El punto de inflexión de Javier Milei

OPINIÓNRicardo ZIMERMANRicardo ZIMERMAN
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Por RICARDO ZIMERMAN

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Javier Milei atraviesa el momento más delicado de su presidencia. A dos años de haber irrumpido en la Casa Rosada con un programa que prometía refundar la economía argentina desde sus cimientos, el libertario enfrenta unas elecciones legislativas que podrían redefinir su capacidad de gobierno. No solo se trata de los resultados del domingo 26 de octubre, sino del rumbo que adoptará luego de ese test político, que coincide con una creciente fragilidad cambiaria y una tensión visible entre el discurso de disciplina fiscal y la realidad de los mercados.

El Presidente llegó hasta aquí con un éxito inicial incuestionable: la inflación, ese cáncer crónico de la economía argentina, se redujo a niveles que parecían inalcanzables en 2023. El ajuste del gasto público, la eliminación de subsidios y la recuperación de cierta credibilidad externa constituyeron los pilares de una política económica que, por primera vez en muchos años, pareció poner orden donde reinaba el descontrol. Los números sociales también acompañaron: la pobreza descendió al nivel más bajo desde 2018 y el déficit fiscal se redujo drásticamente.

Sin embargo, el andamiaje de ese plan tiene un punto débil. El Gobierno ató el éxito de su programa a la fortaleza del peso, utilizándolo como ancla para controlar la inflación y transmitir estabilidad. El problema es que esa estrategia, pensada como transitoria, se transformó en una trampa. Mantener el tipo de cambio dentro de una banda estrecha obligó a gastar miles de millones de dólares de reservas y a sostener tasas de interés exorbitantes. El resultado fue un freno en la actividad económica, una caída del empleo y el regreso de la desconfianza.

El peso, sobrevaluado, se sostiene más por la voluntad política que por fundamentos reales. A pesar de la ayuda norteamericana —que incluyó la firma de un acuerdo de “estabilización económica” y una línea de swap por 20.000 millones de dólares—, los mercados continúan escépticos. La cotización de los bonos argentinos, que ronda los 60 centavos por dólar, refleja esa incertidumbre. En este contexto, la política de defensa del peso parece más una resistencia ideológica que una herramienta económica eficaz.

Milei enfrenta, por tanto, una disyuntiva que excede la coyuntura electoral. Si su coalición obtiene un mal resultado y pierde capacidad de veto legislativo, el Gobierno podría ingresar en un espiral de parálisis política y financiera. Pero incluso en el escenario opuesto, si se aferra a su política cambiaria actual, el país seguirá consumiendo reservas y sacrificando crecimiento. Ambos caminos conducen al desgaste, y eventualmente, al fracaso del proyecto reformista que tanto esfuerzo ha demandado.

Existe, sin embargo, una tercera posibilidad: transformar la crisis en una nueva etapa de gobierno. Si La Libertad Avanza logra retener un tercio de las bancas en Diputados, Milei tendría margen para preservar el poder de veto y, al mismo tiempo, rediseñar su política económica. La opción sensata sería liberar definitivamente el tipo de cambio, dejar que el peso flote y reconstruir un nuevo marco monetario que brinde previsibilidad. El impacto inicial podría ser turbulento, pero acompañado de disciplina fiscal y apoyo internacional, permitiría sentar las bases de un crecimiento genuino.

La experiencia argentina enseña que cada intento de estabilización termina devorado por el miedo político a la devaluación. Milei podría romper ese ciclo si combina una flotación ordenada con una política monetaria coherente. Estados Unidos, a través de la administración Trump, ya ha demostrado voluntad de colaborar; pero esa ayuda no puede seguir usándose para defender lo indefendible. Un peso artificialmente fuerte no solo encarece las exportaciones y reduce la competitividad, sino que, además, posterga la normalización económica.

No menos importante será el componente político. Si el presidente logra sobrevivir a la prueba electoral, deberá iniciar un tiempo nuevo: el de la construcción de una mayoría. Ninguna reforma estructural se sostiene solo con decretos o voluntarismo personal. En un Congreso fragmentado, el diálogo con sectores del PRO y con los gobernadores no kirchneristas se vuelve imprescindible. La gobernabilidad, en definitiva, no es una concesión, sino una condición para sostener el cambio.

La figura de Milei, tan disruptiva como polarizante, necesita ahora una dosis de pragmatismo. El país ha conocido demasiados proyectos refundacionales que naufragaron en la soledad del poder. Si logra mantener la austeridad, liberar el peso y ampliar su coalición política, el presidente podría evitar que la historia se repita. Pero si insiste en defender una moneda sobreevaluada y gobernar desde la trinchera ideológica, la Argentina volverá al punto de partida: una crisis cambiaria con un gobierno debilitado.

La elección de este domingo no definirá solo la composición del Congreso, sino el futuro de un experimento político que puso en cuestión décadas de decadencia. Milei aún tiene una oportunidad de torcer el destino y convertir el ajuste en un verdadero programa de desarrollo. Para eso deberá entender que el cambio que prometió no consiste solo en gritar contra “la casta”, sino en gobernar con inteligencia en medio del caos.

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