
Cristina, el acto y el espejismo del regreso: lo que renace no es el kirchnerismo, sino la incertidumbre del peronismo
OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior



- La movilización en apoyo a Cristina mostró fuerza simbólica, pero no certidumbre política.
- No hay liderazgo claro ni renovación generacional en el kirchnerismo ni en el peronismo.
- La Cámpora no logra encarnar un nuevo proyecto y Máximo Kirchner no se consolida.
- Comienza un intento de reorganización del peronismo con Kicillof, Massa e intendentes, pero sin rumbo definido.
- El regreso de Cristina favorece al Gobierno, que capitaliza la polarización.
- La oposición no logra conectar con los votantes jóvenes ni con el desencanto social.
- El desafío peronista es reconstruir propuestas creíbles y renovar liderazgos.
La masiva movilización en Plaza de Mayo en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner dejó una escena poderosa pero también un interrogante inquietante: ¿el kirchnerismo está de regreso o simplemente presenciamos sus últimos reflejos? Las banderas, los cantos, la simbología cargada de historia y lealtades no alcanzan para despejar la duda que atraviesa al peronismo: ¿qué viene después de Cristina?
La contundencia de la imagen —una Plaza colmada, una figura política condenada que sigue convocando multitudes— no se traduce, sin embargo, en una certeza organizativa o electoral. Todo lo contrario: evidenció la falta de conducción clara, la ausencia de un recambio legítimo, y la fractura expuesta entre las tribus del peronismo. Porque si algo quedó claro es que lo de anteayer fue más un cierre de ciclo que el inicio de uno nuevo.
Cristina volvió a decir "vamos a volver", pero hasta ella aclaró que hablaba del "pueblo", como intentando diluir la personalización. Sin embargo, en la práctica, lo que se proyectó fue la persistencia del pasado, no una hoja de ruta futura. La Cámpora sigue intentando capitalizar el legado, pero no logra encarnar el deseo colectivo. Su conductor, Máximo Kirchner, apenas logra mantenerse a flote en un mar de internas. Su aparición radial —más táctica que inspiradora— lo demostró.
La movilización también fue el punto de partida de un nuevo momento: el de la reorganización del peronismo, con Axel Kicillof, Sergio Massa, intendentes y gobernadores como protagonistas. Lejos del retorno triunfal del kirchnerismo, lo que asoma es un proceso caótico y difícil de encauzar, aún en sus primeros pasos.
No hay renovación a la vista. La edad promedio del acto, lejos de mostrar savia nueva, reflejó el envejecimiento de una dirigencia que no logra conectarse con los menores de 30, hoy mayoritariamente enrolados en el universo mileísta. La narrativa épica del pasado no enamora a quienes sólo recuerdan inflación, frustración y promesas incumplidas. Mientras tanto, Milei cosecha lo que el peronismo no siembra: expectativas.
El problema no es sólo generacional, sino estructural. El panperonismo, atravesado por disputas intestinas entre cristicamporismo y kicillofismo, ni siquiera logró definir aún una estrategia común en la provincia de Buenos Aires. Las opciones que circulan —nombres de intendentes jóvenes, listas de consenso, fórmulas de equilibrio— reflejan más necesidad que convicción. El kirchnerismo no tiene sucesión clara, y el peronismo no encuentra aún su nuevo relato.
Lo paradójico es que la centralidad recobrada de Cristina podría, involuntariamente, beneficiar al Gobierno. Porque su reaparición reactiva tanto apoyos como rechazos, y permite al oficialismo nacional volver a polarizar con un fantasma que ya no amenaza con volver, pero sigue sirviendo como antagonista útil.
Mientras tanto, la economía juega su propio partido. La "esperanza con templanza" del primer año de Milei empieza a mutar en "esperanza con añoranza", como advierten los estudios de opinión. La inflación baja, pero el malhumor crece. La recuperación no llega al bolsillo y eso erosiona el crédito social. Pero aún así, la oposición no logra capitalizar el descontento. Y eso es, hoy, su principal fracaso.
El peronismo tiene una única salida: volver a escuchar a quienes dejaron de hacerlo, incluso dentro de sus propias bases. Necesita hablarle a los que votaron a Milei, a los que ya no creen, a los que no fueron a la Plaza. Pero eso requiere más que actos emotivos y consignas conocidas. Requiere propuestas, caras nuevas y, sobre todo, humildad.
Porque si de algo está harta buena parte de la sociedad, es de ver una película que ya conoce. La que se repite cada vez que el pasado se disfraza de futuro.



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