
El poder licuado y el reloj electoral: el Gobierno de Milei en su hora más frágil
OPINIÓN


Por RICARDO ZIMERMAN
Eduardo “Lule” Menem desapareció del mapa como si lo hubiera tragado la tierra. Fue, hasta hace poco, la sombra indispensable de Karina Milei, la hermana que dominaba las lapiceras y las listas, el pulso real del mileísmo. Hoy, Karina también parece empequeñecida, rodeada de mesas y comisiones que más que decidir, simulan. En política, cuando el poder se licúa, el vacío no tarda en llenarse de intrigas.
Santiago Caputo, el “consultor estrella”, tampoco es el mismo. Los registros televisivos lo mostraron en La Plata, el domingo de la debacle bonaerense, con el gesto desencajado de quien asiste al naufragio. Ahora debe debatir sus estrategias con dirigentes a los que antes apenas saludaba. Martín Menem, presidente de Diputados, fue rescatado in extremis por Karina para evitar un costo político mayor. Luis Caputo, el ministro de Economía, acudió a un canal amigo para tranquilizar a los mercados y, al día siguiente, la economía volvió a temblar. Hay momentos en que callar es más prudente que llenar el aire de promesas vacías.
La escena más corrosiva, sin embargo, vino de Fernando Cerimedo. El gurú digital, fundador de La Derecha Diario y hasta hace poco íntimo del mileísmo, se sentó ante el fiscal Franco Picardi y ratificó los audios de Diego Spagnuolo. Dijo que escuchó mencionar a Karina Milei y a Lule Menem en un supuesto circuito de coimas con la droguería Suizo Argentina. Su testimonio pulverizó la defensa de los Kovalivker, que pretendían desactivar la investigación alegando que la grabación original era clandestina. La legitimación de Cerimedo transformó el rumor en evidencia política. Y, de paso, envenenó aún más la campaña. Erradicar “la casta” era también erradicar sus peores prácticas.
En medio del escándalo, el Gobierno promete que “nada cambiará” en economía hasta octubre. Suena a amenaza más que a compromiso. Después de las elecciones, Milei había endurecido la política monetaria para frenar la inflación. Ahora, tímidamente, vuelve a aflojar. Los bancos se quejaron porque les inmovilizaron pesos; el Ejecutivo cedió. El dólar roza peligrosamente el techo de la banda cambiaria y Caputo promete no usar más fondos del Tesoro para intervenir. Depende del préstamo del Fondo Monetario, pero ya en 2018 la historia le costó su cargo por la misma razón.
El riesgo país, termómetro de la desconfianza, superó los 1000 puntos tras la derrota bonaerense y nunca bajó. Milei no puede refinanciar deuda ni acceder a crédito externo mientras los inversores prefieran bonos del Tesoro norteamericano al 4,5%. En tiempos de Macri, el riesgo país llegó a 300 puntos con déficit fiscal de 4%. Ahora, con superávit y ajuste, la Argentina paga el triple. Los números no son solo números: son reflejo de un liderazgo debilitado, de un Congreso rebelde y de mercados que desconfían de los manotazos presidenciales.
A esta fragilidad se suma el fuego cruzado con los gobernadores. Milei vetó una ley consensuada para distribuir mejor los Adelantos del Tesoro Nacional, justo cuando el flamante ministro del Interior, Lisandro Catalán, buscaba tender puentes. Lo dejó sin herramientas. En el Congreso ya preparan el rechazo de varios vetos, entre ellos el de financiamiento universitario y el del hospital Garrahan. En política, las alianzas se negocian; Milei parece preferir las trincheras.
El peronismo, por su parte, festeja en Buenos Aires, aunque perdió un millón de votos respecto de 2023. La realidad es que el mileísmo dilapidó dos millones de sufragios prestados por Juntos por el Cambio y, peor, dejó en casa a un electorado desmotivado. Apenas votó el 60% en una provincia que suele superar el 75%. Algunos oficialistas creen que el filtro del voto extranjero en las nacionales podría ayudarlos. Es una ilusión: los ausentes, en su mayoría, son propios.
Entre los rumores más inquietantes circula la palabra “acefalía”. José Mayans y Ricardo Quintela declararon que el Gobierno “está acabado”. Juan Schiaretti, prudente, repite que Milei debe terminar su mandato, pero reconoce que los cuchillos ya están sobre la mesa. En la Argentina, las operaciones políticas no esperan a las urnas.
Las encuestas muestran una percepción creciente de que la economía empeorará y ubican a la corrupción como segunda preocupación nacional. Ese dato es letal para un presidente que hizo campaña prometiendo barrer la mugre. La derrota en Buenos Aires mostró que Milei puede perder. Y las sociedades, como saben los estrategas, suelen alinearse con los ganadores. El reloj corre: el 26 de octubre no solo definirá bancas; definirá si el mileísmo sobrevive o comienza a escribirse el obituario de su revolución prometida.








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