




- La tecnología, como la inteligencia artificial, plantea desafíos éticos si se usa sin valores.
- “Síganme los buenos” simboliza la necesidad de conciencia, empatía y respeto en tiempos de desinformación.
- No todo lo nuevo reemplaza lo valioso del pasado: lo humano sigue siendo esencial.
- El lenguaje agresivo en líderes y redes genera divisiones peligrosas.
- Estamos a tiempo de usar la tecnología y la palabra para construir, no para dañar.
- La verdadera revolución pendiente es ética: recuperar justicia, dignidad y respeto mutuo.
En tiempos donde la inteligencia artificial puede fabricar rostros que no existen, alterar la voz de nuestros líderes o disfrazar mentiras con precisión quirúrgica, vale la pena detenerse y escuchar una frase que parecía simple, pero que guarda un llamado profundo: “Síganme los buenos”. La decía el Chapulín Colorado, personaje entrañable de la infancia latinoamericana, y hoy resuena como un grito moral en medio del ruido de los algoritmos y las peleas políticas.
¿Quiénes son “los buenos”? Quizás no quienes tienen más poder, seguidores o influencia, sino quienes actúan con conciencia, con empatía, con respeto. La proliferación de estafas digitales, de campañas de desinformación y de violencia discursiva no es solo un problema técnico, sino ético. Porque la tecnología, como toda herramienta, amplifica lo que llevamos dentro. Y si no estamos guiados por valores sólidos, corremos el riesgo de construir sobre arena.
“No todo lo nuevo reemplaza a lo viejo”, nos recuerda El Eternauta. Es una verdad que parece revolucionaria en la época de la inmediatez. La humanidad no puede ser gestionada solo con datos. Por más que los autos se manejen solos o la IA dé terapia, seguimos necesitando ternura, prudencia, límites, escucha. ¿Qué valor tiene una innovación si no está al servicio del bien común? Recuperar lo humano, lo profundo, lo antiguo —en el mejor sentido— es una necesidad urgente.
Y tal vez donde más se nota el deterioro sea en el lenguaje. El uso de la palabra como arma ya no es excepción, sino método. Líderes que insultan, influencers que polarizan, políticos que desprecian. ¿Es esa la forma de construir una sociedad mejor? ¿O es solo otra forma de marketing, una chispa peligrosa para un bosque ya seco? Lo decía el apóstol Santiago: la lengua, aunque pequeña, puede incendiar todo.
La invitación no es ingenua ni melancólica. Es una advertencia, pero también una esperanza. Estamos a tiempo. A tiempo de usar nuestra voz para edificar, de usar la tecnología para proteger y no para engañar, de que los buenos no solo sean espectadores. Como dice un antiguo proverbio: “El avisado ve el mal y se esconde; más los simples pasan y reciben el daño”. Seamos avisados.
Recuperar la justicia, la dignidad y el respeto por el otro —incluso por quien piensa distinto— no es una tarea menor. Es, quizás, la verdadera revolución pendiente. Y si aún podemos elegir, elijamos seguir a los buenos. Aunque no tengan capa. Aunque no se vean en TikTok. Aunque vayan en contra de la corriente.





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