El Senado en pausa: Milei respira, la política calcula y el reloj electoral marca el compás

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Por RICARDO ZIMERMAN

x: @RicGusZim1

Hay silencios que dicen más que cualquier sesión. El Senado argentino decidió no sesionar y, en esa ausencia de debate, se esconde una verdad más elocuente que mil discursos: nadie quiere arriesgar nada antes del 26 de octubre. La reunión de Labor Parlamentaria, pautada para esta semana, fue suspendida sin demasiadas vueltas. Lo que parecía una cita inevitable se desvaneció entre llamados cruzados, sospechas tácticas y un clima de campaña que convirtió a la Cámara alta en un teatro vacío.

Para la Casa Rosada, es una buena noticia. Después de semanas de embestidas opositoras, con proyectos apuntados contra el Ejecutivo y discusiones que podían complicar al oficialismo, la postergación ofrece un respiro. Javier Milei gana tiempo y evita un escenario donde el Senado, habitualmente incómodo, podría transformarse en una trinchera antes de las urnas. Nadie lo dice en voz alta, pero en los pasillos de la política hay consenso: el Congreso entró en hibernación electoral.

Lo paradójico es que esta parálisis no responde a una orden directa, sino a un pacto implícito entre fuerzas que prefieren no exponerse. El llamado sector “dialoguista” de la oposición —ese que aún intenta mantener la compostura institucional frente al vértigo libertario— se negó a acompañar una agenda que el kirchnerismo pretendía imponer como propia. Los proyectos eran sensibles, de esos que requieren dos tercios y voluntad política. Ninguna de las dos cosas abunda en tiempos donde el cálculo electoral pesa más que cualquier convicción.

El temario impulsado por José Mayans incluía temas que incomodaban incluso a los aliados eventuales. Y nadie quiere quedar pegado a una votación que, según cómo sople el viento, puede ser interpretada como complicidad o traición. De allí la maniobra: correr la reunión y evitar la foto. Lo que Milei interpreta como victoria táctica es, en realidad, el resultado de un bloqueo colectivo. Todos están esperando ver qué país queda en pie después de las elecciones.

El único movimiento relevante de la semana será la conformación de la bicameral de privatizaciones. Un gesto más simbólico que operativo, donde la oposición ensaya su crítica al Gobierno, pero sin ánimo de empujarlo demasiado. “Por ahora, solo eso”, dicen desde el oficialismo. El resto del Senado, literalmente, está en modo avión.

Mientras tanto, otras discusiones laten bajo la superficie. Una de ellas: la reforma del sistema de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). El Senado aprobó un texto que limita su vigencia a 90 días corridos, exigiendo mayoría absoluta de ambas Cámaras para mantenerlos. En Diputados, la versión fue modificada y el artículo clave perdió los votos necesarios. El dilema es si insistir con el texto original o con el corregido. Pero nadie parece tener apuro. El expediente duerme, como tantas otras iniciativas que en otro contexto desatarían tormentas.

Tampoco se esperan grandes avances en el área de energía o ciencia. Está prevista una reunión conjunta de las comisiones respectivas para declarar “de interés público y estratégico” el desarrollo nuclear argentino. Otro proyecto de José Mayans, que apunta a resguardar la soberanía tecnológica frente a la ola privatizadora del Ejecutivo. Sin embargo, ni siquiera eso logra romper la inercia. El oficialismo no quiere ruido, la oposición no quiere quedar pegada y los gobernadores miran de reojo los números de las encuestas.

El Senado, que supo ser escenario de grandes batallas legislativas, hoy se parece más a una sala de espera. La política aguarda. Los libertarios observan, con alivio, cómo el clima se enfría justo cuando más necesitaban tranquilidad. Y el resto calcula: después del 26, cuando los votos hablen, comenzará otro juego.

En el fondo, lo que está en disputa no es una ley ni un decreto, sino la capacidad misma del sistema político para reaccionar frente al experimento Milei. La parálisis parlamentaria funciona como metáfora: nadie sabe bien cómo moverse frente a un presidente que desprecia la intermediación y que se jacta de gobernar sin Congreso. Los senadores, incluso los más veteranos, caminan sobre hielo.

Hay quienes leen este impasse como un signo de madurez, una tregua táctica para evitar incendios innecesarios. Otros lo ven como la prueba de que el Parlamento perdió el pulso. Entre tanto cálculo y tanto miedo, el poder real se traslada al Ejecutivo, que mientras tanto viaja a Estados Unidos a abrazarse con Donald Trump y a reforzar su narrativa global.

Milei ganó una semana de calma. Pero la calma, en política, nunca es inocente. Es apenas el intervalo antes de la próxima disputa. Porque una vez que las urnas cierren y los resultados lleguen, el Senado tendrá que volver a hablar. Y entonces, sí, sabremos si el silencio de octubre fue prudencia… o cobardía.

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