


Por RICARDO ZIMERMAN
En política, los golpes electorales suelen tener un efecto inmediato: obligan a reordenar las piezas del tablero. La derrota en la provincia de Buenos Aires golpeó fuerte a Javier Milei y lo empujó a una estrategia que alterna entre la autocrítica a puertas cerradas y la polarización encendida en público. El Presidente, fiel a su estilo, redobló las apuestas: eligió la confrontación directa, sin matices, para blindar su proyecto libertario.
La frase con la que abrió fuego después de la votación en el Congreso es sintomática: “En el Partido del Estado tenés a los kukas y a los ‘antikukas’ que votan igual que los kukas, pero disfrazados de republicanos”. Milei necesita un enemigo claro y, si es necesario, lo fabrica. Con ese golpe de efecto buscó dejar en evidencia no solo a sus adversarios naturales —el kirchnerismo y las centrales sindicales— sino también a la oposición moderada, a la que acusa de encubrir el statu quo. La etiqueta “Partido del Estado” es un recurso narrativo potente: condensa su tesis de que todos, salvo él, son parte de un mismo sistema decadente.
Al vincular la continuidad de las fuerzas tradicionales con el éxodo de jóvenes argentinos —“Votar a cualquiera de las versiones del Partido del Estado es votar que tus hijos se vayan para Ezeiza”—, Milei conecta su discurso con una angustia palpable en la sociedad. El temor a la emigración masiva de talentos es real, y el Presidente lo usa para reforzar su relato: solo el shock libertario puede evitar el derrumbe definitivo. “La Libertad Avanza o Argentina retrocede” no es solo un eslogan, es el núcleo de una narrativa que necesita contrastes absolutos.
Esta estrategia no es nueva. En la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Paraguay, Milei ya había advertido que “no hay terceras vías en este camino” y que cualquier moderación “es funcional al sistema decadente”. Citando a Ludwig von Mises, volvió a dibujar una frontera tajante entre el capitalismo de libre empresa y el socialismo real. La idea es clara: en tiempos de crisis, las medias tintas no seducen. La política del blanco o negro —el “todo o nada”— es la que lo llevó a la presidencia y es, a su juicio, la única que puede mantenerlo a flote.
Pero el escenario es distinto al de su meteórico ascenso. Los reveses en Buenos Aires y en el Congreso han dejado al Gobierno sin la sensación de invulnerabilidad que lo acompañaba. Por eso, mientras Milei se muestra en público como un gladiador ideológico, en Olivos se cocina una autocrítica que sugiere que algo falló en la estrategia bonaerense. La reunión con referentes de las 24 provincias y los principales candidatos bonaerenses apunta a recomponer filas. El diagnóstico es crudo: José Luis Espert, otrora pieza clave para penetrar en el conurbano, ya no funciona como imán electoral. La mesa que Karina Milei armó —con Santiago Caputo, Cristian Ritondo, Diego Santilli y varios intendentes— deberá redefinir prioridades sin caer en nuevas fracturas.
Aquí surge la tensión central de la apuesta mileísta: ¿cómo conciliar la moderación táctica que algunos asesores reclaman —un Milei más empático, cercano, con tono moderado— con la esencia disruptiva que lo hizo presidente? El intento de mostrarlo más “presidencial” en actos como el que planea en Córdoba no debe confundirse con un giro ideológico. Más bien es un maquillaje temporal, un esfuerzo por suavizar las aristas sin abandonar el filo del discurso.
La visita a provincias clave como Santa Fe, Corrientes y Mendoza busca reforzar su conexión con el electorado que le dio la victoria en 2023. Pero el riesgo es evidente: la polarización permanente, tan efectiva para captar atención, puede desgastar cuando los resultados económicos no acompañan. El ajuste es doloroso, y aunque el Gobierno insiste en que “la Libertad Avanza o Argentina retrocede”, la paciencia social tiene límites.
Milei parece convencido de que el gradualismo es sinónimo de fracaso. “Los argentinos ya ensayamos en el pasado cambiar de forma gradual… esa experiencia fracasó”, dijo. Es un mensaje que busca blindar su plan frente a las críticas, pero también una advertencia: no habrá concesiones. La pregunta es si la sociedad argentina, golpeada por la inflación y la recesión, aceptará otro salto al vacío.
En definitiva, la jugada de Milei es clara: intensificar la polarización para disimular las fisuras internas y el retroceso electoral. Pero las campañas no se ganan solo con consignas brillantes ni con enemigos imaginarios. En algún momento, el presidente deberá mostrar resultados concretos que respalden su relato. De lo contrario, el riesgo es que el “Partido del Estado” que denuncia termine ampliándose para incluir a un electorado desencantado que, en 2025, podría darle la espalda.







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