



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
Hay momentos en la vida política en los que los protagonistas perciben, antes que nadie, que una etapa está agotándose. No hace falta un portazo, ni una ruptura pública, ni siquiera un gesto demasiado estridente. A veces alcanza con que, en los pasillos donde la política se desnuda sin cámaras, alguien diga en voz baja lo que muchos ya piensan. “Lo de Cristina ya está llegando al final”, deslizó hace poco un ex gobernador peronista. No fue un acto de rebeldía, sino una constatación. En la intimidad, el peronismo empezó a decir en voz cada vez más firme lo que en público todavía disimula.
La explicación del silencio formal es múltiple: respeto a una figura histórica, necesidad de cerrar el año sin más heridas internas, temor al efecto dominó después de una cadena de derrotas y la conciencia —muy peronista— de que en política nadie está definitivamente fuera de juego. Pero el clima cambió. Las señales se acumulan, y no todas son leves.
La última factura que le pasan a Cristina Kirchner tiene que ver con la confección de la lista de diputados nacionales. Intendentes del Conurbano y dirigentes territoriales la califican como “un error grave”, por la ausencia de nombres con peso real en los distritos y por una campaña que, según ellos, nunca terminó de arrancar. “Regalamos la elección”, masculló uno de ellos. La derrota vino acompañada por otro dato ineludible: las causas judiciales que avanzan, las restricciones para moverse políticamente desde San José 1111, el impacto de la causa Vialidad y la sombra de la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos. Esos factores recortaron su capacidad de maniobra y deterioraron su rol como estratega privilegiada del peronismo.
A ese cuadro se suma la emancipación progresiva de Axel Kicillof, que reconoce la importancia histórica de Cristina pero dejó claro que ya no pretende ser conducido por ella. Y también un movimiento más silencioso pero no menos significativo: el de los gobernadores que integran Fuerza Patria, distanciados desde hace un año, cuando ni siquiera se hicieron presentes en su asunción como presidenta del PJ Nacional. Hoy trabajan en bloque, pero sin bajar órdenes de San José 1111. En voz baja admiten que su prioridad es abrir el juego en el Congreso y tener una conducción del bloque más cercana a sus intereses. En ese movimiento aparece el nombre del tucumano Pablo Yedlin como posible desembarco alternativo.
No es un conflicto personal con Germán Martínez, quien conduce el bloque y es apreciado por su capacidad de negociación. Es un planteo estratégico: después de una derrota nacional y frente a una crisis de representación profunda, los gobernadores creen que el peronismo debe mostrar cambios visibles. Interpretan, además, que gran parte de la crisis está asociada al liderazgo de Cristina y a la eterna interna bonaerense. Sin embargo, es el propio Martínez quien intenta retener cohesión y evitar fugas, lo cual confirma que su rol aún es imprescindible. Nada está cerrado. La rosca tiene algo de ciencia y algo de carnaval: rumores inflados, ambiciones personales y necesidades urgentes conviven en un ecosistema donde nada se termina de definir hasta el último minuto.
Sin embargo, hay un diagnóstico compartido incluso por sectores que hace unos años jamás lo hubieran pronunciado: el ciclo político de Cristina está transitando su etapa final. “Es un ciclo que se estira, pero está agotado”, reconoció un dirigente cercano al Frente Renovador. Su mirada es relevante por un motivo adicional: ese sector, que alguna vez fue aliado y luego rival interno, conoce bien los entramados del poder kirchnerista y cómo funcionan las resistencias dentro del PJ.
La campaña reciente dejó marcado otro síntoma: mientras los sectores más cercanos a la ex presidenta instalaron el reclamo por su libertad en cada acto, intendentes y dirigentes del interior miraron hacia otro lado. La bandera de “Cristina libre” quedó circunscripta a los cristinistas puros. Nadie más quiso cargar con ese costo político. Y hoy pasa lo mismo. Los pedidos de libertad se sostienen en su círculo más íntimo, que incluso encaró una campaña internacional. Pero los gobernadores y las figuras del interior ya no se suben a ese barco. Siguen reconociendo su peso histórico, pero dejaron atrás la idea de que Cristina debe ser la conductora.
Ella, mientras tanto, continúa interviniendo desde su lugar. En el Encuentro Plurinacional de Mujeres envió un mensaje reivindicando su situación como metáfora de un país sin libertad plena. Su voz conserva potencia. Su interpretación política sigue siendo escuchada. Pero el ecosistema que la rodea ya no es el de antes. La estructura se achicó, y las rupturas con Kicillof dejaron a su alrededor un núcleo más reducido que nunca.
El peronismo, mientras tanto, debate su futuro: quién conducirá el partido, quién tendrá proyección presidencial y qué modelo de renovación puede surgir después de una década marcada por internas corrosivas. Nadie desconoce que Cristina sigue siendo una figura relevante. Pero ya no es determinante. Y la diferencia, en política, es enorme.
“Enfrentar a Cristina nunca fue fácil, pero hay que hacerlo. Si no, el peronismo va a quedar atrapado en el mismo laberinto de siempre”, confesó un ex ministro nacional. En esa frase hay un resumen del momento: respeto por la historia, pero conciencia del agotamiento. El futuro se está escribiendo, aunque todavía no tenga autor nítido. El ciclo kirchnerista, el más influyente dentro del peronismo desde 2003, parece haber entrado en ese terreno donde el poder deja de ser una certeza y empieza a ser un recuerdo. Y aun así, el final nunca es definitivo: después de todo, en el peronismo siempre se vuelve.






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