
Cuando Washington pone orden y Balcarce 50 no puede: Milei y la urgencia de alinear las filas
OPINIÓN


Por RICARDO ZIMERMAN
El Gobierno de Javier Milei acaba de recibir un respaldo histórico desde donde menos se lo esperaba: la Casa Blanca. En medio de un vendaval financiero que obligó al Banco Central a vender más de USD 1.000 millones en cuestión de días, la administración libertaria logró destrabar un salvavidas político y económico con el Tesoro norteamericano. Un gesto que no solo despeja dudas sobre la continuidad del programa económico, sino que también expone, con crudeza, la paradoja central del oficialismo: Washington confía en Milei, pero en la Casa Rosada reina la desconfianza.
La secuencia es conocida: durante el fin de semana, el ministro Luis “Toto” Caputo, Santiago Bausili y José Luis Daza negociaron a contrarreloj con Scott Bessent, mientras Santiago Caputo movía sus fichas por fuera de los despachos oficiales. Estados Unidos no solo preguntó por el frente financiero: exigió un diagnóstico político. Pidió un informe express sobre cómo quedaría el Congreso tras el recambio legislativo. La respuesta fue brutal: “La plata puede llegar, pero primero garanticen gobernabilidad”.
Ese mismo domingo, casi de madrugada, llegó la señal clave: la confirmación de un apoyo financiero potencial de hasta USD 20.000 millones. ¿Alivio? Sí. ¿Problema resuelto? Para nada. Porque, al tiempo que el respaldo externo se afianzaba, la interna libertaria se hacía cada vez más inmanejable.
En Balcarce 50 lo admiten: el esquema actual es insostenible. Hay una mesa política que no baja línea, múltiples voceros que se pisan entre sí y sectores enfrentados que, en lugar de coordinar, compiten. El “caputismo” acusa al “karinismo” de frenar acuerdos con gobernadores. El “karinismo” retruca señalando que el área económica se adueñó de las decisiones políticas. Resultado: un festival de egos que entorpece cualquier estrategia.
El flamante ministro del Interior, Lisandro Catalán, intenta tender puentes con las provincias, pero lo hace sin una señal clara de que su rol sea prioritario. Guillermo Francos quiere ordenar, pero no todos lo reconocen como jefe real de la negociación. Martín Menem juega en Diputados su propia partida. Y Santiago Caputo mantiene conversaciones transversales sin que nadie sepa hasta dónde llegan sus compromisos. Una orquesta sin director.
Mientras tanto, los gobernadores huelen sangre. Saben que Milei necesita sus votos para aprobar las reformas de segunda generación. Algunos dicen que con 16 mandatarios se puede armar una base sólida; otros reducen el número a 12. Pero todos coinciden en lo mismo: en plena campaña electoral, los incentivos para colaborar con el oficialismo son mínimos. Y si desde adentro del Gobierno se transmiten señales contradictorias, menos aún.
La paradoja libertaria es evidente. Afuera, Milei se vende como un líder fuerte, con capacidad de seducir al establishment global y obtener la bendición de la Casa Blanca. Adentro, su gabinete es un campo de batalla cruzado por sospechas, celos y reproches. Lo dijo un alto funcionario: “O nos ordenamos hacia adentro o nos chocamos contra un paredón”.
En política, como en la vida, no hay nada peor que la desconfianza. Y eso es lo que hoy impera en el oficialismo. El caputismo cree que los operadores de Karina Milei se han transformado en la “máquina de impedir”. Los karinistas sostienen que el área económica los dejó afuera de la negociación con el Tesoro. Unos y otros coinciden en algo: la interna está paralizando la gestión y complicando la coordinación de la campaña.
El problema es que, con la elección legislativa a la vuelta de la esquina, el reloj no se detiene. Milei va a necesitar un discurso componedor para convocar a la oposición y tejer acuerdos básicos. Pero antes, deberá hacer lo que más le cuesta: ordenar su propia tropa. Definir quién manda, quién negocia, quién habla y quién se calla. Porque ninguna ayuda externa, ni siquiera la de Washington, alcanza si la pelea interna se convierte en un boomerang.
En definitiva, Milei tiene dos frentes abiertos. Uno, el financiero, que parece estabilizado gracias al espaldarazo norteamericano. Otro, el político, que amenaza con devorarlo desde adentro. Si no logra resolver este segundo frente, el primero puede desmoronarse en cuestión de semanas. Porque la economía sin política no existe. Y porque ningún presidente, por más carisma o respaldo internacional que tenga, puede gobernar con un equipo que desconfía de sí mismo.
La urgencia, entonces, está clara: menos teorías libertarias, más pragmatismo político. Menos egos en Balcarce 50, más línea clara desde el despacho presidencial. Y sobre todo, una certeza: Estados Unidos puede abrir la billetera, pero Milei tiene que cerrar la interna.









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