
Entre la doble vara y la esperanza: una justicia que regenere lo roto
OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior



- La justicia argentina está deslegitimada por su aplicación desigual y uso político.
- La corrupción es estructural y transversal a todos los sectores; no es exclusiva de un partido.
- Justificar delitos según afinidades políticas es complicidad, no defensa democrática.
- La causa Vialidad puede tener fallas, pero evidencia hechos de corrupción reales.
- Se reclama honestidad intelectual para reconocer errores propios y exigir un sistema justo.
- No alcanza con parchar el sistema: hay que regenerarlo con verdad, valentía y futuro compartido.
Hay momentos en los que no se trata de alinearse con un fallo, ni de aplaudir ni de repudiar. Se trata, más bien, de detenerse a pensar qué tipo de país estamos construyendo cuando naturalizamos que la justicia funciona a discreción. Cuando nos acostumbramos a que la ley se aplica con una vara para unos y otra para otros. Cuando el silencio se vuelve selectivo y la indignación, estratégica.
La Argentina está rota. Y no sólo por la corrupción, que atraviesa a gobiernos, sindicatos, empresas y estructuras que hace años viven del privilegio más que del mérito. Está rota porque ya ni siquiera discutimos si algo está bien o mal, sino si conviene o no según el color político. El problema no es el fallo de la Corte. El problema es que ya no confiamos en los procesos, en los actores ni en las instituciones que deberían garantizarlos.
Vivimos entre relatos enfrentados, y todos parecen tener parte de razón. Pero si esa razón se vuelve excusa para justificar delitos, entonces ya no es razón: es complicidad. Porque cuando alguien llega al poder con la promesa de cambiarlo todo y termina enriqueciéndose, no sólo incumple la ley. Rompe un pacto moral con quienes creyeron que era posible un camino distinto.
No se puede defender la democracia si se justifica la corrupción de quienes la gobiernan. Ni se puede hablar de República si no se condena con la misma fuerza a los que usan la justicia como arma. No se trata de elegir entre la condena o la absolución, sino de reclamar un sistema que sea justo, transparente y confiable. Que no persiga, pero tampoco encubra. Que no sea un botín de guerra entre oficialismos y oposiciones.
La causa Vialidad puede tener irregularidades. Puede haber motivaciones políticas. Pero también hay algo innegable: hubo corrupción en la obra pública. Negarlo, esconderlo, o cubrirlo con discursos jurídicos o lealtades partidarias es elegir la ceguera voluntaria. La transformación de la Argentina exige, ante todo, honestidad intelectual. Reconocer errores, incluso los propios. Condenar delitos, incluso los de los que piensan como uno.
Muchos de los que hacemos política —o la hicimos— sabemos lo que hay adentro. Vimos lo noble y lo ruin. Sabemos que hay personas que trabajan para cambiar las cosas y otras que se aprovechan del sistema para beneficio propio. No es cómodo decirlo, porque a nadie le gusta mirar hacia adentro. Pero si no lo hacemos, si no nos animamos a hablar con verdad, aunque incomode, seguiremos atrapados en este círculo vicioso de denuncias vacías y reformas cosméticas.
No quiero una política que administre la bronca. Quiero una que proponga futuro. Que se anime a mezclar lo viejo que todavía sirve con lo nuevo que aún no probamos. Que se atreva a construir una nueva legitimidad, desde el reconocimiento de nuestras fallas y la valentía de cambiarlas.
Porque si el sistema está roto —y lo está— no alcanza con parcharlo. Hay que regenerarlo. Y para eso, lo primero es decir lo que muchos piensan pero pocos se animan a poner en palabras: que sin justicia igual para todos, sin principios que no dependan del turno electoral, no hay país posible. Sólo queda la fe en que se puede hacer distinto. Y el compromiso de intentarlo.




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