



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
En el ecosistema político argentino, donde los movimientos suelen tener la sutileza de un elefante en un bazar, La Libertad Avanza viene ensayando un extraño virtuosismo: crecer sin hacer demasiado ruido, expandirse sin alardes, consolidarse mientras sus adversarios todavía discuten qué fue lo que pasó. El bloque libertario en Diputados atraviesa, quizá, su momento de mayor fortaleza desde la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada. Y no por el empuje frenético de las redes sociales o la épica libertaria, sino por un ejercicio mucho más terrenal: sumar diputados uno a uno, como quien va completando un álbum de figuritas difíciles.
La incorporación de ex aliados —o ex aliados de los aliados— es la punta visible de ese fenómeno. Ocho diputados del PRO alineados con Patricia Bullrich, tres radicales desencantados del purismo doctrinario y algunos desprendimientos sueltos dejaron al oficialismo en una posición inesperada: 91 bancas, un número que hasta hace unos meses parecía una fantasía de sobremesa. El peronismo aún conserva el título de primera minoría con 96 escaños, pero esa ventaja podría evaporarse si los catamarqueños cercanos a Raúl Jalil confirman su mudanza política. En Balcarce 50 ya huelen sangre y algunos libertarios se entusiasman con la idea de que el peronismo implosione por etapas. “Lo importante es quién se anima primero; después el resto se acomoda”, confesó un armador oficialista con la sonrisa de quien ya cuenta como propias bancas ajenas.
Sin embargo, el entusiasmo no es unánime. Hay libertarios que hablan en voz baja, casi como si temieran arruinar la fiesta. Temen que seguir pescando en las mismas peceras —PRO y UCR— termine por convertir a esos aliados en opositores más duros de lo necesario. Cristian Ritondo no oculta su fastidio y el humor general en la bancada amarilla oscila entre el desconcierto y el malestar. No es una mala lectura: en política, nada irrita más que un socio que empieza a actuar como propietario.
El verdadero desafío para La Libertad Avanza, sin embargo, no está afuera. Está adentro. Porque administrar un bloque de 91 diputados no es lo mismo que conducir una troupe pequeña y disruptiva. Es gestionar egos, aspiraciones, vanidades, errores no forzados, y hacerlo sin perder cohesión. Y ese es un punto donde la experiencia no los acompaña. Los últimos dos años dejaron una colección de papelones legislativos, peleas en público y seis diputados que terminaron fundando bloques propios, una diáspora que fue tan ruidosa como innecesaria.
Para evitar repetir aquel caos, el oficialismo decidió algo tan básico que sorprende que no se les hubiera ocurrido antes: capacitar a sus legisladores. Cursos acelerados sobre reglamento, procedimientos, dinámicas y supervivencia parlamentaria. A eso se suma la creación de una especie de “comando legislativo” tripartito: Nicolás Mayoraz, Silvana Giudici y Giselle Castelnuovo. Una mesa de conducción que mezcla experiencia técnica, oficio político y capacidad de contención. Quien conoce el paño sabe que, en Diputados, la contención vale tanto como los votos.
Ese ordenamiento interno se complementa con un dato no menor: los bullrichistas que ingresaron son disciplinados. Su ADN político es el de la rigurosidad, no el de la espontaneidad incendiaria. A eso se suma un elemento clave: Karina Milei se ocupó de blindar las listas con “puros” y evitar filtraciones. El bloque ya no es aquella mezcla exótica de libertarios, libertarios-lite y libertarios improvisados. Hoy se parece más a una bancada con identidad política y un objetivo común: garantizar gobernabilidad sin regalar capital.
Con todo, los diputados libertarios siguen trabajando con un nivel de información sorprendentemente limitado. No conocen a fondo el proyecto de reforma laboral que deberán defender en el Congreso y tampoco tienen claras las correcciones al Presupuesto que Diego Santilli negocia con los gobernadores. Funciona una especie de verticalismo de baja transparencia: “Nos enteramos por los diarios”, admite un legislador oficialista sin ruborizarse. Aunque enseguida agrega que la Casa Rosada tiene una virtud envidiable: paga poco por los apoyos opositores. Traducido al lenguaje de la calle, significa que los gobernadores están más dispuestos a acordar de lo que dicen en público.
La agenda legislativa ya tiene su hoja de ruta tentativa. Diputados sesionaría entre el 17 y el 18 de diciembre, y el Senado trabajaría incluso entre las Fiestas para sancionar el Presupuesto antes de fin de mes. También podría avanzar el proyecto de presunción de inocencia fiscal —una rareza en tiempos de voracidad tributaria— y empezar a tomar forma la discusión sobre la Ley de Glaciares, una concesión a los gobernadores sin costo fiscal para la Nación.
Si todo sale como espera el oficialismo, enero será el mes de la reforma laboral y, más adelante, vendrán el nuevo Código Penal y la reforma tributaria. El Congreso, lejos de ser un campo minado, podría convertirse en un terreno sorprendentemente fértil gracias a un dato que no es menor: los gobernadores no muestran voluntad de confrontar.
Ese es, tal vez, el dato político más relevante del momento. En la Cámara Baja se están alineando dos polos de poder provincial: Provincias Unidas, con Llaryora y Pullaro; e Innovación Federal ampliado, donde confluyen Salta, Misiones, Neuquén, Catamarca y Tucumán. Ambos grupos entienden que chocar con Milei no les reporta beneficios inmediatos. La consecuencia es clara: el Congreso empieza a dejar de ser rehén de las tensiones federales y puede convertirse en un espacio donde Milei consiga, con método y paciencia, lo que no obtiene en las calles.
La política argentina tiene un talento innato para arruinar lo que funciona. Pero por primera vez en mucho tiempo, y casi sin que nadie lo note, el oficialismo encontró una ventana para construir poder legislativo. Falta saber si podrá resistir su peor enemigo: sí mismo.





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