




- Cristina Kirchner comenzará a cumplir condena efectiva por corrupción, tras una sentencia firme confirmada por la Corte Suprema.
- El fallo marca un hito institucional: es la primera vez que una expresidenta elegida democráticamente va presa por delitos de corrupción.
- Se descarta la narrativa de proscripción o lawfare, ya que el proceso fue largo, con múltiples instancias y comenzó durante su propio gobierno.
- El peronismo queda acéfalo y sin liderazgo claro, mientras Milei avanza y la oposición aparece debilitada o sin renovación.
- Se abre una etapa de incertidumbre política, donde el riesgo es un sistema sin contrapesos ni alternativas sólidas.
- Cristina pasa a ser parte de la historia, ya sin peso electoral ni futuro político.
El martes 11 de junio de 2025 será, sin dudas, una fecha que ocupará un lugar destacado en los libros de historia argentina. No por un logro de la democracia, ni por una hazaña colectiva, sino por la confirmación de que una expresidenta, elegida dos veces por el voto popular, comenzará a cumplir una condena por corrupción con prisión efectiva. No es una interpretación: es una realidad jurídica confirmada por la Corte Suprema, tras un proceso que involucró más de 15 jueces y dos sentencias firmes. Cristina Fernández de Kirchner, símbolo de una era, es desde ahora una dirigente condenada por defraudar al Estado.
Este hecho marca un punto de inflexión no solo para la historia institucional del país, sino también para el futuro del peronismo, que durante más de dos décadas orbitó en torno a la figura de los Kirchner. La sentencia definitiva sepulta cualquier intento de disfrazar la inhabilitación como una "proscripción política". La justicia no la aparta del poder por sus ideas ni por su militancia, sino por delitos graves y probados. Hablar de “lawfare” frente a una causa iniciada durante su propio gobierno y que atravesó múltiples instancias judiciales —incluido un juicio oral mientras ella era vicepresidenta— es una estrategia desesperada, no una defensa sólida.
El aparato kirchnerista parece haber quedado sin argumentos. Sus abogados no pudieron desmontar ni uno solo de los fundamentos de la acusación. El relato victimista ya no conmueve como antes, y la movilización popular en su defensa no fue la marea que esperaban. La política argentina acaba de cruzar una frontera simbólica: por primera vez, una ex jefa de Estado cumple condena firme por corrupción. Y lo hace sin que nadie, salvo sus leales de siempre, intente defender el contenido de los hechos que se le imputan.
En lo político, esta condena deja un vacío de poder dentro del peronismo que aún nadie parece dispuesto —o preparado— a ocupar. A diferencia de otras épocas, hoy no hay un Duhalde, un Reutemann o un De la Sota que se vislumbre como relevo. El PJ queda fragmentado y sin liderazgo claro, mientras el mileísmo avanza en su intento de consolidarse como única fuerza con capacidad de gestión. Pero ojo: Milei no es invulnerable. Su errática política exterior, el deterioro social y económico, y la creciente tensión con los sectores más frágiles de la población podrían desgastarlo rápidamente.
La gran incógnita que se abre tras la caída judicial de Cristina es si la política argentina logrará superar el ciclo de liderazgos mesiánicos, de partidos sin renovación y de oposiciones que solo existen en la resistencia testimonial. Si el peronismo no se reinventa, Milei gobernará sin contrapeso real. Y si Macri entrega el Pro al mileísmo sin negociar su identidad, entonces estaremos frente a un escenario político empobrecido, sin matices ni alternativas.
Cristina Kirchner ya no es el futuro. Ni siquiera es el presente. Es historia. Y como toda figura histórica, su legado será objeto de debate. Pero ya no de disputa electoral. La Justicia ha hablado, y esta vez, nadie podrá decir que no fue oída.




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