


Por RICARDO ZIMERMAN
Hay algo más revelador que las palabras y los gestos de los dirigentes: los cambios sociales que, a través de ellos, se insinúan. Que Javier Milei y Axel Kicillof, dos figuras históricamente inmoderadas, se presenten ahora como políticos que proclaman el consenso no es una casualidad. Milei lo hace tras un revés electoral en Buenos Aires que sonó a reprimenda nacional. Kicillof, luego de una victoria en el mismo territorio, pero con la ambición —ya explícita— de escalar hacia la Presidencia en 2027.
Milei, acostumbrado a los insultos televisivos y a las metáforas provocadoras, habló en cadena nacional con una serenidad que sorprendió incluso a sus aliados. Kicillof, que defendió la confiscación de YPF como una gesta “valiente” aun cuando puede costarle al país US$16.000 millones, conversó con comodidad con LN+ y Clarín, los medios que solía demonizar. Ambos advirtieron lo mismo: la sociedad argentina, fatigada de extremos y fracasos, no acepta fácilmente las soluciones rupturistas.
Ese giro no elimina tensiones. Dentro del peronismo, el moderado Kicillof emerge como presidenciable y desplaza la centralidad de Cristina Kirchner. La vicepresidenta, cada vez más recluida, sigue creyéndose árbitro del movimiento, pero la novedad de Kicillof incomoda a su propio espacio tanto como preocupa a Milei. El Presidente, que busca revertir el resultado bonaerense en las legislativas del 26 de octubre, entendió que debe seducir otra vez a la clase media baja que lo acompañó en 2023 y lo abandonó en septiembre.
Según los datos de Guillermo Oliveto, ese segmento es decisivo: un 26% del electorado, sin subsidios ni privilegios, al que la política de ajuste golpeó con dureza. Milei prometió disciplina fiscal, pero presentó un presupuesto 2026 que modera las metas comprometidas con el FMI: en vez de un superávit del 2,2% del PBI, habló de 1,5%. Un mensaje de prudencia que el Fondo tolerará, pero que revela las limitaciones de su programa. Los números son más una expresión de deseos que un plan firme: inflación del 10% anual y un dólar oficial a $1423 en diciembre de 2026. Proyecciones que suenan a ficción en un país que ha hecho del refugio en el dólar una costumbre cultural.
Mientras intenta un tono más templado, Milei sigue cometiendo errores de cálculo político. Vetó leyes sobre fondos para el Hospital Garrahan y las universidades sin asegurarse de tener los votos para sostener esos vetos. Ahora, Diputados podría reunir los dos tercios necesarios para revertirlos. Lo mismo ocurrió con su enfrentamiento con el gobernador tucumano Osvaldo Jaldo, antes un aliado. La decisión de enviar a su hermana Karina a desafiarlo, en medio de denuncias que la salpican, desconcertó incluso a los suyos. Esas peleas innecesarias debilitan su posición justo cuando necesita apoyo legislativo.
Kicillof, por su parte, también improvisa. Construye su candidatura presidencial con premura, quizás alentado por sectores del peronismo que fantasean con una renuncia de Milei. Felipe Solá y Sergio Berni especularon en público con esa hipótesis, un gesto irresponsable que erosiona las instituciones. El gobernador bonaerense parece querer capitalizar el desconcierto libertario, pero su historial económico —la estatización de YPF, el déficit estructural— sigue pesando. Y, a diferencia de Milei, se ha negado a admitir errores.
La moderación en las formas no implica cambios en las convicciones. Milei no abandonó su credo antiestatista; Kicillof no renunció a su visión intervencionista. Pero ambos entendieron que los votantes premian la negociación y castigan la arrogancia. En una democracia fatigada, las formas pesan. Milei fue criticado por despreciarlas; Kicillof, por convertir el sectarismo en método. Hoy ambos corrigen el rumbo.
El Presidente tiene por delante un desafío: transformar el gesto moderado en resultados tangibles para la clase media baja. Los anuncios de aumentos del 5% por encima de la inflación para jubilaciones en 2026 son percibidos como insuficientes, más aún sin compensación por las pérdidas de 2023 y 2024. Los jubilados, variable de ajuste histórica, no encuentran alivio. A esto se suman las universidades, que rechazan los aumentos previstos para 2026 tras sufrir un recorte de $40.000 millones este año.
En las próximas semanas, Milei enfrentará votaciones decisivas y un humor social volátil. Hizo una autocrítica pública, algo que Kicillof aún evita. Pero las autocríticas valen por los hechos que las acompañan, no por las palabras. Si Milei insiste en decisiones unilaterales, se arriesga a nuevos golpes en el Congreso y en los mercados. Si Kicillof confunde moderación con oportunismo, puede ver desinflarse una candidatura que aún necesita cimentar.
La sociedad argentina parece haber enviado una advertencia: no hay margen para extremismos. Pero también exige coherencia. Los gestos de moderación son apenas un inicio. Los próximos meses dirán si Milei y Kicillof entendieron de verdad el mensaje o si, como tantas veces en la política argentina, todo quedará en una actuación pasajera.







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