El antisemitismo no pereció: el valor de mirar de frente lo que persiste

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • El antisemitismo sigue presente en Argentina y el mundo, aunque adopte formas más sutiles como el antisionismo o el discurso en redes.
  • Negarlo o minimizarlo es una forma de complicidad.
  • El informe anual de la DAIA, elaborado desde hace 26 años, es clave para registrar, visibilizar y combatir este odio.
  • En Argentina persisten heridas como los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel, aún impunes.
  • Denunciar, educar y no silenciar el antisemitismo es fundamental para preservar la convivencia democrática y construir un futuro más justo.

“El antisemitismo no pereció aquí. Solo sus víctimas”, advirtió Elie Wiesel en Auschwitz, con la lucidez que nace del horror vivido y de la conciencia histórica. Esa frase, pronunciada en el marco de la Marcha por la Vida, no es solo un lamento del pasado: es un llamado urgente al presente. Porque el antisemitismo —en Argentina y en el mundo— sigue vivo. Se transforma, se disfraza, se cuela en discursos políticos, se oculta tras supuestos antisionismos, y se expresa con virulencia en redes sociales, en aulas, en medios y hasta en los espacios más cotidianos.

Negar su existencia, minimizarla o relativizarla es no solo un acto de ignorancia, sino de complicidad. Por eso resulta clave la existencia de informes como el del Centro de Estudios Sociales de la DAIA, que desde hace 26 años documenta y analiza con rigor los incidentes antisemitas en Argentina. Es un trabajo paciente y necesario, que transforma los hechos dispersos en datos verificables, y los datos en herramientas para la acción política, institucional y educativa.

En un país que lleva sobre sus espaldas el peso imborrable de los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel —crímenes impunes que siguen latiendo en la memoria colectiva—, el antisemitismo no es un tema más. Tampoco es una preocupación exclusiva de la comunidad judía. Es una amenaza a la convivencia democrática, al respeto por el otro, al pluralismo que construye identidad nacional.

Que Argentina tenga, gracias al trabajo conjunto de sus instituciones comunitarias, religiosas y políticas, un clima social menos hostil que otras regiones del mundo no significa que el peligro haya desaparecido. El antisemitismo aquí está. Late. Opera. Se desliza en los prejuicios, en las bromas, en la negación del Holocausto, en los estereotipos que persisten, y en una justicia que, cuando responde, lo hace con una lentitud que deja desprotegidas a las víctimas.

Por eso es urgente hablar. Denunciar. Poner nombre y rostro al odio. No solo porque silenciar es conceder poder al agresor, sino porque cada registro, cada informe, cada testimonio, es una trinchera en la defensa de la dignidad humana. Como sociedad, debemos agradecer —y sobre todo acompañar— los esfuerzos de instituciones como la DAIA, que desde hace 90 años sostiene esta lucha.

En tiempos en que la inmediatez lo trivializa todo, el acto de documentar el odio se vuelve revolucionario. No se trata solo de memoria: se trata de futuro. Porque no hay posibilidad de construir un país justo si naturalizamos el desprecio por el otro. Y porque mirar de frente al antisemitismo es, también, una manera de honrar la vida. La de los que ya no están. Y la de los que todavía creemos que el mundo puede ser distinto.

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