


La reciente contienda interna en la Unión Cívica Radical (UCR) de Córdoba ha desnudado, de manera alarmante, los personalismos desmedidos que han tomado el control de un partido históricamente arraigado en la democracia interna. Este fenómeno ha llevado a algunos dirigentes a autoproclamarse como los dueños de un partido que, por su tradición, debería fomentar la participación y debate colectivo. Lo que hemos visto es un descalabro anticipado, una derrota en boxes antes de que los votantes pudieran siquiera dar su veredicto.
La situación se ha vuelto cada vez más crítica. En los espacios virtuales de discusión radical, circulan acusaciones duras: «minuciosos para criticar a otros, pero cobardes al asumir las responsabilidades que les corresponden como dirigentes». Estas expresiones reflejan una creciente frustración dentro de la base del partido, que ve cómo la dirección intenta pasar por alto un fallo de un juez federal que exige la realización de internas. La conclusión es clara: los líderes han preferido priorizar sus ambiciones personales, comprometiendo la integridad de la UCR.
Las críticas se centran en figuras como Marcos Ferrer, presidente del Comité Provincial, y Rodrigo De Loredo, quien ha sido señalado como un destructor de los procesos democráticos internos. Las exigencias de renuncia no son solo gritos vacíos, son un llamado a la acción que resuena con fuerza en los corazones de muchos afiliados. Los radicales han llegado a la conclusión de que su partido, en crisis de identidad, necesita líderes que escuchen, construyan y, sobre todo, respeten el pluralismo interno.
Los datos son ineludibles. Las elecciones de 2019, 2021 y 2023 han evidenciado la impotencia de De Loredo, quien ha repetido fracasos electorales y, ante la perspectiva de futuros descalabros, se ha mostrado dispuesto a desertar en lugar de asumir las responsabilidades que le corresponden. Esta actitud no solo es cobarde, sino que también menoscaba el proceso de construcción que dice promover, hurtando la voluntad colectiva de un partido que clama por una renovación inclusiva y democrática.
A pesar de proclamarse como dirigentes audaces y modernos, Ferrer y De Loredo están reproduciendo métodos de política arcaica: personalismos que solo favorecen a unos pocos y perjudican a las bases. Y es que las recientes declaraciones de Ferrer respecto a no apoyar a Ramón Mestre subrayan una preocupante falta de compromiso hacia el aparato partidario en su conjunto. Este desprecio por la colectividad radical es inaceptable, ya que la UCR es más que las preferencias individuales de un par de dirigentes.
Además, estas críticas apuntan a la imperiosa necesidad de discutir internamente las líneas estratégicas del partido. La búsqueda de una lista de unidad parece haber sido abandonada, con algunos dirigentes coqueteando de manera peligrosa con alianzas que no representan nuestra ideología. Este desdén por la discusión interna es señal de una debilidad inherente en su liderazgo.
El intento de desviar culpas hacia factores externos solo revela la incapacidad de resolver problemas de forma interna. Ferrer y De Loredo deben entender que la autonomía que reclaman debe comenzar desde adentro. La UCR, un partido centenario, no puede permitirse acciones individualistas y antidemocráticas. La huida ante la adversidad no es una opción válida.
Si el fracaso es colectivo, entonces la reconstrucción también debe serlo. Este es el verdadero desafío que enfrenta la UCR: transformar la crisis en una oportunidad para aprender, reintegrar y, lo más importante, reafirmar su compromiso con la democracia interna y la comunidad radical. Solo así podremos salir fortalecidos y con un propósito renovado que realmente refleje la voluntad de nuestros afiliados.




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