



Por RICARDO ZIMERMAN
x: @RicGusZim1
En la encrucijada entre política y deporte volvió a revelarse un fenómeno tan añejo como persistente: el fútbol argentino funciona como un termómetro implacable del humor social y un mapa confiable de las fuerzas en pugna. La reciente fractura en torno a Claudio “Chiqui” Tapia expuso, con inusual nitidez, un sistema de intereses enquistados que hasta hace poco parecía blindado bajo el manto emocional de la tercera estrella. Esa coraza empezó a resquebrajarse y el ruido que hoy lo rodea dice más sobre el estado del país que sobre el desempeño de un dirigente.
Que el Presidente Javier Milei haya percibido con rapidez esa grieta emocional no sorprende. Su capacidad para olfatear la irritación ciudadana es una de las claves que le permitió llegar a la Casa Rosada. Bastaron mensajes de apoyo a Estudiantes de La Plata —sancionado por la AFA en un episodio que todavía genera controversias— y la cancelación del viaje al sorteo del Mundial para enviar una señal inequívoca: distancia con Tapia, pero no guerra abierta. En un país donde cualquier insinuación se interpreta como preanuncio de conflicto, Milei eligió el gesto calculado antes que el choque frontal.
Esa prudencia no es casual. En Balcarce 50 entienden que un enfrentamiento con la AFA sería un error de timing. El calendario impone su propio tono: un 2026 “modo selección” y la expectativa global por la despedida de Lionel Messi convierten cualquier chispa en un riesgo innecesario. Los jugadores, guardianes de una apoliticidad que pactaron tras la consagración en Qatar, se mantienen en silencio, incluso después de los tropiezos comunicacionales de la AFA como aquel fallido “título” para Rosario Central que terminó perjudicando la imagen de Ángel Di María.
Ese silencio futbolero contrasta con el ruido social que rodea a Tapia. El blindaje emotivo del mundialista ya no alcanza para amortiguar los abucheos en estadios y recitales. No es claro si se trata de un fenómeno pasajero o el inicio de un desgaste más profundo, pero sí revela que la paciencia del hincha se agotó frente a un modelo de conducción que acumuló decisiones discrecionales y mantuvo un sospechoso equilibrio en el universo arbitral.
En paralelo, flota sobre el escenario un frente judicial que, aunque no apunta directamente a Tapia, lo toca de cerca. La investigación de la DGI por un presunto lavado millonario dentro de Sur Finanzas incluye como protagonista a un empresario con vínculos visibles con el fútbol. No hay, por el momento, un enlace concreto con la AFA, y el propio Gobierno considera improbable que esa causa erosione al presidente de la asociación. Si existieran caminos más comprometedores, el oficialismo decidió no transitarlos: no hay interés en abrir un frente que hoy no les reporta beneficios políticos.
La misma moderación aparece en el debate sobre las Sociedades Anónimas Deportivas. La Libertad Avanza pregonó ese modelo desde la campaña, pero la resistencia cultural del fútbol argentino —sumada a los fallos judiciales que frenaron el DNU inicial— llevó al Gobierno a enfriar la discusión. El clima, sencillamente, no acompaña.
La prioridad oficial está en otro lado: Presupuesto, reforma laboral, RIGI, minería y el frente judicial siempre latente. En cada uno de esos tableros, Milei enfrenta negociaciones complejas, internas tensas y un Congreso que recién se activará con fuerza desde el 10 de diciembre. El Gobierno necesita mayorías, no enemigos adicionales. Por eso el vínculo con la AFA hoy se administra con pinzas.
El contraste más evidente está en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof enfrenta un vendaval político interno que lo dejó sin la autorización de endeudamiento que reclama para cumplir obligaciones básicas como los aguinaldos. El obstáculo no es la oposición, sino el propio peronismo, dividido entre Massa, La Cámpora y una maraña de intereses que hace tiempo perdió coordinación. Ante esa escena, la Casa Rosada parece un remanso.
A este telón de fondo se suma una figura que, aun en silencio forzado por las restricciones judiciales, sigue pesando: Cristina Fernández de Kirchner. Tras su breve reaparición en campaña, volvió al hermetismo doméstico. Su ausencia marca la fragilidad del peronismo como estructura de contención, dejando a Kicillof expuesto y al resto del espacio sin brújula.
En este tablero atravesado por tensiones múltiples, Tapia aparece como un símbolo más que como un adversario concreto. La reprobación social, el deterioro de su imagen y el declive de su influencia no son atribuibles exclusivamente al Gobierno, pero Milei sabe capitalizarlos: construye distancia sin romper, marca posición sin entrar al barro y deja que el tiempo haga su parte. En política, la omisión también es un mensaje.





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