Milei, la grieta y la política del insulto: cuando el antagonismo reemplaza al diálogo

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • La política argentina se ha transformado en un espacio dominado por insultos y descalificaciones.
  • Francos se retiró del Senado tras ser tildado de “mentiroso”, mientras Milei insultó duramente a Kicillof en un acto en La Plata.
  • El oficialismo reclama respeto institucional pero promueve discursos agresivos; el kirchnerismo también recurre al agravio como herramienta.
  • Milei y su entorno profundizan la lógica del enemigo, con estigmatización y discursos de exclusión.
  • Ambos polos políticos usan el antagonismo como estrategia, debilitando la convivencia democrática.
  • La escalada verbal refleja una crisis profunda del sistema político en un contexto social muy frágil.

La escena política argentina se ha vuelto un teatro donde los agravios reemplazan los argumentos y el insulto oficia de plataforma electoral. Esta semana lo dejó en evidencia una secuencia tan simbólica como preocupante: mientras el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se retiraba del Senado ofendido por el tono de una senadora kirchnerista que lo tildó de “mentiroso” y lo llamó “rata”, Javier Milei desataba desde La Plata una ráfaga de insultos contra Axel Kicillof, a quien llamó “burro”, “pichón de Stalin”, “zar de la miseria” y otras expresiones igual de violentas.

La paradoja no puede pasar desapercibida: el mismo oficialismo que exige respeto institucional ante una crítica, lo pisotea con entusiasmo cuando se trata de arengar a la militancia o alimentar la confrontación. Francos apeló a la necesidad de “diálogo entre poderes” para justificar su salida del recinto, mientras su jefe político consolidaba desde un acto de campaña la línea discursiva más virulenta de la democracia reciente.

No se trata de empates morales —el kirchnerismo también tiene su historial de agresiones verbales y prácticas de escarnio público—, sino de advertir cómo la política argentina parece haber extraviado los códigos básicos de la convivencia democrática. La grieta, antaño una herramienta electoral poderosa, se ha convertido en una maquinaria de odio que degrada el debate y amenaza con llevarse puesta cualquier posibilidad de entendimiento.

El mileismo, en particular, ha encontrado en el desprecio una estrategia de poder. No es nuevo: en Madrid, Milei gritó “muerte al socialismo” en un acto internacional, y su entorno intelectual —como Agustín Laje— promueve la idea de que los opositores no son conciudadanos, sino “enemigos”. Esa lógica no es sólo discursiva: se traduce en brigadas virtuales, escraches y una constante estigmatización de quienes piensan distinto. Un proceso de exclusión que recuerda capítulos oscuros de la historia argentina.

A la vez, el kirchnerismo duro responde con métodos similares. Desde los ataques a periodistas hasta los escraches a funcionarios, pasando por los mensajes cifrados que sugieren que sólo Cristina Fernández puede ser el contrapeso de Milei. Un sector que, ante su falta de liderazgo claro y su crisis interna, busca refugiarse en el antagonismo como forma de subsistencia electoral.

Ambos polos comparten algo más que el tono. En su matriz política, el conflicto es el combustible y la descalificación, la táctica. Si en el pasado el kirchnerismo fue tildado de “populismo de izquierda”, el mileismo podría definirse como un “antipopulismo de derecha”, pero el método es esencialmente el mismo: reducir al otro a una caricatura aborrecible y convertirlo en chivo expiatorio.

La escena del Senado, con Francos ofendido, y la de La Plata, con Milei desbocado, deberían interpelar a todo el sistema político. No por lo que dicen sobre sus protagonistas, sino por lo que reflejan sobre el estado de la democracia argentina. En un contexto social y económico delicado, lo que menos necesita el país es una dirigencia que alimente el enfrentamiento con fines electorales. Porque mientras los políticos se insultan, la sociedad se fragmenta. Y en esa grieta, no hay futuro que pueda construirse.

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