Un torniquete monetario para ganar tiempo

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • Tras la eliminación de las LEFI, el sistema financiero quedó sin un ancla clara y las tasas se dispararon.
  • El Gobierno respondió con un torniquete monetario: suba de encajes que absorbe $4,2 billones y obliga a los bancos a demandar bonos públicos.
  • Para evitar una crisis de liquidez, el BCRA reabrió la ventanilla de pases y contuvo así las tasas de corto plazo.
  • La licitación del Tesoro por $3,8 billones dio aire al plan y mostró coordinación entre Economía y el Central.
  • Pero el costo es alto: crédito caro, menor financiamiento para empresas y un freno mayor a la actividad económica.
  • La apuesta oficial es estabilizar primero y crecer después, aunque el torniquete podría volverse insostenible en el tiempo.

El Gobierno volvió a apelar a una receta clásica, aunque siempre dolorosa: endurecer las condiciones monetarias para recuperar la calma en los mercados. El Banco Central y el Ministerio de Economía decidieron apretar las clavijas a los bancos, absorber liquidez de manera agresiva y forzar la demanda de bonos públicos. En otras palabras, un torniquete monetario que intenta frenar la hemorragia de pesos que venía alimentando la volatilidad de las tasas y la desconfianza sobre la deuda en moneda local.

El diagnóstico es sencillo: tras la eliminación de las LEFI en julio, el sistema financiero quedó sin un ancla clara para manejar la liquidez. Lo que siguió fue un carrusel de expansión y absorción monetaria que desorientó a los inversores y disparó tanto las tasas interbancarias como los rendimientos de los bonos en pesos. Esa inconsistencia amenazaba con transformarse en una crisis de confianza, justo cuando el Gobierno necesita mostrar control.

La respuesta oficial fue aumentar los encajes bancarios: más dinero inmovilizado en el Banco Central y menos circulando en la economía. El cálculo es contundente: $4,2 billones menos de liquidez disponible. Y no es un detalle menor que los bancos puedan cubrir parte de esos encajes con títulos públicos. Es decir, se les obliga a sostener la deuda del Tesoro, aunque no sea por voluntad propia. Una demanda forzada que oxigena al fisco, pero que también refleja hasta qué punto se estira la capacidad de absorción del sector financiero.

Al mismo tiempo, el BCRA tuvo que abrir una ventanilla de emergencia. La suba de encajes podía provocar una disrupción de proporciones en el financiamiento, así que se habilitaron operaciones de pase para dar liquidez inmediata a los bancos a tasas controladas. Una suerte de seguro de vida para que el sistema no se paralice del todo y, sobre todo, para que los bancos no se vean forzados a liquidar bonos en el mercado secundario, profundizando la desconfianza.

La reciente licitación del Tesoro pareció darle aire a la estrategia. Se adjudicaron casi $3,8 billones, un número prácticamente idéntico al total de ofertas recibidas. La señal es doble: por un lado, que el Gobierno logró absorber pesos sin incrementar la presión sobre los vencimientos de corto plazo; por otro, que la coordinación entre el Central y Finanzas muestra al menos un hilo conductor en la política económica, algo que no siempre estuvo presente.

Pero si la medida tiene virtudes, también tiene costos evidentes. Subir encajes y mantener tasas en niveles altísimos es una manera de sofocar la demanda interna. El crédito se encarece, las empresas ven más difícil financiar su capital de trabajo y las familias quedan relegadas a tasas prohibitivas. En un contexto de recesión prolongada, este apretón no es inocuo: la actividad privada se resiente y la recuperación se posterga.

El Gobierno parece dispuesto a pagar ese precio con tal de evitar el peor escenario: una corrida contra el peso que derive en una devaluación brusca y un nuevo espiral inflacionario. La apuesta es clara: estabilizar primero, crecer después. Es un enfoque que prioriza la macro, aun a costa del día a día de la economía real.

El interrogante es cuánto tiempo se puede sostener este torniquete. Porque la contracción monetaria actual descansa en gran medida en la capacidad del Tesoro de seguir colocando deuda y en la disciplina de los bancos obligados a comprarla. Si esa dinámica se rompe, el margen de maniobra se achica peligrosamente. Y a cada vuelta de tuerca, la actividad privada se ve más ahogada.

En definitiva, el Gobierno eligió el camino del rigor monetario. Puede que logre estabilizar transitoriamente el mercado y despejar fantasmas de corto plazo. Pero la tensión entre la necesidad de orden financiero y la urgencia de recuperación económica se hará cada vez más difícil de administrar. No es casual que, en los pasillos de la City, algunos ya hablen de un “veranito de tasas altas”. Veremos si alcanza para llegar al final del año con una foto de estabilidad o si, por el contrario, el torniquete se transforma en un freno demasiado costoso para la economía real.

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