El espejismo de octubre y la fragilidad política de Milei

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
RSEYUT3DFZAFTGHAQVHL53RTWY
  • El oficialismo acumula derrotas en el Congreso, tanto en Diputados como en el Senado, mostrando su fragilidad política.
  • En la Casa Rosada apuestan a octubre como “la meca” que podría dar confianza, en lugar de replantear la estrategia legislativa.
  • Los intentos de coordinación política con Francos y las mesas semanales no lograron recomponer vínculos con gobernadores ni con la UCR.
  • Milei responsabiliza al kirchnerismo por el bloqueo parlamentario, pero también perdió apoyo de sectores que podrían ser aliados.
  • El impacto se refleja en los mercados: caen los bonos mientras el Gobierno insiste en minimizar la inestabilidad política.
  • El oficialismo confía en las elecciones, pero sin acuerdos con otras fuerzas, la debilidad legislativa persistirá aun después de octubre.

La política argentina tiene una capacidad inigualable para repetir viejas fórmulas con la esperanza de obtener resultados diferentes. El oficialismo libertario, que llegó al poder con la promesa de dinamitar los viejos vicios de la política, atraviesa hoy su prueba más dura en el Congreso y, paradójicamente, recurre a la misma estrategia que tantas veces fracasó en otros gobiernos: esperar que las elecciones lo salven.

Las derrotas legislativas recientes son demasiado contundentes como para disimularlas. En Diputados, donde La Libertad Avanza suponía tener mayores márgenes de maniobra, la dinámica no fue distinta a la del Senado, en el que las cuentas siempre cerraron mal desde el inicio. El rechazo de decretos clave y la aprobación de leyes contrarias a los intereses del Ejecutivo dejaron al descubierto una debilidad estructural que va mucho más allá de un mal cálculo de coyuntura. Sin aliados firmes y con puentes rotos hacia sectores del radicalismo y los gobernadores, el Gobierno enfrenta al Congreso en absoluta soledad.

Lo llamativo es que, puertas adentro, esa soledad se niega. La narrativa oficial insiste en colocar a octubre como la “tierra prometida”, un momento en que el respaldo electoral permitiría mostrar fuerza y confianza. La lógica es conocida: si Milei logra un triunfo claro en las urnas, la oposición moderará su resistencia y los mercados recuperarán calma. Sin embargo, confiar ciegamente en ese desenlace implica subestimar la naturaleza de la política argentina. Los votos pueden legitimar, pero no construyen mayorías automáticas en el Congreso.

Los intentos recientes de recomponer la coordinación política –con la incorporación de Guillermo Francos al “triángulo de hierro” y las mesas políticas revitalizadas– tuvieron resultados limitados. Es cierto que lograron reducir tensiones internas entre sectores libertarios, pero en lo que respecta a tender puentes hacia afuera, el saldo es nulo. La UCR, que en otro momento ayudó a Milei con votaciones estratégicas, ya se replegó. Los gobernadores, que miran de cerca la caja provincial, no encuentran incentivos reales para acompañar al Presidente. Y mientras tanto, los aliados naturales del PRO se alejan cada vez más, sobre todo después del cierre de listas que comandó Karina Milei sin sutilezas.

El discurso presidencial agrava esa situación. Milei prefiere responsabilizar al kirchnerismo por tener “secuestrado” al Congreso, antes que admitir fallas en la estrategia política. El problema es que esa excusa pierde fuerza cuando se revisa la nómina de legisladores que no acompañaron: no todos responden al peronismo. Varios podrían ser persuadidos, pero el oficialismo se rehúsa a desplegar el músculo político que exige la tarea. Una cosa es gritar contra “la casta” desde las redes sociales; otra muy distinta es construir mayorías parlamentarias en un país federal y fragmentado.

El contraste entre el relato y la realidad se refleja también en los mercados. Mientras Luis Caputo insiste en minimizar el impacto de la inestabilidad legislativa, los bonos caen y la incertidumbre se agrava. No es solo un problema económico: es la consecuencia directa de un Gobierno que proyecta fragilidad política y que, en vez de trabajar para resolverla, apuesta a que el tiempo y las elecciones lo hagan por él.

En ese marco, la estrategia oficial se reduce a aguantar. Veto tras veto, derrota tras derrota, la Casa Rosada mira hacia adelante con la esperanza de que octubre borre las penurias actuales. Pero la política no funciona como un borrador mágico. Aunque Milei obtuviera un resultado electoral favorable, sin un replanteo profundo en la forma de relacionarse con gobernadores y legisladores, la fragilidad persistirá.

La conclusión es clara: el oficialismo eligió convertir a octubre en un espejismo que justifica la inacción presente. En vez de redoblar esfuerzos para ampliar consensos, decidió encapsularse en su núcleo duro y apostar a la validación electoral como único salvavidas. Puede que esa apuesta le otorgue aire político en el corto plazo, pero el riesgo es alto: si el resultado no es tan contundente como espera, el Gobierno se quedará sin excusas y con la misma debilidad que hoy lo paraliza.

En la política real, los votos no alcanzan para gobernar; hacen falta acuerdos. Y allí es donde el mileísmo sigue demostrando su mayor déficit.

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto