Milei baja el tono, busca consensos y prueba un giro que podría llegar demasiado tarde

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Por RICARDO ZIMERMAN

Javier Milei volvió a sorprender anoche, pero no por un exabrupto ni por un golpe de efecto disruptivo. El presidente que llegó al poder a fuerza de gritos, motosierra y descalificaciones decidió, al menos por veinte minutos, enterrarlo todo. Sin insultos ni gestos altisonantes, el libertario se mostró abierto a trabajar “codo a codo con gobernadores, diputados y senadores que quieren una Argentina distinta”. Y lo hizo en el momento de mayor fragilidad de su gestión, apenas diez días después de la derrota en Buenos Aires que desnudó los límites de su estrategia de confrontación permanente.

El anuncio del Presupuesto 2026 fue más que un trámite contable: fue un intento explícito de reconquistar a un electorado que empieza a darse vuelta. Milei prometió aumentos en jubilaciones (+5%), salud (+17%), educación (+8%) y pensiones por discapacidad (+5%), además de una asignación de 4,8 billones de pesos para las universidades nacionales. Es, en los hechos, una moderación del ajuste. Un giro que venían pidiendo en voz baja sectores del propio gabinete, como la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello.

La derrota bonaerense funcionó como un baldazo de realidad: mostró que el capital político de Milei no es infinito y que la sociedad, golpeada por el programa económico, no está dispuesta a soportar indefinidamente la motosierra. También reveló las fracturas internas. En la Casa Rosada se multiplican las versiones sobre tensiones entre el círculo de Santiago Caputo y el ala encabezada por Karina Milei. Las señales de desorden se amplifican en los mercados: el dólar rozó el techo de la banda y las acciones volvieron a caer, encendiendo alarmas en el “círculo rojo”.

A eso se suma el frente judicial: esta semana se levantará el secreto de sumario en la causa por supuestos pagos de coimas en el área de discapacidad, detonada por los audios de Diego Spagnuolo y mencionada por el consultor Fernando Cerimedo. Es un escándalo que algunos en el Gobierno siguen con atención, temiendo un impacto directo en la imagen presidencial.

En este contexto, el giro discursivo de Milei es una admisión tácita de que la confrontación ya no le alcanza. El presidente no solo pidió apoyo a los gobernadores: incorporó a su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, en la mesa de negociación con las provincias, un gesto que algunos mandatarios valoraron como señal de apertura. También ascendió a Guillermo Francos, una exigencia del establishment para recomponer puentes. Y giró 12.500 millones de pesos en ATN a Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Chaco, un alivio financiero que muchos leyeron como un gesto de buena voluntad.

Pero la tarea es titánica. Muchos gobernadores, incluso aquellos que sellaron acuerdos electorales con Milei, todavía dudan de que las promesas se conviertan en hechos concretos. La sesión convocada en Diputados para tratar el veto al financiamiento universitario y la emergencia pediátrica será una prueba de fuego. Una derrota legislativa, combinada con una movilización masiva en la calle, podría profundizar la sensación de zozobra que sobrevuela en el oficialismo y en los mercados.

Hay además un factor simbólico que no pasó desapercibido: Milei no cerró su discurso con su habitual “¡Viva la libertad, carajo!”. Un detalle, sí, pero que muchos interpretaron como una señal de que el presidente entiende que su estilo incendiario ya no le suma. “Parece que sí había plata”, le devolvieron desde la oposición, en una frase que resume el dilema del Gobierno: después de meses de ajuste sin concesiones, reconocer ahora que había margen para subir partidas puede ser leído como oportunismo más que como sensibilidad.

El libertario enfrenta un momento bisagra. Si el cambio de tono se convierte en una estrategia sostenida, podría recomponer parte de su relación con la sociedad y con los aliados políticos. Si es solo un gesto aislado, corre el riesgo de profundizar la percepción de improvisación. Los estudios recientes, como el de la Fundación Observatorio PyME, muestran que el empleo en las pequeñas y medianas empresas atraviesa un retroceso comparable a las crisis de 2008 y 2018. Ese malestar económico, sumado a la caída de actividad en sectores clave, alimenta la desilusión entre votantes que hace apenas un año confiaron en su promesa de un cambio radical.

Anoche, Milei eligió la moderación. La pregunta es si lo hizo por convicción o por necesidad. Y, más importante aún, si no llega demasiado tarde para recuperar la potencia política que lo llevó hasta la Casa Rosada. Porque, aunque los gestos son valiosos, la Argentina cansada y desconfiada espera resultados concretos. Y en la política, las segundas oportunidades no siempre existen.

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