


Por Carlos Zimerman
El peronismo, en su actual manifestación, se ha aliado con una variedad de actores políticos que parecen representar una versión añeja y en descomposición de la política argentina, incluyendo a radicales arcaicos, miembros de partidos de izquierda y figuras políticas que se resisten a dejar atrás antiguas prácticas y discursos. Esta coalición, lejos de ofrecer un proyecto viable para el país, se presenta como una amenaza latente, percibiendo la inestabilidad y el descontento social como un terreno fértil para su resurgimiento. En este contexto, se despliega una narrativa que deja claro que están "oliendo" sangre, una expresión que simboliza su deseo de aprovechar cualquier debilidad en el gobierno actual para reinstaurar su hegemonía.
Históricamente, estos grupos han estado en el centro de decisiones que han contribuido al deterioro institucional y económico de Argentina. Su relación simbiótica con el Estado se ha traducido en una dependencia excesiva de los ingresos fiscales para sustentar un sistema clientelista que beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría. La frustración de muchos ciudadanos se agrava al ver cómo sus aportes son malgastados en un sistema que, en lugar de ofrecer oportunidades, perpetúa la corrupción y el clientelismo. Así, esta facción de la política argentina se presenta no solo como un obstáculo a la modernización y el progreso, sino como un verdadero estigma para el desarrollo de un futuro sustentable.
Si bien el actual presidente, Javier Milei, enfrenta críticas y dudas sobre la dirección de su gestión, es imperativo reconocer la magnitud del desafío que implica su gobierno: no solo debe abordar una economía desbordada por la inflación y el desempleo, sino también navegar en un mar de antagonismos políticos. Es cierto que algunas de sus políticas requieren un examen crítico; sin embargo, lo esencial en este momento es prestar atención a la dinámica política que rodea su administración. La posibilidad de que el país regrese a las prácticas del kirchnerismo, es una amenaza que resuena en el imaginario colectivo, avivando temores de retrocesos en derechos y libertades.
Los ciudadanos de bien, los que solo sabemos trabajar y nuca vivimos del Estado ni fuimos "ñoquis", debemos unir fuerzas para contrarrestar las ideas golpistas que buscan socavar la estabilidad del gobierno, recordando que la elección del cambio en 2023 representa un mandato para avanzar hacia una Argentina que se concibe sin las lacras de la inflación, con una seguridad ciudadana garantizada y con la aspiración de insertarse en la comunidad internacional como un país serio. Esta misión exige un compromiso colectivo para rechazar el regreso de un modelo que ha demostrado su incapacidad.
Por lo tanto, es crucial elevar la voz y fortalecer la resistencia contra aquellos que, al ver amenazadas sus prerrogativas, apuestan por desestabilizar al gobierno. La lucha no se limita a una victoria en las urnas, sino que se extiende hacia la construcción de un país donde las esperanzas y sueños de cada argentino sean resguardados y donde la posibilidad de un futuro próspero esté al alcance de todos.
La movilización ciudadana, el debate informado y el compromiso con la democracia serán nuestras mejores armas en este desafío. En definitiva, aquellos que anhelan un futuro diferente no se rendirán ante las presiones de quienes defienden un pasado que debe permanecer en el olvido.











El Gobierno teme un nuevo revés en el Congreso y su impacto en los mercados

Sturzenegger reclama apoyo a Milei y alerta sobre las “cajas” del kirchnerismo en la antesala de una votación clave
