Entre la soberbia política y el riesgo de perder el rumbo

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
ChatGPT Image 21 sept 2025, 12_40_39

ricardo

Por RICARDO ZIMERMAN

En la Argentina política actual, acompañar al gobierno de Javier Milei resulta tan incómodo para los defensores de la democracia como lo fue respaldar al anterior oficialismo. La administración libertaria cometió un error cardinal desde el inicio: menospreció a quienes podían haber sido sus aliados naturales. El PRO, fuerza con experiencia territorial y estructura, fue humillado al verse forzado a asumir símbolos ajenos y renunciar a su identidad histórica. Esta estrategia, lejos de ampliar el espacio de Milei, generó un resentimiento que hoy condiciona seriamente la gobernabilidad.

La torpeza quedó al descubierto en Corrientes, donde el presidente y sus operadores solicitaron al gobernador radical su estructura partidaria. Pedir a un dirigente con años de trabajo político que entregue su capital sin ofrecer respeto ni reciprocidad es una muestra de desconexión con las reglas básicas del poder. El rechazo del gobernador fue lógico y previsible. Sin embargo, el oficialismo insistió en repetir esta táctica en otras provincias como Salta y Tucumán, sumando derrotas y frustraciones que desnudan su aislamiento fuera del fervor antisistema que lo llevó a la Casa Rosada.

El kirchnerismo, mientras tanto, sigue jugando su propio papel. Cristina Kirchner y su círculo no han comprendido que su protagonismo permanente es un regalo para Milei. Al negarse a correrse de la escena, facilitan que el oficialismo etiquete como “K” a toda la oposición y, al mismo tiempo, comprometen las aspiraciones de Axel Kicillof de convertirse en un candidato competitivo. Si la ex presidenta tuviera la lucidez de callar, su silencio golpearía al Gobierno más que cualquier discurso cargado de nostalgia o bronca. Pero en el escenario argentino, el ego suele pesar más que la estrategia.

Otro error profundo del oficialismo ha sido imponer una cultura del enfrentamiento total. En la lógica libertaria, cualquier crítica es sinónimo de traición. Periodistas, economistas liberales de prestigio o dirigentes aliados que plantean reparos son convertidos en enemigos públicos. El episodio reciente entre Cristian Ritondo y Silvia Lospennato dentro del PRO es apenas una postal de esta degradación: en lugar de debate y construcción política, se privilegia el grito y la descalificación personal. Intentar sostener vetos presidenciales sin fuerza legislativa es insistir en una batalla perdida y desgastar innecesariamente el poder propio.

Los errores en políticas sensibles agudizan el problema. La polémica sobre el Hospital Garrahan, la emergencia pediátrica y las prestaciones para personas con discapacidad mostró un fanatismo economicista difícil de justificar en una sociedad golpeada por la crisis. Con las universidades ocurrió algo similar: la discusión sobre su financiamiento es legítima, incluso necesaria, pero la Casa Rosada la planteó con soberbia, sin diálogo ni datos sólidos. El resultado fue el contrario al buscado: fortaleció a sus adversarios y encendió la desconfianza entre sectores moderados.

El modo en que Milei trata a sus colaboradores también revela un patrón preocupante. Varios ex funcionarios, entre ellos una canciller y un viceministro de Economía, fueron desplazados de manera abrupta, solo para convertirse luego en críticos implacables del propio gobierno. La falta de gratitud y el desprecio hacia quienes lo apoyaron son síntomas de un liderazgo que confunde dureza con fortaleza. La anécdota del acto escolar en el que Milei continuó hablando mientras un niño se desmayaba —convertida en símbolo por sus detractores— ilustra ese estilo frío y distante que hoy erosiona su relación con la sociedad.

En el frente económico y social, las señales son preocupantes. La moneda tambalea, las leyes encuentran resistencia en el Congreso y la tensión en la calle aumenta. Los gobernadores, figuras muchas veces subestimadas, emergen ahora como posibles articuladores de un diálogo que el oficialismo ha evitado. Si Milei continúa encerrado en su torre de convicciones, sin tender puentes, corre el riesgo de transformar su promesa de cambio en un espejismo. Incluso periodistas y analistas que antes lo defendían con fervor comienzan a moderar su entusiasmo o a expresar abiertamente su desilusión.

La política no es solo confrontación ni un concurso de slogans. Es, sobre todo, la capacidad de generar consensos, de reconocer errores y de cuidar las relaciones que permiten gobernar. El desprecio a los aliados, el insulto fácil y la falta de autocrítica solo conducen al aislamiento. Si el Gobierno insiste en esta actitud, el desgaste será rápido y profundo, porque ni los mercados ni la ciudadanía toleran indefinidamente la soberbia como método.

Javier Milei aún puede corregir el rumbo. A diferencia de Cristina Kirchner —cuya permanencia en escena solo fortalece al oficialismo que dice combatir—, el presidente tiene margen para reconstruir puentes y recuperar confianza. Pero esa oportunidad exige abandonar el tono altanero y comprender que gobernar es, ante todo, pacificar y generar consensos. Sin esa comprensión, el experimento libertario puede convertirse en otra frustración para una sociedad que ya ha visto demasiadas promesas incumplidas.

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto