Piensa mal y acertarás es una frase que constantemente se utiliza en el quehacer político. En esa medida, no extraña la decisión de Nicolás Maduro de protagonizar el fraude que ha denunciado la oposición venezolana y que, de nuevo, enseña que el espíritu democrático no puede ni debe ser utilizado ante dictadores y, menos aún, ante presuntos criminales, que tienen cuentas con la justicia internacional. Ellos jamás comprenderán las ventajas y la importancia de la democracia, al contrario, la usarán a su favor y en contra del pueblo, al que jamás servirán, simplemente someterán.
Maduro y algunos de sus más cercanos colaboradores tienen a su haber, a nivel internacional, una lista de acusaciones que van desde crímenes de lesa humanidad, pasando por narcotráfico y lavado de activos (esto último muchas veces termina con vinculaciones con financiamiento al terrorismo internacional). Dentro de su propio país, la lista además incluye malversación de fondos, peculado y un largo etcétera, que los podría dejar en la cárcel décadas.
Dentro del juego transnacional del crimen organizado y al ser Venezuela un enclave vital, la permanencia de Maduro en el cargo no es solo necesaria para el dictador, a fin de evitar poner un pie en la cárcel, sino para la misma delincuencia (Cartel de los Soles, el Tren del Aragua, entre otros), que necesita garantizarse ese espacio. No se puede olvidar que para que la economía ilegal y estos grupos criminales funcionen, siempre hay complicidad de algunos miembros del Estado. En este caso, de las máximas autoridades civiles y militares de ese país, lo que ha llevado a más de un experto a afirmar que Venezuela es un narco-estado, con todo lo que aquello implica.
De otra parte, Venezuela –y en esa medida los venezolanos estarán solos en ello- quedó en medio de un juego geopolítico en donde China y Rusia son protagonistas. La influencia de los dos países en la región, no solo en materia económica, sino de seguridad regional, pone presión a los Estados Unidos. No olvidemos que especialmente Rusia hace maniobras en la zona del Caribe venezolano cuando su socio Maduro lo ha necesitado.
Esto, además, constituye un éxito para los militantes del socialismo del siglo XXI, que ven a la democracia como la herramienta para llegar al poder y que luego la usan para engañar y destrozarla con tal de jamás soltar el manejo de un Estado. Lo que ocurre en la historia de los últimos años de Venezuela es una alerta de como el fanatismo y el autoritarismo lleva a un país a la criminalidad internacional, destroza a su propia gente, la expulsa y quienes se quedan se someten a una suerte de esclavitud. Es una advertencia de que los fanáticos no juegan en democracia y que una negociación con ellos es impensable, porque para ellos es una simple oportunidad a la que sacarán ventaja.
Varios países de la región debieran mirar muy bien las raíces que ha dejado el autoritarismo y el fanatismo y arrancarlo de una vez por todas, especialmente cuando las alarmas de la criminalidad transnacional están encendidas.
*Para El Cronista