
Milei, el poder y los límites de una democracia que no admite atajos
OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior



- Javier Milei llegó al poder sin preparación ni estructura política, apoyado en una ola de hartazgo social.
- Su proyecto anarcocapitalista choca con los límites de la democracia, donde se gobierna con consensos, no con imposiciones.
- La falta de diálogo y alianzas ha debilitado su gestión; el rechazo legislativo reciente marca un punto de quiebre.
- En lugar de corregir, Milei acelera el conflicto, lo que agudiza el desgaste político.
- El poder no se sostiene sin acuerdos; su modelo solitario pone en riesgo no solo su gobierno, sino también la confianza en la democracia.
Por más disruptivo que quiera parecer, ningún presidente gobierna desde el vacío. Javier Milei llegó al poder cabalgando sobre una ola de hartazgo social, con una retórica de ruptura y un plan de ajuste feroz. Pero el entusiasmo inicial, alimentado por la sorpresa electoral, parece estar chocando con los límites estructurales de la democracia argentina. No es una opinión, es historia: ningún gobierno anarcocapitalista se sostuvo en 300 años de democracia occidental. No porque no lo hayan intentado, sino porque simplemente no encaja.
El problema de origen es claro: Milei no se preparó para gobernar. Ni él, ni su círculo más cercano, calibraron con realismo lo que implica administrar un país atravesado por décadas de crisis, desigualdad y desconfianza institucional. Llegaron al poder sin músculo político, sin estructura territorial y sin un plan que contemple que en democracia, se gana y se pierde, se negocia y se cede. Milei eligió el camino inverso: el de la imposición, la confrontación y la negación del disenso.
Lo que ocurre ahora no es solo un traspié legislativo. Es un punto de inflexión. El rechazo en el Senado de proyectos clave para el oficialismo no es apenas un voto adverso: es el síntoma de una coalición en el poder que no supo construir puentes, ni con la oposición ni con los gobernadores, con quienes debe convivir en un sistema federal. El “conato de rebeldía” de los mandatarios provinciales marca el fin de la luna de miel y el inicio de una etapa inevitable: la del desgaste.
Sin embargo, frente a cada tropiezo, Milei acelera. No corrige, no escucha, no replantea. Y esa obstinación puede ser su peor enemiga. Algunos de sus hombres ya lo perciben: el techo político se acerca, y no hay suficiente narrativa para ocultarlo. Ni la épica libertaria, ni los ataques a la “casta”, ni el show en redes alcanza para gobernar sin acuerdos.
Aun si La Libertad Avanza lograra un buen resultado en las elecciones de octubre, el poder no se ejerce en soledad. Requiere de pactos, de alianzas, de gestión compartida. Nada de eso parece estar en el ADN del actual oficialismo. El peligro, entonces, no es solo que el experimento Milei fracase, sino que arrastre con él una nueva frustración democrática.
En política, la sorpresa puede ganar una elección, pero nunca alcanza para gobernar.


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