



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
Hay juicios que, aun antes de empezar, ya anuncian el olor a humedad de un país que insiste en repetirse. El que se desprende de los cuadernos del chofer Oscar Centeno —un chofer que, sin proponérselo, terminó escribiendo la novela negra más precisa de las últimas décadas— no es una excepción. Lo que está en juego no es solo la confirmación de un sistema corrupto: es la radiografía descarnada de un país que naturalizó la trampa hasta volverla paisaje.
Lo primero que salta a la vista, con más contundencia que timidez, es el grado de libertinaje con el que se movió el matrimonio Kirchner desde el minuto uno en que pisó la Casa Rosada. No se trató de una gran ingeniería delictiva ni de una trama sofisticada al estilo de las mafias cinematográficas. Fue, más bien, un mecanismo burdo, casi grotesco, sostenido en la convicción de que nadie se atrevería a ponerlos frente a un juez. Y, para desgracia del país, por poco esa apuesta les sale bien.
La segunda arista es, paradójicamente, la menos probable. Un chofer que llevaba anotado todo: nombres, direcciones, montos, horarios. Un escriba involuntario que, sin saberlo, se convirtió en el mayor enemigo de la impunidad argentina. Sin esas páginas escritas a mano, hoy la viuda de Kirchner transitaría su vida judicial con la comodidad de quien se sabe intocable. Pero la historia decidió colarse por la rendija más inesperada.
El tercer punto es, quizás, el más doloroso porque nos señala a todos: la sorprendente indiferencia con la que el votante argentino evalúa la honestidad de sus dirigentes. En casi cualquier rincón del planeta, una figura política con semejantes antecedentes quedaría confinada a los márgenes sociales. Aquí, en cambio, consigue adhesiones, devoción y hasta una épica. Que no haya ganado su partido político en las últimas elecciónes no borra el hecho incómodo: millones acompañaron sus propuestas.
La cuarta dimensión es la que completa el círculo vicioso. Los empresarios que se presentaron ante la Justicia como víctimas cuando en realidad fueron engranajes indispensables del mecanismo. Sin ellos, la recaudación paralela habría sido imposible. La llamada “Patria Contratista” no nació con el kirchnerismo, pero durante ese ciclo alcanzó una sofisticación de manual. La Cámara Argentina de la Construcción ha sido durante décadas una fotocopia ampliada de la corrupción estructural argentina.
Si uno quisiera buscar ejemplos actuales de cómo estas prácticas siguen vivas y coleando, basta con mirar hacia la AFA. Lo que ocurre allí con Claudio “Chiqui” Tapia y su inseparable operador Pablo Toviggino no sería tolerado ni en parodias de países bananeros. Aquí, en cambio, es ritual cotidiano. Los clubes conviven con ese sistema sin chistar, con excepciones tan solitarias como la de Juan Sebastián Verón. Grondona, al lado de estas nuevas administraciones, parece un boy scout.
Pero ni los tribunales ni las oficinas de Viamonte son hoy el eje de la política. El pulso real se encuentra en un Gobierno decidido a estirar al máximo la siesta parlamentaria, para no pisar el Congreso hasta después del 10 de diciembre. La estrategia es transparente: ¿para qué arriesgarse a perder en ambas cámaras si en dos semanas habrá una nueva composición mucho más favorable para el oficialismo? Sería, para cualquier jugador medianamente astuto, un error infantil adelantar batallas en inferioridad numérica.
La idea de postergar proyectos clave avanza de la mano del ministro del Interior, Diego Santilli, que negocia con gobernadores de distintos signos bajo la lógica más vieja del manual político: ellos necesitan plata; el Ejecutivo, votos. En el fondo, nadie oculta lo obvio: la liga de gobernadores se ha convertido, de hecho, en la segunda fuerza política del país. No son oposición formal, pero tampoco aliados programáticos. Son, como tantas veces en la historia argentina, administradores desesperados de cajas vacías.
En ese sentido, el Gobierno no pierde tiempo en distinguir entre adversarios verdaderos y actores irrelevantes. Los mandatarios de Buenos Aires, Tierra del Fuego, Formosa y La Rioja quedaron afuera de la conversación sin que a nadie se le moviera un pelo. Otros, en cambio, son tenidos en cuenta casi con reverencia: Zamora, Jaldo, Jalil, Pullaro, Llaryora, los misioneros… la lista es larga. Todos tienen algo en común: sin Nación, su margen de maniobra económica es nulo.
La figura que completa este rompecabezas es Luis Caputo. No por ideología ni por afinidad, sino por billetera. Será él quien, con la venia del Presidente, determine qué provincia recibe refuerzos y cuál deberá esperar. Y en ese juego, la moneda de intercambio será explícita: apoyo legislativo.
Porque el poder real del Gobierno no proviene solo de las urnas, sino de un unitarismo fiscal que ningún presidente se animó a desarmar. El Estado nacional concentra la plata, y los gobernadores, las necesidades. Un equilibrio perfecto para negociar, pero insuficiente para impulsar reformas profundas sin pagar el costo político y financiero correspondiente.
A fin de cuentas, la política argentina sigue rigiéndose por una máxima tan antigua como la República: "do ut des". "Doy, para que me des". Nada más, pero tampoco nada menos. En eso, más allá de los cuadernos, las coimas, los dirigentes de fútbol y los empresarios arrepentidos, el país no cambió demasiado. Y mientras no cambie esa lógica, la discusión seguirá siendo siempre la misma, aunque los protagonistas se renueven.
La impunidad se recicla. La indignación, también. El desafío es romper ese loop. Pero, por ahora, la trama parece demasiado cómoda para quienes viven de ella.







El Gobierno acelera el Consejo de Mayo y prepara un diciembre de alta tensión legislativa






:quality(75):max_bytes(102400)/https://assets.iprofesional.com/assets/jpg/2025/11/607056.jpg)
Reservas en rojo y mercado en vilo: el dólar entra en zona de máxima tensión


















