Congreso en llamas: cuando la agresión reemplaza al debate

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • La política argentina atraviesa un clima de alta tensión, con violencia simbólica y física en ascenso.
  • El escándalo en el Congreso impidió tratar temas clave como retenciones y DNU, con sospechas de boicot deliberado.
  • El ataque con excremento a la casa del diputado Espert refleja una escalada alarmante y una cultura política dominada por el odio.
  • Tanto oficialismo como oposición recurren al enfrentamiento extremo, sin espacio para el diálogo.
  • Milei intensifica su retórica agresiva, incluso contra la prensa, en medio de advertencias internacionales.
  • Internamente, La Libertad Avanza sufre tensiones entre armadores y aliados, complicando el armado electoral.
  • La gobernabilidad está en riesgo, con alianzas frágiles y un Congreso que discute más a los gritos que con propuestas.

Mientras el país tiembla de frío, la política hierve en su propia olla de tensiones, insultos y estrategias que ya no se molestan en disimular. Lo que ocurrió esta semana en el Congreso no fue solo un escándalo parlamentario: fue una postal inquietante del clima de época, donde la violencia simbólica dejó de ser excepción para convertirse en herramienta cotidiana del poder. Y peor aún, donde la violencia física empieza a asomar como consecuencia lógica.

La sesión del miércoles, frustrada entre gritos, empujones y provocaciones de todo tipo, dejó en evidencia que ya no se discute: se embiste. ¿Fue una puesta en escena para boicotear la sesión? ¿O una muestra cruda del nivel de degradación al que hemos llegado? Poco importa. El resultado fue el mismo: no se debatieron temas clave como la baja de retenciones o la reforma sobre los DNU. Y entre libertarios aliviados y kirchneristas celebrando, la política volvió a fallarle a la ciudadanía.

El incidente frente a la casa del diputado José Luis Espert —con su fachada tapizada de excremento por una patota encapuchada que parece tener vínculos con La Cámpora— no es solo escatología política: es un salto al vacío. Y el hecho de que quienes participaron en esa acción violenta ahora sean tratadas como mártires por su espacio, mientras desde el oficialismo se pide “todo el peso de la ley”, es una muestra perfecta de la espiral perversa que vivimos: la cultura del odio es transversal, y la indignación, selectiva.

En este contexto, la violencia simbólica ya no es solo parte del relato libertario, sino que se ha institucionalizado como forma de hacer política. Milei lo sabe y lo cultiva. No es casual que esta semana haya protagonizado una nueva escalada discursiva contra los periodistas, justo cuando The New York Times advierte que su retórica está erosionando la libertad de prensa y fomentando un clima de agresión real. Pero tampoco es exclusivo del oficialismo: desde el kirchnerismo, las agresiones verbales y ahora físicas también encuentran justificación bajo la bandera de la resistencia.

Este clima de confrontación permanente ya no distingue formas. Se insulta, se escracha, se amenaza. Se premia la desmesura y se castiga la moderación. No hay incentivos para el acuerdo ni espacio para el disenso civilizado. La política, infectada por la lógica de las redes, ha pasado de la argumentación al algoritmo. Y el algoritmo, como se sabe, premia el escándalo.

Mientras tanto, en el Congreso, la tensión no solo está en las bancas: también se arrastra en la cocina del armado electoral. La disputa entre Santiago Caputo y el ala dura que lideran Karina Milei y los Menem muestra una interna sin conducción clara, donde la expansión libertaria choca con la resistencia de intendentes y aliados circunstanciales que se sienten ninguneados. La promesa de un “acuerdo nacional” empieza a resquebrajarse en los pasillos del poder.

El problema no es solo que se insulten o se ensucien las casas de los rivales. El verdadero drama es que cada vez hay menos dirigentes dispuestos a desescalar, a salir del espiral de agresión, a volver al terreno de las ideas. La política se está convirtiendo en una batalla campal donde el que grita más fuerte se lleva la ovación... pero no construye nada.

Y mientras eso ocurre, las reformas estructurales —como las jubilaciones, la moratoria previsional o la emergencia en discapacidad— se discuten con un ojo puesto en el veto presidencial y otro en la calculadora electoral. La gobernabilidad pende de un hilo. La alianza legislativa que sostenía a Milei empieza a mostrar grietas, y los “héroes del veto” de ayer hoy pasan factura por los desplantes recibidos.

Con el cierre de listas a la vuelta de la esquina y un clima cada vez más irrespirable, la pregunta ya no es qué se discute en el Congreso, sino si hay todavía condiciones para discutir algo. En una democracia de gritos, lo urgente sigue siendo cómo volver a escucharnos.

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