




Por Carlos Zimerman
Córdoba, una de las provincias más emblemáticas de Argentina, ha sido durante décadas considerada un centro de cultura, educación y desarrollo. Su paisaje heterogéneo, que combina montañas, ríos y llanuras, la convierten en un lugar de enorme riqueza natural y humana. Sin embargo, a pesar de su belleza y potencial, Córdoba no es una isla.
Los gobiernos locales a menudo intentan proyectar la imagen de que su provincia es un enclave especial, alejado de las dificultades que aquejan a otras regiones del país. Esta narrativa, aunque atractiva, es engañosa y poco realista.
En realidad, Córdoba comparte con el resto de Argentina una serie de problemas estructurales que afectan a la calidad de vida de sus habitantes. La economía nacional ha atravesado por ciclos de inflación, devaluación y recesión que también impactan a esta provincia. Las estadísticas que muestran altos índices de pobreza, desempleo y desigualdad son preocupantes y no son ajenas al entorno cordobés. En muchos barrios de la capital y en ciudades del interior, la desigualdad es palpable: la pobreza extrema y la falta de acceso a servicios básicos son realidades que no pueden ocultarse detrás de la fachada de progreso que algunos intentan construir.
Por otro lado, la infraestructura de Córdoba, aunque históricamente considerada robusta, muestra signos de deterioro en áreas clave. Las rutas y caminos, cruciales para conectar la producción agrícola con los mercados, requieren urgentemente mantenimiento y modernización. Asimismo, el sistema educativo, aunque cuenta con importantes universidades de renombre, enfrenta desafíos en términos de calidad y accesibilidad, especialmente en zonas rurales y menos favorecidas.
Es esencial además mencionar la necesidad de fomentar un diálogo abierto y honesto entre el gobierno, la sociedad y el sector privado. Las soluciones a los problemas de Córdoba requieren la colaboración de todos los actores involucrados. La participación de la comunidad en la formulación de políticas no solo fortalece la democracia local, sino que también asegura que las prioridades de los ciudadanos sean tenidas en cuenta en las decisiones que los afectan directamente.
Reconocer que Córdoba no es una isla implica asumir una postura de responsabilidad. La provincia tiene un potencial enorme, desde su industria tecnológica en auge hasta su emblemático sector agrícola, pero eso no significa que deba ignorar los problemas que enfrenta. Al contrario, un enfoque realista y responsable involucrará la identificación y el abordaje de estas cuestiones con soluciones efectivas y sostenibles, que conviertan a Córdoba no en una isla de ensueño, sino en un modelo de desarrollo inclusivo y resiliente en medio de los desafíos que presenta la Argentina.







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