



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
Por más que el menú de milanesas en Olivos haya intentado suavizar las tensiones, la digestión política entre Javier Milei y Mauricio Macri sigue siendo pesada. El encuentro del viernes pasado no logró restaurar la confianza entre el libertario y el fundador del PRO, que volvió a dejar en claro su decepción con el rumbo del Gobierno. En la Casa Rosada, sin embargo, nadie parece demasiado preocupado: “Tiene tres diputados y un 80% de imagen negativa. Que se ubique”, ironizó un funcionario del entorno presidencial, sintetizando el sentimiento predominante en el oficialismo frente a los berrinches del ex presidente.
Macri parece haberse quedado sin tablero y sin piezas. La partida política cambió y, por ahora, el mileísmo juega solo. El ex mandatario se enteró durante la cena en Olivos de los movimientos internos que llevaron a Manuel Adorni a la jefatura de Gabinete, y su reacción fue tan intempestiva como predecible. Intentó frenar los cambios, propuso nombres y terminó saliendo, según sus propias palabras, “decepcionado”. Desde el Ejecutivo leyeron la escena como lo que fue: una jugada fuera de tiempo.
Lo curioso es que el episodio unió a Karina Milei y Santiago Caputo, dos figuras que pocas veces coinciden en algo. Ambos reconocieron el malestar de Macri, pero acordaron en restarle importancia. En ese sentido, la desafección hacia el ex presidente se convirtió, paradójicamente, en uno de los pocos consensos internos del Gobierno. Solo Milei, con su mezcla de cálculo y gratitud, parece sostener un trato deferente con quien alguna vez lo ayudó a pavimentar su camino al poder. “Un día te tira una bomba y al otro te felicita”, bromean en Balcarce 50 sobre el carácter volátil de Macri, que puede pasar del reproche a la alabanza en cuestión de horas.
El caso Adorni fue el chispazo más reciente. Macri rechazó públicamente su designación y, apenas un día después, elogió con entusiasmo la llegada de Diego Santilli al Ministerio del Interior. El doble discurso fue leído como un síntoma de desconcierto. “Actuó en caliente —comentó un funcionario libertario—. Fue un error sugerir reemplazos en medio de una reorganización interna. Quedó como un dirigente que quiere seguir manejando los hilos, pero ya no tiene la mano en el tablero.”
En los pasillos del poder, el ex presidente aparece como un socio que incomoda más de lo que aporta. El Gobierno tolera su presencia por educación institucional y por el simbolismo de la alianza que en su momento sirvió para ganarle al kirchnerismo, pero ya nadie lo ve como un actor influyente. “Macri no nos importa”, deslizó sin vueltas un integrante del gabinete, horas después de que el ex mandatario asegurara que el PRO “ha apoyado como nunca en la historia” las ideas libertarias.
El comentario resume la nueva lógica del vínculo: Milei conserva la cortesía; su entorno, la distancia. El macrismo, mientras tanto, se divide entre quienes creen que el ex presidente debería correrse y quienes todavía sueñan con un regreso a la primera línea del juego político. Pero el clima ya cambió. En el tablero libertario, los espacios de poder se reparten sin consulta ni concesiones, y los viejos aliados del PRO deben contentarse con mirar desde la tribuna.
El nombramiento de Santilli, por ejemplo, fue una muestra de esa autonomía. Mientras Macri intentaba adjudicarse la idea, desde la Casa Rosada salieron a aclarar que la iniciativa nació en el círculo más íntimo de Karina Milei. “Es un tipo de rosca y de gestión, justo para el cargo. Lo propuso Karina y al Presidente le gustó”, relató un funcionario cercano a la secretaria general. La jugada buscó cortar de raíz cualquier interpretación de que el “Colo” respondiera al macrismo. En los despachos libertarios, de hecho, aseguran que Santilli “no le debe nada a Mauricio” y que su llegada al gabinete es “una apuesta violeta con experiencia”.
Macri, fiel a su estilo, trató de capitalizar la noticia con un mensaje conciliador: elogió la designación y la presentó como una señal de apertura. Pero en la lógica mileísta, cada gesto del ex presidente se interpreta más como una maniobra de supervivencia que como un aporte constructivo. La idea de que el fundador del PRO busca mantener alguna cuota de protagonismo es compartida tanto por los libertarios como por buena parte de sus exaliados.
En el fondo, el enfrentamiento es generacional y simbólico. Macri representa la política de los acuerdos, de los gabinetes equilibrados y los equilibrios frágiles. Milei encarna la ruptura total con ese modelo. No hay matices ni negociaciones posibles: el libertario gobierna desde la convicción de que el sistema tradicional fracasó, y que el único camino viable es el suyo. Macri, que durante años creyó ser la síntesis entre la ortodoxia económica y la moderación institucional, observa desde afuera cómo ese espacio fue ocupado por un nuevo tipo de liderazgo.
El “berrinche” del ex mandatario, como lo califican algunos funcionarios, no es solo personal: es político. Es el lamento de quien ve cómo su legado se esfuma y su influencia se diluye. La Argentina cambió de eje y lo dejó en una posición incómoda, atrapado entre su deseo de seguir siendo relevante y la evidencia de que el mileísmo ya no lo necesita.
En Olivos lo saben. Milei no ignora el valor simbólico del pacto que selló con Macri en 2023, pero tampoco está dispuesto a hipotecar su autonomía. La cena de las milanesas fue un intento de mantener la cordialidad, no de reconstruir una alianza. La relación entre ambos se parece cada vez más a un matrimonio de conveniencia: la foto sirve, el vínculo ya no.








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