


- Un niño de 11 años, Pedro, pregunta en un chat en vivo qué debe estudiar para trabajar explorando el fondo marino, tras ver imágenes inéditas desde el buque oceanográfico Víctor Angelescu.
- Su comentario expone un problema clave: los jóvenes no pueden elegir lo que no conocen y muchas veces carecen de información real sobre el mundo laboral.
- La desconexión entre la escuela y el trabajo genera frustración y elecciones equivocadas de carrera.
- Programas como “Socios” buscan acercar a estudiantes con profesionales y empresas, ofreciendo experiencias directas.
- En 2025 participaron más de 6.000 jóvenes; Medicina, Psicología y áreas tecnológicas fueron de las más elegidas.
- El futuro del trabajo requiere, además de conocimientos técnicos, habilidades como pensamiento crítico y adaptabilidad.
- Abrir oportunidades y mostrar nuevos mundos es clave para que los jóvenes puedan decidir con libertad y confianza.
Pedro tiene 11 años y, probablemente, no se imagina que su pregunta en un chat en vivo podría convertirse en una metáfora de un desafío colectivo. “Hola, soy Pedro, tengo 11 años. Quiero saber qué tengo que estudiar para hacer esto”, escribió mientras miraba, fascinado, imágenes inéditas del fondo del mar argentino transmitidas por el buque oceanográfico Víctor Angelescu.
A más de 3.600 metros de profundidad, criaturas bioluminiscentes, corales y animales desconocidos desfilaban ante miles de espectadores. Pero en medio del asombro, lo que realmente importó fue ese mensaje. Pedro no solo quería una respuesta académica; estaba abriendo una puerta a un mundo nuevo. Estaba soñando en tiempo real.
Su comentario desnuda una verdad incómoda: no se puede elegir lo que no se conoce. Y ese es, quizá, uno de los mayores problemas que enfrentan nuestros jóvenes. ¿Cómo pueden decidir qué estudiar o a qué dedicarse si jamás tuvieron contacto con las opciones que el mundo ofrece?
Desde la infancia, nuestras referencias están moldeadas por lo que vemos cerca: la profesión de nuestros padres, lo que aparece en la televisión, las charlas en la escuela. Recién en el último año del secundario, cuando la presión por “elegir” se vuelve ineludible, muchos adolescentes se enfrentan a un menú de carreras que conocen solo de nombre. Elegir así es como intentar armar un rompecabezas del que apenas tenemos unas pocas piezas.
Esta desconexión entre el sistema educativo y el mundo laboral es terreno fértil para la frustración y el abandono. Elegir medicina sin haber pisado un hospital, anotarse en ingeniería sin saber qué implica un proyecto real, o estudiar diseño sin haber conversado con un diseñador en actividad son saltos al vacío que pedimos dar a los jóvenes.
Por eso, cada vez se vuelve más urgente abrirles ventanas a la experiencia real. Existen programas que lo hacen posible: iniciativas que permiten que estudiantes de secundaria dialoguen cara a cara con profesionales, visiten empresas, recorran talleres o laboratorios y vean con sus propios ojos cómo es un día de trabajo. Lo que antes eran palabras abstractas —“energías renovables”, “ciencia de datos”, “ingeniería en sistemas”— de pronto se convierten en caminos posibles.
Ese es el espíritu de Socios, un programa que desde hace más de 25 años crea espacios de encuentro entre estudiantes y referentes del mundo profesional. En 2025, más de 6.000 jóvenes participaron de la experiencia, y 2.700 de ellos visitaron unas 150 empresas de la mano de 500 voluntarios en todo el país. La propuesta es sencilla pero poderosa: dar la oportunidad de descubrir, preguntar y, sobre todo, imaginarse en esos lugares.
Los datos hablan: las carreras más elegidas por quienes participaron fueron Medicina, Psicología, Administración de Empresas, Abogacía, Marketing y Arquitectura. Pero también crece el interés por las áreas tecnológicas, como programación web o ingeniería en sistemas. El contacto directo con la realidad parece encender curiosidades que, de otro modo, seguirían dormidas.
El futuro del trabajo ya no se define solo por los conocimientos técnicos. La velocidad de los cambios exige pensamiento crítico, adaptabilidad, comunicación y autonomía. Y esas habilidades no se enseñan únicamente en un aula: se cultivan enfrentando problemas reales, interactuando con otros, poniéndose en los zapatos de alguien que ya recorre ese camino.
Abrir puertas como la que se abrió para Pedro no es un gesto menor. Es una inversión en autonomía y libertad de elección. Porque la vocación rara vez llega como un trueno; más bien se enciende como una chispa: una imagen que te deja sin aliento, una conversación inesperada, una pregunta que te persigue.
Quizá esa transmisión desde las profundidades marinas haya sembrado en Pedro la idea de convertirse en biólogo marino, ingeniero, documentalista o científico. O quizá no. Pero lo que sí hizo fue mostrarle que ese mundo existe y que él, si quiere, puede ser parte de él. Y ese, para cualquier chico, es siempre el primer paso.




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