La trampa del Estado paternalista: el desafío pendiente de la Argentina que quiere ser libre

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • Argentina inició un proceso de transformación económica con señales positivas (fiscal, inflación, pobreza), pero enfrenta el obstáculo de un Estado sobredimensionado y paternalista.
  • Décadas de intervencionismo estatal han generado más pobreza, menor crecimiento y una sociedad dependiente del Estado.
  • El exceso de regulaciones, impuestos y prohibiciones asfixia la iniciativa privada y reprime la libertad económica.
  • El paternalismo estatal erosiona la libertad individual al decidir por los ciudadanos bajo la excusa de protegerlos.
  • Casos como la ex Ley de Alquileres y regulaciones agrícolas muestran cómo las restricciones generan distorsiones, informalidad y empeoran los problemas.
  • La clave para el desarrollo argentino es reducir el tamaño del Estado, confiar en la responsabilidad de los ciudadanos y liberar las fuerzas productivas de la sociedad.

La Argentina está atravesando un proceso de transformación profunda. Las señales iniciales —un equilibrio fiscal incipiente, la desaceleración de la inflación y una tímida reducción de la pobreza— parecen indicar que, esta vez, el cambio podría ser más que un espejismo. Pero el camino recién comienza, y uno de los obstáculos más persistentes sigue allí, intacto: un Estado sobredimensionado, intrusivo, paternalista, que asfixia la iniciativa privada y perpetúa la dependencia de los ciudadanos.

Durante décadas, bajo el discurso del “Estado presente”, se han multiplicado regulaciones, impuestos y prohibiciones con la promesa de proteger a los más vulnerables. Sin embargo, los resultados están a la vista: más pobreza, menos crecimiento y una sociedad cada vez más atada a la tutela estatal. El tamaño del Estado ha crecido de manera inversamente proporcional a su capacidad de resolver los problemas que dice combatir.

Las restricciones no solo se han limitado al mercado cambiario; se han extendido a la producción, a la innovación y hasta a las decisiones más personales de cada ciudadano. Liberar esos cepos, darle paso a la libertad económica, no es una opción ideológica: es una condición necesaria para que la Argentina pueda insertarse y competir en la economía global.

El paternalismo estatal es, en esencia, un ataque a la libertad individual. Como sostiene el economista Alberto Benegas Lynch (h), la verdadera libertad es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo. Pero esa libertad implica también hacerse cargo de las propias decisiones. El problema aparece cuando el ciudadano cede esa responsabilidad a cambio de la comodidad ilusoria que ofrece el control estatal.

Ahí es donde el paternalismo se convierte en trampa: bajo la excusa de proteger, el Estado decide por nosotros qué consumir, cómo contratar, qué producir, cómo vivir. Y cada nueva regulación erosiona un poco más nuestra autonomía. En su versión más suave, el paternalismo se expresa en campañas para desalentar ciertos consumos. En su versión más dura, directamente impone restricciones que limitan acuerdos privados, ahuyentan inversiones y empujan a la economía informal.

La ex Ley de Alquileres es un ejemplo claro: intentó proteger a los inquilinos pero terminó reduciendo la oferta de propiedades, disparando los precios y perjudicando justamente a quienes decía defender. Lo mismo ocurre en sectores productivos como el agrícola o el tabacalero, donde las trabas regulatorias terminan favoreciendo la informalidad, la evasión y la pérdida de calidad en los productos.

Pero lo más grave del paternalismo estatal no es su ineficacia, sino su capacidad para multiplicar distorsiones. Donde se promete corregir, se generan nuevos problemas. Donde se busca proteger, se termina restringiendo libertades. Donde se pretende garantizar igualdad, se perpetúa la desigualdad.

Una nación madura no es aquella que impone más reglas, sino aquella que confía en sus ciudadanos. El desafío argentino no es solo económico, es cultural: si queremos una Argentina libre, próspera, capaz de atraer inversiones y exportar bienes con valor agregado, debemos ponerle límites a ese Leviatán que sigue creciendo y sofocando el potencial de la sociedad.

La verdadera revolución será cuando los argentinos asuman que la libertad individual no es un privilegio, sino una responsabilidad.

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