


Por RICARDO ZIMERMAN
Por momentos, la historia de Javier Milei se asemeja más a una novela de aventuras que a un gobierno en marcha. En los capítulos más recientes, el protagonista, hundido en el barro de una crisis autoinfligida, ha sido rescatado por una mano poderosa venida del Norte. Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, decidió intervenir con una audacia pocas veces vista: comprar directamente pesos argentinos y ofrecerle oxígeno financiero al Gobierno libertario en su peor hora. Fue un gesto tan inédito como elocuente. En Washington no se regalan dólares. Cada uno de esos billetes viene con una factura política y geopolítica adjunta.
La pregunta, como siempre, no es qué recibe la Argentina, sino qué hará con ello. El gesto de Bessent –tan cargado de simbolismo como de pragmatismo– le da a Milei una segunda oportunidad. No todos los gobiernos tienen esa fortuna. Pero la historia argentina enseña que no hay rescate que alcance si quien lo recibe se obstina en el error. Y Milei, en las últimas semanas, parece haberse especializado en el arte de autoboicotearse.
Estados Unidos no es un mecenas. Es un jugador que invierte cuando hay ganancias posibles. Bessent lo explicó con la frialdad de un financista: “El peso está subvaluado”. Traducido: hay margen para hacer negocio. Pero en política internacional, toda transacción económica encierra un mensaje estratégico. El Tesoro norteamericano dejó claro que Milei es su apuesta regional y, sobre todo, su instrumento para despejar a China del tablero argentino. Lo demás –los discursos sobre libertad, productividad o moral fiscal– son adornos retóricos para una jugada mucho más amplia.
El propio Bessent lo dijo sin eufemismos: “Estados Unidos gana mucho con el acuerdo”. Milei, por su parte, obtiene oxígeno. Una bocanada de aire fresco a menos de tres semanas de las elecciones legislativas y en vísperas de su viaje a Washington, donde lo espera Donald Trump con alfombra roja y cámaras encendidas. La puesta en escena promete épica, pero también dependencia. A cambio del salvataje, el libertario deberá demostrar que puede gobernar sin dinamitar los puentes diplomáticos y económicos que su retórica de barricada suele reducir a cenizas.
La ayuda del Norte llega en un contexto político envenenado. La crisis de José Luis Espert y sus derivaciones judiciales –con allanamientos, filtraciones y un festival mediático que mezcla corrupción, espionaje y traiciones palaciegas– le quitó al Gobierno lo poco que le quedaba de calma. Las defensas improvisadas de Milei (“los audios son inteligencia artificial”) y los silencios de Karina Milei dejaron más dudas que certezas. Lo mismo ocurrió con la figura de Guillermo Francos, que intenta equilibrar el entusiasmo norteamericano con la necesidad de no romper del todo con China, uno de los principales socios comerciales del país.
El Presidente se encuentra, otra vez, caminando sobre hielo delgado. Los libertarios se ufanan del equilibrio fiscal y la baja de la inflación, pero el estancamiento productivo y la falta de inversiones amenazan con arruinar el relato de la recuperación. El milagro económico todavía no llegó, y los votantes lo saben. En ese marco, el salvataje norteamericano funciona más como un gesto de confianza que como un plan de salvación. Es una tregua, no una victoria.
El auxilio de Bessent no solo cambia la dinámica económica; también redefine el mapa político. Si el dinero fresco se traduce en estabilidad cambiaria y algo de alivio en los mercados, Milei podrá llegar al 26 de octubre con aire. Pero si el efecto se disipa en días, el rescate será recordado como un placebo electoral más. De allí la importancia de la visita a Trump: el libertario necesita mostrarse como un aliado global confiable, no como un experimento ideológico imprevisible.
El problema es que Milei no parece dispuesto a moderarse. La polarización con el kirchnerismo le resulta cómoda, casi adictiva. Macri lo sabe y juega su propio juego: intenta transformar la elección legislativa en un plebiscito binario. Nada de terceras fuerzas, nada de Provincias Unidas ni de equilibrios federales. Para el ex presidente, solo hay dos opciones: Milei o el caos. Su apuesta es riesgosa. Si el libertario tropieza, el PRO se hundirá con él. Pero si sobrevive, Macri recuperará el papel de socio mayor del oficialismo.
El escenario se completa con una paradoja inquietante: el gobierno que se jactó de despreciar la política ahora depende de ella más que nunca. La economía ya no puede sostenerse solo con dogmas o slogans. Necesita acuerdos, votos, leyes. En otras palabras, necesita política. Si Milei no logra construir alianzas, los dos años que le quedan serán un campo minado.
Bessent le dio tiempo. No más que eso. El verdadero desafío será saber usarlo. Gobernar no es predicar desde una trinchera ni administrar por impulso. Es construir poder, algo que Milei todavía no aprendió. La hora de la política, esa que tanto detesta, ha llegado.




El salvataje norteamericano: alivio electoral, dudas estructurales

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