




Por Carlos Zimerman
Resulta paradójico que el país de los campeones del mundo, el que tiene un seleccionado admirado por propios y extraños, el equipo que parece imbatible y que partido a partido sorprende al mundo entero, el que todos desean integrar y en el que, cuando un jugador es convocado, automáticamente aumenta exponencialmente su cotización —inclusive aquellos jugadores nacidos en España o Italia de padres argentinos que prefieren jugar para la celeste y blanca antes que para sus países de origen—, tenga un fútbol de cabotaje tan devaluado.
Lo de River y Boca en el Mundial de clubes que se está llevando a cabo en los Estados Unidos es sencillamente decepcionante y afecta gravemente el rico prestigio del fútbol argentino.
Tanto los millonarios como los xeneizes tuvieron zonas con serias posibilidades de pasar a octavos de final, quizás más River que Boca, pero la labor de ambos dejó muchísimo que desear y llama a replantearse muchas cosas.
Es cierto que los chicos se nos van muy jóvenes atraídos por los millones que les ofrecen en Europa y que luego vuelven en el otoño de sus carreras, pero también es verdad que en Argentina se pagan sueldos millonarios y los clubes tienen condiciones que nada tienen que envidiarles a los europeos.
En la Argentina futbolística sucede algo que podría pasar por lo dirigencial; seguramente la casa no está en orden como algunos quieren aparentar y es momento de tomar medidas, ahora que se puede revertir la situación.
El Mundial de clubes demostró que los mejores equipos de Argentina están muy lejos de los europeos, que sus jugadores están muy por debajo de los del viejo continente y que la preparación física juega un papel fundamental. River y Boca declinaron en los segundos tiempos, terminaron agotados y con la cara pintada.
Ninguno de los dos conjuntos que nos representaron pudo pasar la primera ronda; es alarmante y la dirigencia se lo tiene que replantear en forma inmediata. Están rifando el prestigio ganado. Hagan algo antes de que sea muy tarde.


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