
El riesgo de “Make Argentina Great Again”: cuando la geofinanza se disfraza de ayuda
OPINIÓN
Ricardo ZIMERMAN


Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
Por más que se lo intente maquillar como un gesto de cooperación o un guiño ideológico a Javier Milei, el paquete de asistencia de 20.000 millones de dólares otorgado por Estados Unidos a la Argentina tiene poco de altruista y mucho de estrategia geopolítica. En Washington, lo saben todos: el dólar ya no es solo una herramienta económica, sino un arma de poder global, y el caso argentino se ha transformado en el último experimento de ese modelo que combina finanzas, diplomacia y política exterior.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, lo expresó sin disimulo en redes sociales: la ayuda “debería permitir que Milei ‘Make Argentina Great Again’”. La frase, más allá de su intención propagandística, revela el espíritu del acuerdo: Estados Unidos busca consolidar una alianza política con un gobierno ideológicamente afín al tiempo que limita la expansión china en América Latina y asegura el acceso a los recursos estratégicos que el país todavía conserva —litio, gas, alimentos—.
Pero esta supuesta ayuda tiene un precio. Y no solo para los contribuyentes estadounidenses, muchos de los cuales, como recordó Steve Bannon, la consideran un rescate de Wall Street más que un apoyo a un socio regional. El verdadero costo es la dependencia política y financiera que este esquema genera sobre un país ya frágil y exhausto. Argentina no recibe dólares para fortalecerse: los recibe para seguir atada al dólar.
Desde el punto de vista macroeconómico, el movimiento llega en un momento crítico. El peso argentino se encuentra sobrevaluado, las reservas netas son negativas y el mercado anticipa una nueva devaluación. Aun con los fondos del Tesoro norteamericano y los desembolsos del FMI, el riesgo de un default no desaparece. Los operadores financieros, siempre irónicos, acuñaron un nuevo acrónimo: MADA —“Make Argentina Default Again”—. Una broma que es, en realidad, una advertencia.
El objetivo de Milei y Bessent de frenar el derrumbe del peso con dólares prestados equivale a desafiar las leyes de la gravedad económica. Un país no se estabiliza porque le presten divisas, sino porque corrige sus desequilibrios fiscales, monetarios y estructurales. Si el peso está sobrevaluado en un 20% y la competitividad externa se desplomó, ningún swap salvará la situación sin una corrección de precios relativos. La economía no se maneja con consignas de campaña, sino con realismo.
Lo novedoso —y peligroso— es el enfoque con el que Estados Unidos está desplegando este tipo de operaciones. Lo que antes eran líneas de emergencia de la Reserva Federal para crisis financieras puntuales, hoy son instrumentos de política exterior administrados por el Tesoro. El fondo utilizado —el Exchange Stabilization Fund— no responde a criterios técnicos de solvencia, sino a consideraciones estratégicas. Se trata de geofinanzas puras: usar el dinero y el sistema financiero como herramientas de control político.
La administración de Donald Trump ya había demostrado esta lógica con las sanciones a Rusia y las amenazas de imponer aranceles a países que buscaran desdolarizarse. Ahora, con Argentina, se va un paso más allá: se politiza el dólar. Washington envía un mensaje claro a toda la región: quien acepte dólares, acepta condiciones. Y quien busque alternativas —ya sea yuanes, oro o criptomonedas— será visto como un desafío a la hegemonía estadounidense.
Desde luego, este enfoque tiene efectos colaterales. Cuantos más países perciban que el dólar se usa como un instrumento de presión, mayor será el incentivo a buscar mecanismos paralelos. La historia enseña que ninguna hegemonía financiera dura para siempre. La confianza en una moneda se basa en su neutralidad y previsibilidad; cuando se convierte en un arma, comienza su desgaste.
En este contexto, la Argentina se encuentra en una posición incómoda. Milei ha apostado todo su capital político a la estabilidad del peso y al apoyo de Washington. Pero si el plan fracasa, no solo se resentirá la economía local: también se verá afectada la credibilidad internacional del propio gobierno libertario y, paradójicamente, la de Estados Unidos. Porque si los dólares no alcanzan para evitar otra crisis, el eslogan “Make Argentina Great Again” se transformará en una burla.
El verdadero riesgo es que esta dependencia financiera perpetúe la ilusión de que se puede estabilizar la economía argentina desde afuera, cuando la raíz del problema sigue siendo interna: un Estado sobredimensionado, un gasto público estructuralmente inflexible y una cultura política que confunde soberanía con privilegio. Sin reformas profundas, cada paquete de asistencia será apenas un respiro efímero antes del próximo colapso.
La ayuda estadounidense no es, en sí misma, el problema. Lo problemático es que se presente como la salvación. Porque mientras Washington asegura sus intereses y Milei compra tiempo político, la economía argentina sigue caminando por la cornisa, sostenida por préstamos condicionados y expectativas frágiles. En definitiva, no hay dólares suficientes para tapar una política económica que aún no define si quiere dolarizar, estabilizar o sobrevivir.
Si el gobierno argentino utiliza este apoyo para encarar una reforma estructural de verdad —reducción del gasto, apertura comercial, desregulación laboral y sinceramiento del tipo de cambio—, el swap puede ser un puente hacia la normalidad. Pero si se usa para seguir postergando decisiones, será otro capítulo del viejo libreto: deuda, ilusión y frustración.
En política económica, como en física, no existen milagros: solo equilibrio o caída. El desafío de Milei será demostrar que puede sostener lo primero sin caer en lo segundo. Porque si el “Make Argentina Great Again” termina en otro “Default Again”, no habrá ni Tesoro ni FMI que alcancen para evitar el desenlace que la economía argentina viene anunciando desde hace décadas.









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