Celulares en el aula: entre la distracción y la didáctica de la pobreza

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • El uso del celular en las aulas divide opiniones y se volvió un tema ideológico en Argentina.
  • Inicialmente rechazado, el celular fue luego visto como recurso pedagógico, especialmente durante la pandemia.
  • Un informe revela que Argentina lidera en distracción escolar por celulares, según los propios estudiantes.
  • Mayor uso del celular se asocia a peores resultados educativos; los países con más regulación tienen mejores aprendizajes.
  • Prohibir el celular sin ofrecer recursos alternativos (libros, computadoras, conectividad) es injusto e ineficaz.
  • La prohibición puede ser útil, pero solo si antes se garantiza una infraestructura educativa sólida y equitativa.

En la Argentina de las grietas, hasta el celular en el aula se convierte en un campo de batalla ideológico. ¿Aliado pedagógico o enemigo silencioso? ¿Herramienta del siglo XXI o generador de distracción crónica? Como en un clásico interminable, el debate se empantana en posiciones extremas que, lejos de resolver, enredan más la situación.

La expansión del celular fue primero recibida con temor por la escuela tradicional. Luego, casi sin transición, se convirtió en un símbolo de modernización. La pandemia consolidó esta imagen: para miles de estudiantes, fue el único puente con sus docentes. Pero hoy, con el aula presencial recuperada, es hora de revisar con honestidad ese entusiasmo.

Un informe de Argentinos por la Educación enciende una alarma: Argentina lidera el ránking mundial de distracción en clase de Matemática por culpa del celular. Y no es el diagnóstico de un adulto desconectado, sino el testimonio de los propios estudiantes. Peor aún: 1 de cada 5 dice que se distrae por el celular del compañero.

La evidencia muestra que donde más se usan los celulares, peores son los resultados educativos. Y al revés: los países con regulaciones claras logran mejores aprendizajes. Parece obvio: si cada alumno tiene una ventana abierta al mundo de TikTok, WhatsApp o los memes en plena clase, concentrarse en una ecuación es casi heroico.

Pero el problema no se resuelve con un decreto. Prohibir sin alternativas no solo es ineficaz, sino injusto. Porque en la escuela pública argentina, el celular muchas veces reemplaza lo que no hay: libros, computadoras, software actualizado, conexión estable. Es la didáctica de la pobreza.

¿Podemos exigir a los docentes que prohíban el celular, si no tienen otra herramienta para enseñar? ¿Podemos exigir a los alumnos que lo apaguen, si es su única fuente de consulta o el único modo de acceder a un archivo que el Estado no provee por otra vía?

La prohibición puede ser necesaria, pero nunca puede ser lo primero. Antes hay que garantizar condiciones materiales básicas para una educación de calidad. Dotar a las escuelas de infraestructura, libros, tecnología, conectividad. Y sobre todo, fortalecer a los docentes, que hoy se ven obligados a librar una batalla pedagógica con una mano atada.

Mientras tanto, el celular seguirá en el aula. A veces como recurso. Muchas otras, como distracción. Pero sobre todo, como un síntoma: no de rebeldía adolescente, sino de un sistema que aún no logra ofrecer alternativas más poderosas, más justas y más equitativas para aprender.

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