“No es mi modelo”: la microeconomía fuera del radar presidencial

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • El Gobierno nacional atraviesa una crisis política expuesta por el conflicto Milei–Villarruel y una interna libertaria sin gestión.
  • La política económica se enfoca en lo macro, dejando de lado la microeconomía y las economías regionales.
  • En Santa Fe, Pullaro lidera una reforma constitucional con diálogo, consenso y reglas claras, contrastando con la lógica confrontativa nacional.
  • El presidente desestimó la importancia de la microeconomía con su frase “no es mi modelo”, generando preocupación.
  • Mientras se acelera el armado electoral, crece el hartazgo social ante la falta de respuestas estructurales.
  • Santa Fe aparece como una posible alternativa institucional frente al modelo de confrontación del Gobierno central.

Mientras el Gobierno nacional navega una crisis política que su propio jefe de Gabinete reconoce, en Santa Fe se respira otro clima. En la provincia, una Convención Constituyente avanza con reglas claras, diálogo institucional y objetivos definidos: modernizar una Constitución para afianzar derechos y fortalecer la democracia. ¿Cómo es posible que en un mismo país convivan realidades tan opuestas?

En la Nación, el conflicto Milei–Villarruel expone algo más profundo que un desacuerdo personal: muestra la fragilidad de una coalición que nunca fue tal. La interna libertaria no se disimula ni se gestiona. Se profundiza. A esto se suma un rumbo económico que, aunque celebra equilibrios macro, olvida la vida cotidiana: la producción real, la microeconomía, las economías regionales.

“No es mi modelo”, respondió el Presidente cuando se le planteó pensar en la economía más allá de los grandes números. Esa frase debería retumbar. No solo en el campo. No solo en los gobernadores. En todo el país. Porque sin microeconomía no hay empleo, ni arraigo, ni futuro.

El encuentro con la Mesa de Enlace dejó frases duras y señales ambiguas. Mientras se promete sostener al Banco Nación, se amenaza con cerrar sucursales por decisiones locales. Mientras se menciona la infraestructura rural, se admite que solo se invertirá donde el negocio lo justifique. ¿Y el resto? ¿Las zonas productivas olvidadas por el “mercado”? De nuevo: no es el modelo.

En paralelo, en Santa Fe, Maximiliano Pullaro lidera un proceso que, más allá de sus fines políticos (la posibilidad de la reelección), se da en un marco de legalidad, consenso y hasta cierto orgullo institucional. Se discute, se aprueba por unanimidad, se marca la disidencia con argumentos, no con amenazas. Un contraste feroz con el estilo nacional, donde los vetos a leyes como el aumento a jubilados o la emergencia en discapacidad se convierten en moneda de negociación o castigo.

Pullaro marca la diferencia, incluso cuando lo hace con gestos simbólicos, como los carteles que señalan a quién corresponde el mantenimiento de rutas. Y aunque nadie del gobierno nacional lo haya llamado tras los vetos, la unidad de los gobernadores se mantiene. Al menos por ahora.

Mientras tanto, en el peronismo santafesino, los motores se encienden también. Vuelve Perotti con una propuesta de unidad, mientras otros piden internas en un calendario que ya no da. El juego electoral acelera, y las respuestas no abundan.

Octubre está cerca. Pero más cerca aún está el hartazgo. La pregunta que queda flotando es si el país puede seguir dividido entre quienes gestionan con lógica institucional y quienes insisten en gobernar con lógica de combate.

Santa Fe, con sus contradicciones, sus propios intereses y su modo prolijo, parece ir por un camino distinto. ¿Será la excepción o un modelo alternativo? Por ahora, es apenas una señal de que otro modo de hacer política —uno que no niegue la realidad ni se esconda en slogans— todavía es posible.

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