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2022, un trampolín para un mejor 2023

OPINIÓN 13/01/2022 Marcos Novaro*
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Una de las grandes ventajas que ofrece la crisis actual, en comparación con otras que le precedieron, es que todo o casi todo sucede en cámara lenta, así que nos da tiempo para pensar y reaccionar mejor. 

La gobernabilidad conservadora que garantiza un peronismo casi en su totalidad alineado detrás de la gestión nacional es la principal causa de ese paso lento con el que suceden las cosas. La multiplicación de mecanismos institucionales, económicos y sociales que traban el curso a la larga inevitable de los acontecimientos hace el resto.

Así, la inflación se acelera, pero no se descontrola. Las divisas escasean, porque las inversiones huyen, pero no hay corrida cambiaria. La pobreza sigue aumentando y con ella las protestas, pero la sociedad argentina termina siendo, al menos de momento, más tranquila y estable que muchas de sus vecinas. Cuando en otros momentos de la historia nacional y regional sucedía exactamente lo opuesto: nuestros eran los estallidos, las megadevaluaciones, los saqueos y los fogonazos inflacionarios.

Visto así podría decirse que habrá poco y nada que festejar, nos espera al menos otro año de una penosa decadencia.

Pero también puede verse esta situación en clave positiva: 2022 puede ser la oportunidad para poner en práctica actividades que suelen no dársenos muy bien, como aprender de la experiencia, pensar bien las alternativas que tenemos delante, descartar opciones ya probadas y elegir mejor.

El tipo de cosas, en resumen, que distinguen un comportamiento sensato y meditado, de las reacciones apresuradas y mal concebidas. Y no hay que subestimar el aporte que puede hacer ese comportamiento y la disposición subjetiva que puede hacerlo posible, para aprovechar oportunidades y encontrar una salida, compensando datos objetivos muy malos de la realidad económica y social, que seguramente seguirán siendo igual de malos que hoy, o incluso empeorarán, de acá a 2023.

En estos días que está de moda rememorar el 2001, la comparación por contraste con nuestra actual situación viene bien a cuento. Si algo caracterizó los comportamientos sociales y políticos que se siguieron al estallido de la convertibilidad fue el apuro, la improvisación, la ausencia de un diagnóstico realista tanto de parte de la dirigencia como entre los ciudadanos del llano.

Tan es así que terminamos eligiendo a un desconocido para la presidencia, y abrazamos como innovadoras políticas increíblemente reaccionarias y destructivas, que nos condujeron innecesariamente hacia atrás en todas las materias en que la democracia tenía una inédita oportunidad para avanzar, inflación y aceptación de reglas económicas sensatas y estables, apertura al mundo, respeto de las normas constitucionales y ética pública.

La lección que eso arroja es que, sometidos a la presión de la urgencia, corremos el riesgo de elegir el peor camino imaginable.

¿Cómo no celebrar entonces que la urgencia no sea hoy lo que organiza el tablero político, ni el de las elites ni el de los ciudadanos?

Más todavía: el escenario que enfrentamos luce agobiante y decepcionante a más no poder, así que el ánimo colectivo tiende a estar por el suelo; pero en medio del tedio que provoca una crisis que se estira en el tiempo, pasan cosas interesantes, mucho más interesantes, por lo innovadoras, de lo que se suele reconocer.

El primer rasgo innovador de este es cierto que deprimente tedio argentino en que estamos sumidos es el realismo de los diagnósticos. Hay una inéditamente baja disposición a comprar buzones. A creer en salidas fáciles, en liderazgos providenciales y en los macaneos asociados.

En general se tiende a pensar que la ausencia de grandes figuras convocantes y populares, en los dos principales espacios políticos en pugna, es un déficit que vamos a pagar caro a la hora de conformar gobiernos solventes y con capacidad de innovar.

Ni Cristina ni Mauricio han encontrado hasta aquí reemplazos suficientemente atractivos para forzar su retiro, y ese es otro dato que muchos lamentan. Pero tal vez esa falta esté asociada no solo a un problema, sino también a una ventaja y una novedad: si no los encontramos tal vez sea porque no los estamos buscando, y al conformarnos con menos en ese terreno, estemos colocándonos en una buena posición para apostar por más y mejor gobierno. El personalismo refundacional, enfermo de voluntarismo desde el vamos, puede que, de paso a fórmulas más constructivas, institucionales y a la larga más eficaces de organizar el poder.

Un segundo dato interesante es lo fácil y provechosa que resulta la conversación política.

Hay bastante discurso indignado dando vueltas, es cierto, y la indignación es en la mayoría de los casos una excusa para no tomarse el trabajo de pensar, ni hacerse cargo de nada. El indignado se siente cómodo desde el vamos, frente a los problemas que enfrenta, en al menos dos sentidos: no tiene responsabilidad alguna en ellos, y tampoco está en sus manos cambiar nada que tenga que ver con su relación con los demás, porque le alcanza con expresarse y patalear, con eso ha hecho, asume, el suficiente esfuerzo moral. Hay bastante de esto dando vuelta en la arena política, en los medios, en la conversación cotidiana.

Pero la “tasa de indignación”, que tocó niveles récord, se recordará, también en 2001 y lo que le siguió, hoy es mucho más baja, en relación a un estado de cosas fácilmente comparable con aquellos tiempos. Y sobre todo está mucho más ecuánimemente repartida. Con lo cual es mucho más fácil que en ese terreno se establezca una suerte de empate, que habilita a continuación empezar a hablar en serio. Va un ejemplo: Carlos Melconian, probablemente hoy el más destacado comunicador económico, llegó a serlo por dos invenciones que reparten responsabilidades por la situación que se vive de modo bastante salomónica: la última es “berretalandia”, para aludir a la gestión de Guzmán, pero antes había forjado la no menos crítica referencia al “plan picapiedras” de Dujovne.

La lección se desprende sola: es un buen momento para dejar de improvisar y simplificar sobre los complejos problemas económicos que enfrentamos, hablemos más en serio, y tal vez podamos concebir entonces soluciones serias, viables.

Nada de esto alcanza para afirmar que nuestra vida política esté madurando a pasos acelerados, que nos estemos volviendo los argentinos una sociedad políticamente más colaborativa, sensata e innovadora. Pero sí que existe la oportunidad de trabajar en esa dirección. Y esa oportunidad es el 2022. Si no la aprovechamos probablemente las próximas elecciones presidenciales nos encuentren más o menos como estamos hoy, con dos fuerzas en pugna que tienen alternativamente la ocasión de decepcionarnos, y demasiadas veces y en demasiados asuntos importantes se niegan a dejarla pasar.

 

 

* Para TN

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