
Argentina frente a su gran oportunidad: modernizar el trabajo o repetir la historia
OPINIÓN
Ricardo ZIMERMAN


Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
La victoria del Gobierno en las recientes elecciones de medio término ha dejado un mensaje doble: por un lado, la sociedad otorgó una prórroga tácita para continuar con el plan de reformas iniciado en noviembre de 2023; por otro, dejó en claro que el tiempo de medidas parciales o de gestos simbólicos ha quedado atrás. Ya no alcanza con moderar la inflación o contener déficits frente al Congreso: la ciudadanía demanda ahora decisiones de fondo, cambios estructurales que atraviesen la economía, el empleo y las instituciones. Es un punto de inflexión: el país está llamado a pasar a la ofensiva.
El Ejecutivo ha respondido con rapidez, mostrando un estilo casi militar de movimiento táctico. Con un gabinete renovado y cambios significativos en su esquema de poder, comenzó a abrir las negociaciones para acercarse al mítico 51% en ambas cámaras, ese número que le permitiría desplegar su agenda sin depender de equilibrios inestables. La convocatoria a sesiones extraordinarias entre el 10 y el 31 de diciembre, con la posibilidad de extenderlas durante el verano, no es solo un acto protocolar: es la oportunidad de marcar agenda, de negociar desde una posición reforzada y de transmitir a la sociedad que el Gobierno no espera, actúa.
En el menú legislativo se destacan cuatro proyectos de enorme peso: el Presupuesto 2026, la Ley de Inocencia Fiscal, la reforma tributaria y, sobre todo, la reforma laboral. Las cuatro son esenciales, pero ninguna ha generado tanto debate como la última. Y no es para menos: Argentina arrastra un marco legal laboral cuya base data de hace más de medio siglo. Adaptarlo a la realidad actual no es solo conveniente: es imperativo. La informalidad alcanza el 40% de la fuerza laboral, y hace más de quince años que el empleo formal no crece con fuerza. La sociedad reclama respuestas que la lleven hacia la formalización, la productividad y la modernidad.
Desde una perspectiva liberal y promercado, se destacan cinco pilares que deberían orientar cualquier reforma laboral seria. Primero, descentralizar los convenios colectivos, priorizando los acuerdos locales sobre los nacionales, de manera que la negociación responda a la realidad concreta de cada sector y región. Segundo, eliminar el concepto de ultraactividad, que perpetúa convenios vencidos y genera rigidez y conflictos innecesarios. Tercero, crear un sistema de arbitraje que funcione como instancia obligatoria antes de medidas de fuerza, asegurando un equilibrio entre derechos laborales y estabilidad productiva. Cuarto, suprimir la obligatoriedad de los aportes sindicales, fortaleciendo la libertad de afiliación y reduciendo la presión sobre empresas y trabajadores. Quinto, renovar el concepto de libertad sindical, desmontando de facto el “unicato” que hoy concentra poder y privilegios, e incentivando la pluralidad de representación.
El Gobierno de Javier Milei ha mostrado apertura hacia estas reformas, y aunque los debates serán intensos y las resistencias poderosas, el hecho de que se discuta de manera concreta ya constituye un avance. La Argentina no puede permitirse más dilaciones: cada día perdido profundiza la brecha entre nuestra legislación laboral y los estándares internacionales, entre nuestras prácticas productivas y los requerimientos de la economía digital. El mundo se mueve a velocidad de vértigo; quedarse atrás significa condenar generaciones al desempleo y a la informalidad.
La política y la economía argentina siempre han tenido la capacidad de combinar audacia y cautela, pero la historia enseña que los cambios estructurales requieren de valentía, claridad de propósito y negociación inteligente. No se trata de imponer recetas externas, sino de adaptar soluciones a la realidad local, respetando derechos y fomentando competitividad. El gobierno tiene en sus manos la posibilidad de demostrar que puede liderar esta transformación, y la sociedad ya ha dado señales de respaldo.
Si se logra avanzar, los resultados podrían ser históricos: empleo formal creciente, reducción de la informalidad, sindicatos más representativos y transparentes, y un mercado laboral que incentive la inversión y la productividad. Si se fracasa, el país seguirá atrapado en una burocracia sindical y legislativa que ahoga la economía y genera frustración social. La elección está hecha, aunque los resultados dependerán de la habilidad política y de la determinación para ejecutar reformas que hasta hace pocos años parecían impensables.
El momento es ahora. La Argentina puede optar por la modernidad o por la repetición de viejos ciclos de rigidez y estancamiento. La clave estará en transformar la oportunidad política en acción concreta, en no temerle al debate ni a los intereses establecidos. La historia juzgará con dureza a quienes prefieran la comodidad de la tradición sobre el riesgo del cambio, y premiará a quienes tengan la audacia de llevar al país hacia un mercado laboral moderno, flexible y competitivo.





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