
Inteligencia artificial: la materia urgente que aún no cursamos
OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior



- La IA es una competencia esencial del presente, no del futuro: Quien no aprenda a usarla quedará relegado en todos los ámbitos de la vida.
- Su uso es transversal y cotidiano: Desde tareas simples hasta decisiones complejas, la IA ya forma parte integral de nuestra vida diaria, como lo es hoy la electricidad.
- La educación debe transformarse con urgencia: El rol docente debe evolucionar de transmisor de datos a guía que promueve el pensamiento crítico y el uso consciente de herramientas como la IA.
- El verdadero problema no es solo el acceso, sino la comprensión: Se abre una nueva forma de desigualdad: el analfabetismo tecno-cultural. Saber cómo usar la IA con criterio será tan vital como saber leer y escribir.
- El desafío es integral: técnico, ético y social: La IA no debe ampliar desigualdades, sino ser usada para mejorar la vida de todos. Es clave decidir cómo y para qué la utilizamos.
- El tiempo apremia: La oportunidad de adaptarnos aún existe, pero es limitada. La sociedad debe actuar ya para evitar una brecha cada vez más profunda.
- Conclusión crítica: La IA es la nueva materia obligatoria del siglo XXI. Quedarse al margen no es opción. La responsabilidad de prepararnos es de todos, y empieza ahora.
Tenemos que volver a estudiar. No es una metáfora ni una exageración. Es una advertencia urgente: la inteligencia artificial (IA) ya no es una tecnología del futuro, es una competencia del presente. Quien no la entienda, no la domine o, al menos, no la incorpore, quedará inevitablemente atrás.
La IA es —y será cada vez más— como la electricidad: invisible pero imprescindible. Desde buscar una receta hasta organizar un viaje, desde redactar un informe hasta estudiar para un examen, sus usos se multiplican a diario. Y estamos apenas en los albores de su desarrollo. La historia está comenzando, pero su velocidad de expansión exige que dejemos de ser espectadores y nos convirtamos en protagonistas.
La educación ocupa el centro de este debate. Si el conocimiento está a un clic de distancia, el rol del docente cambia radicalmente: ya no basta con transmitir contenidos, ahora se trata de enseñar a discernir, a preguntar, a pensar críticamente. La IA no debe ser un atajo que nos empuje a evitar el esfuerzo, sino una herramienta que potencie la reflexión. Pero eso exige preparación, especialmente de quienes guían el proceso educativo. No se puede enseñar lo que no se conoce.
También debemos asumir una verdad incómoda: la brecha digital ya no es solo de acceso, es de comprensión. Saber usar una IA, formularle una buena pregunta, interpretar sus respuestas y usarlas con criterio es una nueva alfabetización. Y no prepararse implica caer en una nueva forma de exclusión: el analfabetismo tecno-cultural. La desigualdad, si no actuamos rápido, se profundizará.
El desafío no es solo técnico, es ético, social y cultural. No se trata solo de qué puede hacer la IA, sino de qué queremos que haga y para quiénes. Como advirtió el Vaticano en su reciente documento Antiqua et Nova, el verdadero progreso es aquel que mejora la vida de todos, no el que amplía las distancias entre unos y otros.
No estamos hablando de ciencia ficción, sino de decisiones que ya afectan nuestras aulas, nuestros trabajos y nuestras comunidades. El reloj corre. La IA no va a esperarnos. Cuanto antes entendamos que esta es la nueva materia obligatoria de nuestra época, más preparados estaremos para atravesar —y construir— este siglo.
La buena noticia es que estamos a tiempo. La mala, que no podemos perder ni un minuto más.


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