La Argentina sin K: fin de un ciclo, inicio de otro país

OPINIÓN Agencia de Noticias del Interior
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  • Cristina Kirchner fue condenada por corrupción y está cerca de quedar detenida con prisión domiciliaria.
  • Su figura ya no moviliza multitudes; la reacción social fue mínima y su liderazgo se debilita.
  • El kirchnerismo se enfrenta a una crisis interna: Kicillof no se consolida, Massa perdió peso, y Máximo tiene alto rechazo.
  • La oposición busca reconfigurarse, con el PRO marcando distancia del oficialismo libertario.
  • El Gobierno celebra baja inflación, aunque con caída del consumo y ataques al periodismo.
  • La violencia de algunos sectores kirchneristas refleja desesperación ante el fin de un ciclo.
  • La política argentina entra en una nueva etapa, sin Cristina como figura dominante.

La escena política argentina transita por un momento de profunda transformación. Mientras el mundo lidia con guerras de consecuencias inciertas, en la Argentina los debates giran en torno a si una ex presidenta puede o no saludar desde el balcón de su departamento en Monserrat. Sí, ese es hoy uno de los puntos calientes de la agenda institucional, y dice mucho del estado de nuestra política.

Cristina Fernández de Kirchner, condenada en forma definitiva por corrupción, está a un paso de ser detenida. Probablemente lo sea bajo la modalidad de prisión domiciliaria, amparada en su edad y en los riesgos de seguridad que ella misma alegó. Sin embargo, lo que debería ser asumido como el cumplimiento de una sentencia judicial parece estar transformándose, para ella y su militancia más fiel, en una puesta en escena de resistencia simbólica. El balcón desde donde saluda se vuelve, para algunos, su última trinchera de poder.

No hay multitudes. No hay espontaneidad. Solo ruidosos grupúsculos de La Cámpora, ataques a medios como TN o Rivadavia y algunos cortes de tránsito. La reacción social a la condena es más cercana a la apatía que al fervor militante. Cristina, por primera vez, parece enfrentarse no solo a la Justicia, sino al silencio incómodo de un país que eligió no salir a defenderla.

Y es que la expresidenta ya no arrastra multitudes como antaño. Perdió peso electoral incluso antes de ser condenada. En 2019 debió ceder la candidatura presidencial a Alberto Fernández, consciente de su techo social. Ahora, esa debilidad se profundiza con el fallo de la Corte Suprema y la imagen de una líder que no supo evitar el destino judicial que le advirtieron durante años. Su influencia en el peronismo se mantiene más por falta de alternativas que por mérito vigente.

Axel Kicillof, su delfín bonaerense, no logra consolidarse como heredero natural. Enfrenta resistencias internas, incluso dentro de su círculo. Sergio Massa, ya sin peso electoral, se mueve entre la irrelevancia y el oportunismo. La interna del PJ se vuelve cada vez más caótica, y hasta se especula con una ruptura en la provincia de Buenos Aires. Todo esto mientras Máximo Kirchner —hijo de la ahora detenida— acumula niveles récord de rechazo.

La implosión del kirchnerismo ofrece nuevas oportunidades a una oposición que también busca redefinirse. El PRO, en medio de la tensión con los Milei, intenta recuperar centralidad, y Mauricio Macri habla de "dignidad" como condición para futuras alianzas. Esa palabra, que suena a mandato moral, busca marcar distancia con el verticalismo libertario que Karina Milei impone en nombre de su hermano. El nuevo orden político aún no está claro, pero el viejo definitivamente se desvanece.

En paralelo, el Gobierno festeja una inflación mensual del 1,5%, la más baja en años, aunque a costa de un brutal parate en el consumo y la actividad económica. Milei podrá anotarse la victoria técnica, pero deberá mostrar que puede sostenerla sin dinamitar los ingresos reales. Mientras tanto, insiste en atacar al periodismo y califica de “corruptos” a quienes nunca denunciaron un supuesto pacto de impunidad con el kirchnerismo. Un pacto que nadie pudo probar, pero que igual sirve para fustigar.

El kirchnerismo, sin liderazgo efectivo ni respaldo popular, recurre a lo único que le queda: la agresión. Ataques organizados a medios, amenazas a jueces como Horacio Rosatti y un clima de tensión que, más que despertar miedo, revela desesperación. La violencia como último recurso del poder que se va y que, en el fondo, sabe que no va a volver.

Cristina Fernández inicia su etapa más difícil. No por lo que venga judicialmente —más causas, más juicios, más posibles condenas—, sino porque ya no representa una salida para nadie. Es el símbolo de un ciclo agotado. La Justicia, con demoras y obstáculos, cumplió su función. Ahora es la política la que deberá aprender a caminar sin su sombra. Y el país, por fin, podrá mirarse sin espejismos.

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