El perímetro digital colapsó: la ciberseguridad ya no es una opción, es una urgencia

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • La ciberseguridad ya no es solo un tema técnico: es un problema estructural y humano.
  • La inteligencia artificial potencia ataques más precisos, rápidos y personalizados.
  • El sector salud es especialmente vulnerable: los ataques comprometen datos, tratamientos y vidas.
  • El hacktivismo crece, mezclando crimen con motivaciones políticas.
  • El delito digital se profesionaliza y se comercializa como servicio.
  • Falta talento especializado, lo que agrava la vulnerabilidad global.
  • El phishing móvil y las apps instaladas lateralmente son los principales vectores de ataque.
  • La ciberseguridad debe ser tratada como política pública y prioridad estratégica.

Si algo nos dejó claro el primer semestre de 2025 es que la ciberseguridad ya no es un tema técnico confinado a los servidores de las empresas o a las oficinas de los CIOs. Hoy, es un problema estructural, transversal, profundamente humano. El mundo digital dejó de ser un territorio secundario para convertirse en el frente principal de las tensiones políticas, económicas y sociales del siglo XXI. Y lo peor: estamos mal preparados.

El salto tecnológico, en lugar de devolvernos control, lo ha puesto en manos ajenas. La inteligencia artificial, lejos de ser aliada, ha pasado al bando criminal. Ya no hablamos de simples estafas de phishing o virus rudimentarios. Hablamos de ataques quirúrgicos, rápidos, personalizados. Correos perfectamente redactados por modelos de lenguaje, ingeniería social ejecutada con la eficiencia de un sistema automatizado y ransomware con precisión de cirujano. Ya no es ciencia ficción: es el día a día de hospitales, empresas y ciudadanos.

El sector salud es la víctima perfecta: datos sensibles, sistemas críticos, impacto inmediato. No solo se roban historias clínicas: se sabotean tratamientos, se expone la privacidad de miles de personas y se pone en jaque la integridad emocional de quienes más vulnerables están. No se trata de archivos. Se trata de vidas.

Pero el enemigo no se presenta solo como crimen organizado. También hay ideología, agenda, hacktivismo. Grupos como Spider-X o Sylhet Gang ya no buscan dinero, sino visibilidad, presión política y caos. Y lo logran: Estados Unidos, Ucrania e Israel lideran el ranking de ataques DDoS, una señal más de que los conflictos modernos ya no se libran solo con armas, sino con paquetes de datos maliciosos.

Mientras tanto, la industria del delito digital se consolida como un mercado más: alquiler de ataques, catálogos de destrucción por encargo, tercerización de servicios criminales. La sofisticación técnica va en aumento, pero la defensa no acompaña. ¿La razón? Una de las amenazas más silenciosas: la escasez de talento.

La brecha de profesionales en ciberseguridad no solo es un problema de recursos humanos; es una vulnerabilidad nacional, empresarial y social. Enfrentamos un ecosistema hostil con personal sin entrenamiento suficiente, sin herramientas, y —peor aún— sin un marco ético global que regule esta guerra invisible. No hay tiempo para teorías: el enemigo ya está adentro.

La estadística no deja margen: el 61% de los ataques llegan por phishing móvil. El 58% de las estafas nacen de apps laterales. El canal más peligroso ya no es el puerto abierto del firewall, es el WhatsApp de tu abuela, el mensaje de tu banco, el link que compartiste sin pensar.

Por eso, insistir en que la ciberseguridad es una responsabilidad “del área de sistemas” es, en el mejor de los casos, ingenuo. En el peor, suicida. Hoy, la ciberseguridad es política pública, activo reputacional, diferencial competitivo y escudo emocional. No se trata solo de proteger datos; se trata de proteger personas.

Porque el perímetro digital ya colapsó. El riesgo ya no está en la nube. Está en todas partes. Y la única decisión equivocada es seguir esperando.

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