema de poder personalista. Y esa dinámica interna impide movimientos audaces en un momento crítico.
La creación de una nueva mesa política sonó más a maquillaje que a estrategia. Cambiaron las sillas, pero no los protagonistas. Guillermo Francos y Patricia Bullrich son, en ese grupo, las únicas figuras con experiencia suficiente para ofrecer algo distinto. Sin embargo, Francos necesita más autoridad para negociar y menos perfil de “ambulancia” política. Bullrich, por su parte, navega en la ambigüedad: algunos en el gobierno quieren conservarla en Seguridad pero apartarla de la boleta de octubre. Ese doble juego, dicen en Balcarce 50, podría dejar heridas abiertas.
Milei parece subestimar la memoria política de los gobernadores. Los insultó, les retaceó fondos y luego espera que lo acompañen en su reconstrucción. Muchos de ellos sostienen que el superávit fiscal se logró a costa de recursos provinciales y del deterioro de servicios clave. El Presidente planea reuniones individuales para recomponer vínculos, pero la desconfianza es profunda: seis mandatarios ya formaron un bloque propio para alejarse tanto del mileísmo como del kirchnerismo.
El caso de Patricia Bullrich también expone la lógica interna del poder. Su candidatura a senadora por la Capital fue idea de Karina Milei: una jugada para quitarse de encima a una ministra incómoda. Pero Bullrich podría convertirse en una voz crítica desde el Senado tan pronto como asuma. Eso suma incertidumbre a un oficialismo que no puede permitirse más fugas.
La derrota bonaerense no se explica solo por errores de campaña. Francos admitió lo evidente: los logros macroeconómicos —inflación en baja, dólar estable— no llegaron a la vida cotidiana. La gente vota con el bolsillo y no con gráficos de Excel. El Gobierno no avanzó en reformas previsional, laboral e impositiva que pudieran aliviar la carga sobre la clase media. Cuando aliados propusieron cambios concretos, la respuesta desde el entorno de Milei —particularmente de Santiago Caputo— fue acusarlos de querer “llevarse las cajas”. Esa visión reduccionista alimentó la sospecha de que el mileísmo cuida más los recursos para su control que para gestionarlos eficientemente.
A eso se sumaron los escándalos: la criptomoneda $LIBRA y los audios del ex director de la Agencia Nacional de Discapacidad. Ambos casos mostraron un costado vulnerable del oficialismo y alimentaron la percepción de que el gobierno libertario no está inmune a las viejas prácticas que prometió desterrar.
Mientras tanto, en el PRO, el pase de facturas es feroz. Los que apostaron por Milei sienten que pagaron un alto costo político y temen perder todavía más si el oficialismo vuelve a tropezar en octubre. El silencio de Mauricio Macri es tan elocuente como su enojo: apoyó al Presidente en el momento decisivo y, a cambio, recibió destrato. Si Milei pierde otra vez, el PRO podría romper filas y dejarlo aislado.
Ese es el verdadero peligro: no solo una nueva derrota electoral, sino el efecto dominó que podría desatar en un Congreso fragmentado, en las provincias y en los mercados. Un peronismo revitalizado —que sabe jugar en la adversidad y “oler sangre”— ya empieza a preparar el terreno. Y si algo enseña la historia argentina es que las crisis políticas suelen acelerarse cuando un presidente queda solo.
Milei debe entender que su legitimidad no descansa solo en las cuentas fiscales ni en su carisma mediático. Necesita ampliar el círculo, escuchar consejos y asumir que gobernar no es solo combatir al “casta”, sino sumar voluntades en un país cansado de experimentos fallidos. Octubre será un examen decisivo. Otra derrota podría poner al gobierno libertario al borde del abismo.






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