Argentina y la batalla cultural pendiente

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • Tras la crisis de 2001, Cristina y Néstor Kirchner y Mauricio Macri marcaron el rumbo político de las últimas dos décadas.
  • El peronismo mutó en un populismo asistencialista, mientras la izquierda se acopló al esquema y el radicalismo perdió peso.
  • La ciudadanía, cansada de crisis y pobreza, fue abandonando las referencias ideológicas y buscó soluciones rápidas.
  • En 2023 emergió Javier Milei y La Libertad Avanza, en sintonía con la “derecha dura” que avanza en EE.UU. y Europa.
  • La política mundial atraviesa una nueva era de nacionalismos, proteccionismos y liberalismos disruptivos.
  • La verdadera batalla cultural en Argentina es defender la diversidad y construir unidad nacional con integración regional y apertura al mundo.

La Argentina vive hace más de dos décadas en un péndulo político que nos ha llevado de un extremo al otro, sin lograr consolidar un rumbo claro. Desde el derrumbe institucional de 2001, tres figuras han marcado con fuerza la escena política: Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Mauricio Macri. Sus trayectorias sintetizan los últimos veinte años de historia: un peronismo transformado en populismo asistencialista y un macrismo que, desde la Ciudad de Buenos Aires, buscó articular una coalición heterogénea que le dio la presidencia en 2015.

Lo cierto es que, entre ambos polos, la sociedad argentina fue quedando atrapada en un laberinto de crisis recurrentes, pobreza creciente y desorientación ideológica. El “laborismo” clásico del peronismo, que reivindicaba el trabajo como motor de movilidad social, se convirtió en un “pobrismo” que distribuye planes y beneficios a discreción, al mismo tiempo que alimenta negocios para grupos cercanos al poder. La izquierda, lejos de representar una alternativa, se sumó en buena medida a este esquema populista, sacrificando convicciones en nombre del oportunismo.

El radicalismo, debilitado y desdibujado, no logró retomar el rol histórico que alguna vez le permitió equilibrar al peronismo. El último intento serio de darle un marco ideológico al sistema político argentino fue en los años noventa, cuando Carlos Menem y Raúl Alfonsín, con enormes diferencias entre sí, buscaron encuadrar al peronismo en la centroderecha y al radicalismo en la centroizquierda. Pero aquel esfuerzo se desmoronó con la falta de acompañamiento de sus bases y con una ciudadanía que, cada vez más, fue perdiendo referencias en el campo de las ideas.

La consecuencia fue la aparición de un electorado cansado, descreído y con la mirada puesta en soluciones rápidas. La “bronca” de la clase media y la frustración de los sectores populares erosionaron los grandes relatos políticos y abonaron el terreno para la búsqueda de un “milagro” que sacara al país de la decadencia. Así fue como, en 2023, frente a la polarización entre Unión por la Patria y Juntos por el Cambio, millones de argentinos eligieron otro camino: la irrupción de Javier Milei y La Libertad Avanza, un fenómeno que conecta con la nueva derecha dura que avanza en Europa y en los Estados Unidos.

Ese giro nos inserta en un debate global: la tensión entre la derecha dura y la centroderecha, con la izquierda cada vez más arrinconada. Vivimos, en definitiva, una nueva era de la política mundial, caótica y fragmentada, en la que los nacionalismos proteccionistas se mezclan con liberalismos de nuevo cuño, muchas veces más rupturistas que liberales en sentido clásico.

En medio de esta mutación, no conviene olvidar que los pilares del pensamiento occidental siguen siendo tres: el nacionalismo, el liberalismo y el socialismo democrático, junto con el pensamiento social de la Iglesia. Esa diversidad, tan propia de la tradición occidental, es lo que nos diferencia de otras culturas dominantes en el planeta. A diferencia de los mundos oriental y musulmán, donde prima la uniformidad, en Occidente la pluralidad y la alternancia son el corazón del sistema.

Por eso, la verdadera batalla cultural que enfrenta la Argentina no pasa solo por sostener un discurso libertario, populista o progresista, sino por recuperar la convicción de que la diversidad política es un valor en sí mismo. Defender las propias convicciones, sí, pero también respetar las ajenas, entendiendo que el futuro de un país no se construye en la imposición de un único relato, sino en el encuentro entre distintas miradas.

Hoy atravesamos una crisis profunda, tal vez de las más graves de nuestra historia reciente. Sin embargo, también tenemos ante nosotros una oportunidad: ordenar las ideas, superar la confusión ideológica y proyectar un rumbo que no dependa de una sola persona o de un único partido. La clave está en construir unidad nacional sobre la base de la diversidad, fortalecer la integración regional con nuestros vecinos y abrirnos al mundo sin complejos.

La Argentina es demasiado grande para quedar atrapada en los rencores del pasado o en la ilusión de soluciones mágicas. El desafío es más ambicioso: recuperar una cultura política que nos permita convivir en la diferencia y proyectarnos con confianza hacia el futuro.

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